La izquierda mugre
Había la "izquierda caviar", que era esa tribu de señoritos ricachones que jugaban a la redención del género humano (hoy los tenemos bien acomodados en todos los lobbies presentes, reconocibles o no), y hubo, hay y habrá la "izquierda mugre", que es el rencor, el resentimiento y el odio convertidos en ideología. Ahí lo de ese fulano, Carlos López Aguilar, alias Sorrocloco, hermano del ministro de Justicia; el que ha dicho que a Alcaraz, al que llama "tarado", le tocó la lotería cuando ETA mató a su familia, y que la asociación de víctimas del terrorismo es la "asociación de la venganza talibán"; el que ha dicho, también, que la oposición de los católicos a la adopción de niños por parejas homosexuales es por esos obispos que se excitan imaginando escenas de niñitos violados. En fin, ése: Sorrocloco. El mismo tipo humano que organizaba los paseíllos en la dulce y añorada república del Frente Popular. La izquierda mugre.
La mugre forma parte de la condición humana: la encontramos en cualesquiera tiempo y lugares, en cualesquiera profesiones y oficios, también en cualesquiera ideologías y partidos. En los tiempos nobles y limpios, tiempos de altos principios y anchos sacrificios, la mugre apenas se ve: está confinada en las alcantarillas, oculta, en los corazones mezquinos, bajo la fuerza resplandeciente de la virtud. Pero cuando llegan ciclos bajos, tiempos oscuros –y esto es algo que la historia administra con intensa periodicidad-, la mugre sale a la superficie, se extiende por doquier y todo lo sepulta en su olor. Son esos tiempos en los que se diría que todo el mundo se ha vuelto loco o estúpido; esos tiempos en los que parece inverosímil poder encontrar a cien justos.
No, la mugre no es un rasgo exclusivo de la izquierda, tampoco del socialismo español. Pero ocurre que a veces hay alguien especialmente inclinado a dejar que la mugre aflore, grupos o personas que sienten una rara predilección por lo más bajo y obsceno y ruin, voluntades turbias que, cuando huelen a podrido, no ventilan, sino que se refocilan en el hedor, quizá porque éste, secretamente, despierta alguna veta de su sensibilidad. Hoy tenemos en la plaza pública mucha mugre. Y toda viene de la izquierda.
¿Sorrocloco? No, no, qué va: éste sólo es un pobre… tarado. El problema es la adición: Sorrocloco, más Rubianes, más los adalides progres de la telebasura, más una educación invertida, más la humillación de las víctimas del terrorismo, más la impunidad del poder, más el cachondeo de las detenciones ilegales, más la mentira como instrumento cotidiano de la autoridad pública, más… Más la indiferencia general. Que es ahí, por cierto, donde está el problema. Porque la mugre nunca se extiende si uno barre la calle con regularidad. Pero cuando alguien –una familia, un partido, una sociedad- se acostumbra a vivir con la mugre, es que no merece nada mejor.
La mugre forma parte de la condición humana: la encontramos en cualesquiera tiempo y lugares, en cualesquiera profesiones y oficios, también en cualesquiera ideologías y partidos. En los tiempos nobles y limpios, tiempos de altos principios y anchos sacrificios, la mugre apenas se ve: está confinada en las alcantarillas, oculta, en los corazones mezquinos, bajo la fuerza resplandeciente de la virtud. Pero cuando llegan ciclos bajos, tiempos oscuros –y esto es algo que la historia administra con intensa periodicidad-, la mugre sale a la superficie, se extiende por doquier y todo lo sepulta en su olor. Son esos tiempos en los que se diría que todo el mundo se ha vuelto loco o estúpido; esos tiempos en los que parece inverosímil poder encontrar a cien justos.
No, la mugre no es un rasgo exclusivo de la izquierda, tampoco del socialismo español. Pero ocurre que a veces hay alguien especialmente inclinado a dejar que la mugre aflore, grupos o personas que sienten una rara predilección por lo más bajo y obsceno y ruin, voluntades turbias que, cuando huelen a podrido, no ventilan, sino que se refocilan en el hedor, quizá porque éste, secretamente, despierta alguna veta de su sensibilidad. Hoy tenemos en la plaza pública mucha mugre. Y toda viene de la izquierda.
¿Sorrocloco? No, no, qué va: éste sólo es un pobre… tarado. El problema es la adición: Sorrocloco, más Rubianes, más los adalides progres de la telebasura, más una educación invertida, más la humillación de las víctimas del terrorismo, más la impunidad del poder, más el cachondeo de las detenciones ilegales, más la mentira como instrumento cotidiano de la autoridad pública, más… Más la indiferencia general. Que es ahí, por cierto, donde está el problema. Porque la mugre nunca se extiende si uno barre la calle con regularidad. Pero cuando alguien –una familia, un partido, una sociedad- se acostumbra a vivir con la mugre, es que no merece nada mejor.
José Javier Esparza
El Semanal Digital, 20 de abril de 2006
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