La memoria histórica acorrala cada vez más a Zapatero (y a Rajoy)
Nuestra democracia no nace de la Segunda República. Buscar legitimidad donde no la había es un error histórico que se llevará por delante a Zapatero. Y a Rajoy si no reacciona.
El Parlamento Europeo ha aprobado una moción de condena del régimen de Francisco Franco, que acabó por la fuerza con un "régimen democrático" y "de libertades". Hasta ahora, esto no pasaba de ser una opinión que encontraba un apoyo menos que parcial en los hechos aunque más que notable en los historiadores. Notable, hay que decirlo, más por el desproporcionado sesgo ideológico de éstos que por la fiabilidad de sus opiniones al respecto. A partir de ahora esto viene a ser algo así como el Dogma de Fe Básico del nuevo régimen zapateril.
Esto de la "memoria" impuesta por ley tiene su gracia. La memoria es subjetiva, cada persona tiene una, cada comunidad puede tener una, y no se refiere a lo que sucedió en el pasado sino a la percepción que de ese pasado queda. Subjetivamente. Y otra cosa es la historia. En fin, un viejo debate erudito del que José Luis Rodríguez Zapatero no tiene probablemente ni la más remota idea pero en el que ha entrado como un dinosaurio en una pista de baile. Acompañado, eso sí, de tres cosas que la derecha política no tiene hoy: una ausencia total de complejos respecto al pasado y al futuro, una poderosa artillería de medios de comunicación y una aguerrida infantería de "creadores de cultura" (historiadores en este caso) bien amarrados al pesebre.
El hecho es el que es. Desde Europa Zapatero hace ratificar la luminosa legitimidad de los poderes operantes en España hasta el 18 de julio de 1936 y la ilegitimidad absoluta e inapelable del poder alzado a partir de esa fecha. Una condena que parece llevada hacia el pasado, y por eso parece ridícula. Pero que no lo es, porque la izquierda la quiere llevar al presente y más allá, sin que Mariano Rajoy se dé cuenta.
Por qué esta manía inesperada
La izquierda no perdona, nunca lo ha hecho. Pero Zapatero no es tan tonto como para llegar a esto por simple revancha. Su voluntad es construir un nuevo régimen y para lograrlo debe destruir el anterior, empezando por su legitimidad de hecho y de derecho.
No nos engañemos: el actual Estado español es el Estado nacido de la sublevación del 18 de julio de 1936. Esa nueva legalidad y nueva legitimidad evolucionaron, tras la muerte del dictador, hacia la actual democracia. Que no tiene nada que ver con la Segunda República. Hoy hay democracia porque los poderes del Estado franquista decidieron que la hubiese. Negar a esos poderes la legitimidad niega el fundamento mismo de la Constitución y sus cimientos necesariamente preconstitucionales, que no son en absoluto republicanos, desde la afirmación de la unidad indisoluble y soberana de la nación hasta muchas instituciones relevantes, Corona, Justicia, Fueros y Ejércitos entre ellas.
Así que no es un capricho de Zapatero: es un paso necesario hacia una legitimidad diferente, que excluya a la derecha y que incluya a la ETA.
Rajoy en malas compañías
Hermann Tertsch se nos escandaliza en El País porque junto al PP otros partidos se opusieron en el Parlamento Europeo a la osada, valiente y gallarda condena póstuma de Franco por Zapatero. Claro, tal vez el partido polaco Paz y Justicia de los hermanos Kaczynski no sea del agrado de Jesús de Polanco; pero es el mayoritario en Polonia y forma gobierno junto a Autodefensa y a la Liga de las Familias. Tal vez sean "revanchistas", pero al menos tienen buenas razones para serlo frente a un comunismo que han sufrido en sus carnes y que ha sido el régimen más sangriento de la historia de la humanidad. Peor es el revanchismo post mortem contra un régimen cuya principal culpa es fomentar la creación y enriquecimiento de Santillana.
