Intervención en el Gran Acto del Palacio de Congresos de Barcelona, de Giorgio Chevallard - Associació Cultural Charles Péguy
Agradezco la ocasión de intervenir en este acto del Pacte per la Vida y la Dignidad: que sea un gesto lleno de vida y de dignidad.
1. Es un tema que “toca la fibra” a muchos de nosotros (ni yo que soy italiano estoy exento….). Hay un clima con demasiado enfrentamiento, demasiado maniqueísmo, que ve el mal siempre y sólo en un bando y entonces los malos son siempre “los otros”. Pero no debemos juzgarlo visceralmente, a partir una ideología o de un prejuicio, si no serenamente, partiendo de la propia experiencia más verdadera, de la razón y de la fe. Porque antes de ser español, catalán o italiano soy persona, lo que me define es mi deseo de felicidad y de infinito, de justicia y de verdad que me hace hermano con todos, a cualquier cultura pertenezcan. La correspondencia con este deseo profundo de mi ser es el criterio verdadero para juzgar las cosas.
2. El titulo I de este Estatut es un ataque a la persona y a su libertad, una injerencia del Estado que pretende definir los derechos de las personas, negando algunos, entre ellos los 3 principios que el Papa Benedicto XVI ha definido recientemente como irrenunciables para la dignidad de la persona: la protección de la vida, la familia como sociedad natural basada en el matrimonio y la libertad de educación. El Estado pretende ser el dispensador de derechos, pero estos en realidad nos vienen de nuestra misma naturaleza; el Estado los debería simplemente reconocer como anteriores a él, si no quiere ser absolutista.
3. Pero además de estos elementos morales, que son el fundamento de nuestra civilización y de nuestra cultura y sin los cuales la sociedad se destruye, este Estatut expresa la pretensión del Estado de ocupar los espacios de libertad de las personas, de las familias, de los organismos intermedios y de la sociedad, invadiendo sus competencias y pretendiendo reglamentar todo (40.000 palabras). De esta forma invierte la correcta jerarquía del principio de subsidiariedad, por la cual las familias están al servicio de las personas, la sociedad de las familias y el Estado de la sociedad; y se convierte en estatalista e intervencionista.
4. Este Estatut es un proyecto laicista “con la barratina”, y en realidad ni siquiera esto, porque instrumentaliza el sentimiento catalán. Es expresión de una cultura dominante laicista, para la cual el hombre se quiere bastar a si mismo y no depender de nada más, cerrado en el horizonte de su propia medida. Pretende construir una sociedad sin sentido religioso, de hecho censura cualquier elemento religioso. Este laicismo estatalista es inevitablemente relativista y se demuestra incapaz de unidad, porque niega las identidades culturales y religiosas y las excluye del espacio público: pero yo no puedo separar mi ser y mi sentir, de mi ser público, porque el hombre es relación, es comunión por su propia naturaleza. La pertenencia hace miedo al poder, porqué si estoy solo el Poder hace de mi lo que quiere, pero no si pertenezco a mi familia o a mi comunidad. Por esto la verdadera lucha hoy no es derecha contra izquierda, ni ricos contra pobres, si no la Persona contra el Poder. La verdadera laicidad del Estado es que respete todas las identidades, sin identificarse con ninguna, y sin caer en un laicismo que las excluya.
5. No entramos a discutir aquí el nivel de autonomía de Catalunya, sino algo que viene antes y más importante. Porqué hay temas de primer nivel, y otros secundarios: no vamos a reducir nuestra libertad de educación para tener un aeropuerto un poco mejor. Por esto, no me siento menos catalán por votar que NO a este Estatut; pero me sentiría menos cristiano si no lo hiciera, aún respetando otras posiciones.
6. Dicho esto del Estatut, vale la pena profundizar el problema de fondo: hay una España que no reconoce como propia a Catalunya con su identidad propia; y hay una Catalunya que no acepta su pertenencia a España y vive su ser catalán como oposición al ser español. Y cada nacionalismo se reafirma con los excesos del otro, en un circulo vicioso alimentado por la sospecha. Muchos vemos con preocupación un retraso grave de infraestructuras y una carencia de inversiones y de servicios en Catalunya y pensamos que sería bueno más autonomía para Catalunya; o quizás, mejor dicho, menos centralismo por parte de España. A muchos nos molesta profundamente este centralismo político, económico, cultural y mediático, sobretodo cuando se propone de forma prepotente y egoísta:. No me gusta un cierta forma de entender España, por la cual es natural y normal que todo esté en Madrid. Pero no es que todo sea culpa del centralismo, hay potentes mecanismos de globalización que tienden a concentrar todo en la capital y que por esto mismo deberían ser compensados por una política territorial más generosa o simplemente más justa. Pero aquí también tenemos parte de la culpa de este retraso, porque si el Estado ha hecho poco, la Generalitat también: ha preferido construir una estructura de poder burocrático que pedir las cosas de verdad más necesarias para Catalunya.
7. Pero la forma de plantear el problema desde Catalunya no ha sido siempre la más justa. A menudo se ha afirmado lo catalán en contra del ser español, por ejemplo en la educación, donde los hijos de padres castellano parlantes ya no tienen el derecho a que sus hijos reciban la educación en su idioma materno, por lo menos en los primeros años (como pide también la ONU): los derechos de las personas no pueden ser pisados en nombre de los derechos de los pueblos. Mucha culpa de la situación que se ha venido a crear, es de los partidos políticos – de todos - porque todos han intentado instrumentalizar en su beneficio. Me repugna ver como se han fomentado sentimientos anticatalanes en el resto de España: quien cree de verdad en la unidad no lo debería hacer.
8. No se puede trasformar la propia pertenencia a un pueblo o a una cultura en un valor absoluto, en un ídolo, pretendiendo que sea la respuesta exhaustiva que necesita y busca nuestro corazón, sustituyendo a Dios. Los excesos de todos los nacionalismo son siempre malos. De esta forma se engaña al pueblo, no se educan los jóvenes, como a veces se ha hecho en estos 20 años, hasta hacerlos aún más escépticos y nihilistas. La identidad de un pueblo es un bien para todos, por esto, para afirmarse y crecer, no puede encerrarse en si misma, debe siempre estar abierta y enriquecerse, como ha ocurrido en la mejor tradición catalana.
9. Esta situación de enfrentamiento con España – y quizás pronto dentro de Catalunya - es preocupante. Una verdadera unidad debe respetar las identidades de las minorías (es el mejor test de la calidad de una democracia) y no puede ni ser impuesta por la fuerza, ni ser fruto simplemente del interés económico o de un equilibrio de poder: sería una unidad sólo tolerada, no una unidad que nace del amor al otro, porque el amor al otro diferente de mi es una riqueza para mi vida. Es hora que en Catalunya y en España se deje de afirmar la propia identidad como excluyente del otro y esto es tarea sobretodo de los cristianos; porque nosotros sabemos que una unidad más profunda es posible, porque hay una realidad que es capaz de unir pueblos distintos sin homologarlos, como ocurre en Europa desde hace 1.500 años con el cristianismo.
Es posible si ponemos al centro de nuestro hacer político no una ideología, si no nuestra pertenencia a Cristo y el amor a la unidad que Él genera, por delante de nuestra identidad cultural.
“Deus Caritas Est”: el contenido y el significado de nuestra vida es el amor.
Publicado por E-Cristians el 20-06-2006
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