Declaración de principios: 55 congresistas demócratas hablan de catolicismo y política
Si bien subyace un interés por recuperar el voto católico, en paulatino éxodo hacia el partido republicano, este intento muestra la fecundidad de la doctrina de la ley natural y de la doctrina social de la Iglesia como herramientas para fundamentar racionalmente la moralización del debate político.
En el artículo "Religión en el debate político norteamericano", desde American Review nos hicimos eco de la presencia de la religión en el debate público norteamericano. De manera especial nos referimos a las iniciativas de algunos líderes demócratas por captar apoyos en las zonas más conservadoras del país (en realidad, toda la Unión, salvo parte de la Costa este, California, Oregón y algún gran núcleo urbano como Chicago).
Esta tendencia se ha visto confirmada por una “Declaración de principios” formulada el pasado 28 de febrero por 55 congresistas católicos del Partido Demócrata. En esta Declaración, en la que como subtítulo los congresistas señalan que “expresa su compromiso con la dignidad de la vida y su creencia en que la acción de gobierno tiene un ‘propósito moral’”, puede apreciarse el esfuerzo del partido demócrata por retener a uno de los grupos sociales que tradicionalmente habían sido uno de sus más importante nicho electoral.
En efecto, durante casi dos siglos el voto católico ha estado alineado con el partido demócrata, hasta el punto de que el único presidente de EE.UU. perteneciente a esta confesión (Kennedy) fuera de dicho partido. Esto se explica por el hecho de que el partido demócrata era el partido que defendía la “justicia social”, eso sí, al modo norteamericano: mediante la defensa de las comunidades locales y los grupos intermedios. Por el contrario, el partido republicano era un partido que defendía el individualismo liberal. Por eso, hasta la revolución cultural de los 60 podía decirse que en buena parte –sobre todo en el Sur- el partido conservador era el partido demócrata.
Desde los 60, no obstante, el partido demócrata ha evolucionado en una doble dirección: por un lado, ha identificado “justicia social” con crecimiento de la burocracia y desconfianza a las múltiples asociaciones que conforman la vida norteamericana; por otro, se ha convertido en el adalid del progresismo social y cultural, de modo que defiende el aborto, la eutanasia, el reconocimiento de las uniones homosexuales, etc.
Las consecuencias de esta evolución han sido claras: el éxodo creciente del voto católico del partido demócrata al partido republicano (esto ha originado un cambio sustancial en este partido, pero eso será objeto de otro artículo). No obstante este éxodo, si analizamos la presencia católica en la política norteamericana, todavía es mayor en el campo demócrata.
En las últimas elecciones presidenciales, este paulatino éxodo aumentó considerablemente, en parte motivado por la “Guía de voto para católicos consecuentes”. En ella se indicaban cinco temas no negociables, que deben ser tenidos en cuenta por los católicos a la hora de elegir candidato: aborto, eutanasia, experimentación con células madre embrionarias, clonación y “matrimonio” homosexual. Más interesante eran las indicaciones de cómo no votar, entre las que destacaban las que pedían “no votar a un candidato sólo porque se declara católico” o “no votar siguiendo las costumbres familiares”. Ambos consejos, aunque no se dijera claramente, podían interpretarse como una indicación a no votar a los católicos del partido demócrata que han aceptado la agenda progresista.
En su respuesta, estos 55 congresistas demócratas resaltan que su fe les ha llevado al compromiso político, compromiso en el que defienden la existencia de una “red de seguridad” para todos los ciudadanos, lo que se traduce en un aumento de la labor del gobierno en educación, atención sanitaria, etc. Al mismo tiempo, reivindican su postura contraria al magisterio eclesial en las cuestiones relacionadas con la bioética.
Más allá de la capacidad de este tipo de declaraciones para recuperar el voto católico (pues precisamente se ha alejado del partido demócrata porque los políticos católicos de este partido se han apartado del magisterio de la Iglesia en cuestiones clave de la moral pública), lo que evidencia es la fecundidad de la doctrina social de la Iglesia para aportar argumentos de razón al debate político.
Precisamente por reivindicar la ley natural, la doctrina de la Iglesia católica permite defender la moralidad de la política sin apoyarse en datos revelados (por más que el compromiso de los laicos tenga una motivación espiritual).
Con independencia de debates concretos (aborto, eutanasia, atención sanitaria pública), o de motivaciones electorales en el recurso a la misma, tanto los conservadores como los progresistas en EE.UU. ven que esta tradición de pensamiento contribuye a ennoblecer el debate político. Esto contrasta con la situación de Europa, y especialmente de España.
