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Políticamente... conservador

El espíritu laicista de la Segunda República

Ya pueden empeñarse algunos próceres del socialismo que nos desgobierna, incluido el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. La anunciada ley de la memoria histórica, con el runrún anticipatorio del 75 aniversario de la Segunda República, no hará que la amnesia y el olvido intencionado de aspectos esenciales de nuestro pasado colectivo –como les gusta decir– pase, ahora sí, de verdad, a la historia. Un caso de libro ha sido el reciente bombardeo del que podríamos denominar, por llevar la contraria a la Transición, "espíritu de la Segunda República".

 

Por más que se empeñe el señor Rodríguez en aclarar que lo que dijo como respuesta a la pregunta, en la sesión de control del Senado, del senador Bonet i Revés, se le olvidó hablar del laicismo más agresivo que conocieran nunca los españoles: el de la Segunda República. En su respuesta regurgitó aquello de que "fue el primer régimen político auténticamente democrático en España", amén de hacer la lista de conquistas políticas de aquel período, la igualdad, la extensión en la educación –¿nadie recuerda aquello que dijera un ministro de Instrucción Pública: "8.000 maestros sin escuela, 8.000 escuelas sin maestro"– y la figura de Azaña, los tres soles del templo republicano. ¿Quién se acuerda hoy del espíritu laicista de la Segunda República? ¿En qué se parece al del presente histórico? ¿En qué se diferencia?

 

Al presidente del gobierno y a sus historiadores áulicos, incluida la nueva ministra de educación para la República, Mercedes Cabrera, parece que se les ha olvidado que el éxito ideológico y político del laicismo, en la II República, fue de singular virulencia. La Constitución de la República Española, aprobada por las Cortes Constituyentes el 9 de diciembre de 1931, incluía disposiciones que limitaban agresivamente no sólo la libertad de la Iglesia católica sino el mismo derecho fundamental a la libertad religiosa. Sus artículos 26 y 27, en los que se regulaban de forma restrictiva el estatuto jurídico de las confesiones religiosas y la libertad de conciencia y el derecho de profesar y practicar libremente cualquier religión, son la muestra más palpable de una legislación antidemocrática.

 

Y no digamos nada del posterior desarrollo legislativo. El 23 de enero de 1932 se decreta la disolución de la Compañía de Jesús. El 2 de junio de 1933 aparece en escena la ley de Confesiones y Asociaciones Religiosas. Un laicismo que, de forma generalizada, había llegado a la calle y a la conciencia de los ciudadanos permeables a la propaganda izquierdista que insistía, como nos recuerda entre otros Stanley G. Payne, en las maldades del clero y de la Iglesia: opresión de los pobres, posición arrogante de influencia política, perversión y abusos sexuales, sumisión de las gentes ignorantes, abusos históricos, etc.

 

Aunque a quienes pretender volver a escribir la historia se les olvide un dato sustancial, a nosotros no. Como recordó Juan Pablo II dirigiéndose el 14 de enero del 2005 a un numeroso grupo de obispos españoles, esa filosofía laicista "no forma parte de la tradición española más noble, pues la impronta que la fe católica ha dejado en la vida y la cultura de los españoles es muy profunda para que se ceda a la tentación de silenciarla. Un recto concepto de libertad religiosa no es compatible con esa ideología, que a veces se presenta como la única voz de la racionalidad. No se puede cercenar la libertad religiosa sin privar al hombre de algo fundamental".

 

No es descabellado pensar que la asignatura pendiente del espíritu democrático de la Segunda República, que ya lo ha dejado de ser, es la del laicismo. Si entonces fue determinante el modelo educativo, y la legislación consiguiente, ahora también. Muestra de ello ha sido la reciente aprobada LOE sin el más mínimo consenso y acuerdo, ni siquiera el de la patronal de los colegios de religiosos, tan esperado, que se han quedado a verlas venir. El laicismo opera particularmente en el ámbito de la educación porque sabe que ahí invierte con rendimientos de futuro. Tampoco olvida lo referido a la familia y a la vida, a la mujer y al tiempo de ocio. Tiene una especial querencia por todo lo que esté relacionado con los procesos de socialización y conformación de la conciencia personal. No debemos olvidar que el laicismo de la Segunda República tuvo la tenaz oposición del catolicismo social, que no sociológico, que le hizo frente. Es lo que ahora, sin duda, necesitamos.

 

 

Por José Francisco Serrano Oceja

 

 

Libertad Digital, suplemento Iglesia, 20 de abril de 2006.

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