¿Está Mariano Rajoy en malas compañías? Sí, pero seguramente no son las que José Borrell señala virilmente, sino la de esos democristianos que no votaron con él o lo hicieron a regañadientes, o la de esos consejeros áulicos y mediáticos que –aunque digan lo contrario- terminan azuzando sus complejos antinacionales y su monocultivo del centro liberal, que es la antesala necesaria del fracaso. Así que Rajoy puede, desde luego, hacer lo que quiera, pero su base social sabe perfectamente que en esto de la "memoria histórica" no caben deslices, porque no hay premios en un centro inexistente sino castigos probables en la sociedad real.
Hay errores por acción, y Zapatero está cometiendo uno. Rajoy cometería otro por omisión si se dejase vencer en este asunto. En torno a él se juega mucho más que la unidad, los principios y la continuidad del centro derecha en España. Rajoy debe defender un síntesis superadora de todas las divisiones, es cierto, pero sin aceptar la mentira y sin dejar que se le coloquen sambenitos por recibir el apoyo en Europa de partidos como el de Gianfranco Fini, el de Bertie Ahern o el de Pia Kjærsgaard, cuya legitimación democrática es notablemente más sólida que la de Armaldo Otegi, Gaspar Llamazares o Josep Lluís Carod-Rovira. Y menos viniendo del amigo confeso, en el pasado y en el presente, de los verdugos comunistas.
Cómo fue el "régimen democrático de libertades"
Zapatero nunca aceptará un debate cara a cara sobre esto de la "memoria republicana". Es demasiado fácil mentar Paracuellos o acordarse de Santiago Carrillo. La biografía de la Segunda República es sombría de esperanzas y roja de sangre. No se trató sólo de una persecución religiosa durante los primeros meses de la guerra civil y "explicada" por el apoyo católico a la sublevación del 18 de julio de 1936. Al revés, la Iglesia jerárquica apoyó la sublevación civil y militar, una vez que se había producido, como consecuencia de la persecución religiosa del Gobierno legal de la República.
Y la persecución no fue sólo religiosa. Contra lo que se pueda creer, fue esencialmente civil, social e ideológica, y los testimonios macabros para demostrarlo están ahí. Es difícil decir que la Segunda República fue un régimen de libertades porque, más allá de la letra de la Constitución y de las leyes –que por lo demás no eran especialmente generosas con la libertad de los no republicanos-, fue un régimen marcado por la intolerancia, por el sectarismo, por los asesinatos políticos, los golpes de estado, expropiaciones sin indemnización, censura de prensa, revoluciones marxistas y proyectos de revolución proletaria. Si fue un modelo, desde luego, no se trató del modelo adoptado en 1978. Afortunadamente.
Una vez despertada la "memoria histórica", es imposible ponerle coto. El obispo de Ciudad Real ha prohibido un homenaje al bando gubernamental de la Guerra Civil en los Dominicos de Almagro. ¿Una ofensa a la "memoria"? ¿Una muestra de la alergia "clerical y fascista" a la cultura? Tal vez, simplemente, que el vicario general del obispado de Ciudad Real, Miguel Esparza, ha recordado cómo murió en 1936 el obispo de la ciudad, y qué sucedió precisamente con los frailes de ese mismo convento. Ejemplos hay, desde luego, decenas de miles; la República de Zapatero consiguió que hasta en Olite haya hoy un beato, Juan Echarri. ¿Quieren ustedes que les cuente lo que el "régimen de esperanza" hizo en Barbastro en 1936?
Memoria tenemos todos. El gran problema es que si la memoria sesgada de unos pretende erigirse en alternativa a la verdad histórica todos tendremos que hacer memoria. Pero habrá sido una decisión del actual presidente del Gobierno. Quiere construir un cambio radical sobre la "memoria". Rajoy puede imponer el sentido común, y será mejor que se atreva a hacerlo.
Pascual TamburriEl Semanal Digital, 7 de julio de 2006
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