¿Estamos dispuestos en la vieja Europa a renunciar de antemano a lo que esta tradición iusnaturalista tiene que aportar a nuestra política? Parece que es el camino escogido por Zapatero. También en eso, nos alejamos de la única sociedad viva de Occidente.
Publicado en American Review por Pablo Nuevo López
American Review, 06-03-2006
Esta tendencia se ha visto confirmada por una “Declaración de principios” formulada el pasado 28 de febrero por 55 congresistas católicos del Partido Demócrata. En esta Declaración, en la que como subtítulo los congresistas señalan que “expresa su compromiso con la dignidad de la vida y su creencia en que la acción de gobierno tiene un ‘propósito moral’”, puede apreciarse el esfuerzo del partido demócrata por retener a uno de los grupos sociales que tradicionalmente habían sido uno de sus más importante nicho electoral.
En efecto, durante casi dos siglos el voto católico ha estado alineado con el partido demócrata, hasta el punto de que el único presidente de EE.UU. perteneciente a esta confesión (Kennedy) fuera de dicho partido. Esto se explica por el hecho de que el partido demócrata era el partido que defendía la “justicia social”, eso sí, al modo norteamericano: mediante la defensa de las comunidades locales y los grupos intermedios. Por el contrario, el partido republicano era un partido que defendía el individualismo liberal. Por eso, hasta la revolución cultural de los 60 podía decirse que en buena parte –sobre todo en el Sur- el partido conservador era el partido demócrata.
Desde los 60, no obstante, el partido demócrata ha evolucionado en una doble dirección: por un lado, ha identificado “justicia social” con crecimiento de la burocracia y desconfianza a las múltiples asociaciones que conforman la vida norteamericana; por otro, se ha convertido en el adalid del progresismo social y cultural, de modo que defiende el aborto, la eutanasia, el reconocimiento de las uniones homosexuales, etc.
Las consecuencias de esta evolución han sido claras: el éxodo creciente del voto católico del partido demócrata al partido republicano (esto ha originado un cambio sustancial en este partido, pero eso será objeto de otro artículo). No obstante este éxodo, si analizamos la presencia católica en la política norteamericana, todavía es mayor en el campo demócrata.
En las últimas elecciones presidenciales, este paulatino éxodo aumentó considerablemente, en parte motivado por la “Guía de voto para católicos consecuentes”. En ella se indicaban cinco temas no negociables, que deben ser tenidos en cuenta por los católicos a la hora de elegir candidato: aborto, eutanasia, experimentación con células madre embrionarias, clonación y “matrimonio” homosexual. Más interesante eran las indicaciones de cómo no votar, entre las que destacaban las que pedían “no votar a un candidato sólo porque se declara católico” o “no votar siguiendo las costumbres familiares”. Ambos consejos, aunque no se dijera claramente, podían interpretarse como una indicación a no votar a los católicos del partido demócrata que han aceptado la agenda progresista.
En su respuesta, estos 55 congresistas demócratas resaltan que su fe les ha llevado al compromiso político, compromiso en el que defienden la existencia de una “red de seguridad” para todos los ciudadanos, lo que se traduce en un aumento de la labor del gobierno en educación, atención sanitaria, etc. Al mismo tiempo, reivindican su postura contraria al magisterio eclesial en las cuestiones relacionadas con la bioética.
Más allá de la capacidad de este tipo de declaraciones para recuperar el voto católico (pues precisamente se ha alejado del partido demócrata porque los políticos católicos de este partido se han apartado del magisterio de la Iglesia en cuestiones clave de la moral pública), lo que evidencia es la fecundidad de la doctrina social de la Iglesia para aportar argumentos de razón al debate político.
Precisamente por reivindicar la ley natural, la doctrina de la Iglesia católica permite defender la moralidad de la política sin apoyarse en datos revelados (por más que el compromiso de los laicos tenga una motivación espiritual).
Con independencia de debates concretos (aborto, eutanasia, atención sanitaria pública), o de motivaciones electorales en el recurso a la misma, tanto los conservadores como los progresistas en EE.UU. ven que esta tradición de pensamiento contribuye a ennoblecer el debate político. Esto contrasta con la situación de Europa, y especialmente de España.
¿Estamos dispuestos en la vieja Europa a renunciar de antemano a lo que esta tradición iusnaturalista tiene que aportar a nuestra política? Parece que es el camino escogido por Zapatero. También en eso, nos alejamos de la única sociedad viva de Occidente.
Publicado en American Review por Pablo Nuevo López
American Review, 06-03-2006
0 comentarios