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Políticamente... conservador

Conociendo al Islam

La hora de la verdad

Los americanos necesitamos observar detenidamente lo que está pasando en Oriente Medio, porque es un reflejo de la guerra en que estamos inmersos. A un lado están Al Qaeda, Hamás, Hezbolá, Siria e Irán y sus aliados: Rusia, Francia, Grecia y la mayoría de la ONU; al otro, la única democracia en esa tierra asolada por el terror árabe y musulmán.

El origen de este frente de la guerra contra el terror es claro: el deseo de los terroristas musulmanes –el grupo más votado por los palestinos y el ejército chií que ocupa el Líbano, respaldados por Damasco y Teherán– de destruir Israel y echar a los judíos al mar.

La guerra revela la inviabilidad de un Estado palestino y la necesidad de establecer una fuerza ocupante civilizada en una región poblada por gente a la que se le ha lavado brutalmente el cerebro con una ideología de odio, lo que hace de su autogobierno un crimen anunciado.

Unos 10.000 judíos vivían en Gaza hasta hace bien poco, hasta la retirada israelí del año pasado. Eran tan creativos que, aunque ni siquiera representaban el 1% de la población, producían el 10% del PIB de la Franja. Productivos y respetuosos de la ley como eran, precisaban de la protección militar israelí. Así de incontrolable es el odio genocida que sienten los palestinos por los judíos (dicho sea de paso: más de un millón de palestinos viven pacíficamente en Israel, disfrutando de más derechos de los que disfruta cualquier árabe o musulmán en cualquiera de los países árabo-musulmanes). La presencia del Ejército israelí en Gaza también era necesaria para evitar que los palestinos genocidas y judeófobos atacasen con cohetes las guarderías israelíes.

El liderazgo israelí tomó la decisión de capitular ante el odio árabe: expulsó a los judíos residentes en Gaza y retiró las fuerzas que impedían que Israel fuera atacado por criminales árabes. En los meses que siguieron, los árabes no hicieron nada por introducir mejoras en su nueva patria, que entonces controlaban por completo. Todo lo contrario: eligieron ser gobernados por terroristas genocidas. Destruyeron la industria agrícola que los judíos habían creado, y que proporcionaba el 10% del PIB. Lanzaron alrededor de 800 cohetes contra Israel. Durante todo este desastre no llegó una sola palabra de condena contra los agresores de Gaza desde Francia, la ONU, Rusia y el resto de la comunidad internacional judeófoba, filoterrorista o apaciguadora de terroristas.

En consecuencia, el alto mando del ejército de Hamás, radicado en Siria, autorizó una nueva agresión: la excavación de un túnel para penetrar en Israel y el secuestro de un soldado israelí. Por añadidura, unos palestinos de la Margen Occidental ejecutaron a un autostopista judío de 18 años por el crimen de ser judío. Aún está por escucharse la condena contra los palestinos de los judeófobos de Francia, Rusia o la ONU. Este respaldo alentó al Hezbolá, patrocinado por Irán, a perpetrar otra agresión, esta vez desde el norte.

En esta guerra, el objetivo de Estados Unidos e Israel, y de toda la gente civilizada y amante de la libertad, tiene que ser la destrucción de las cúpulas de Hamás y Hezbolá, de sus infraestructuras y de sus capacidades militares. Si la ONU fuera digna de tal nombre expulsaría de su seno a Siria y a Irán y enviaría a la Margen Occidental y a Gaza una fuerza armada del Consejo de Seguridad para implantar una ocupación cuya duración no debería ser inferior a una generación.

Durante la ocupación, las escuelas de odio de la Margen y la Franja deberían ser reconstruidas desde los cimientos, para que los niños palestinos aprendan las normas básicas del comportamiento civilizado. Que aprendan, en vez de odio religioso y étnico, tolerancia; que aprendan a condenar a los terroristas suicidas, en lugar de venerarlos como mártires; que aprendan a clasificar como monstruos a especímenes como Samil Kuntar, el terrorista palestino que hizo rehenes a un padre y su hija y aplastó la cabeza de la niña contra una roca, tenido por héroe nacional y modelo para los niños palestinos.

El mundo no será un lugar seguro o decente hasta que los actuales regímenes de Gaza, la Margen Occidental, Siria e Irán hayan desaparecido. Esta es una guerra que todos los americanos deben apoyar.

Por David Horowitz

 

Libertad Digital, suplemento Exteriores, 18 de julio de 2006

El progresismo occidental frente al islamismo

En aras de la exaltación de la diversidad cultural, de la santificación del respeto a la otredad y de la glorificación de lo políticamente correcto hemos arribado a una situación absurda en lo que respecta a la denuncia del terrorismo islámico.

Estallan en mil pedazos subtes en Londres, trenes en Bombay y en Madrid, autobuses en Jerusalén; rascacielos en Nueva York, hoteles en Egipto, Indonesia, Marruecos, y en Occidente aún parece haber espacio para el decoro y la sensibilidad hacia aquellos que, con vistas a alcanzar el Paraíso, están transformando la Tierra en un infierno.

Ahora sabemos que en Inglaterra, víctima reciente del terror musulmán, el influyente diario The Guardian tenía entre sus colaboradores a un militante de la agrupación integrista Hizb ut Tahrir, con vínculos con el terrorismo islámico. El periodista en cuestión, Aslam Dilpazier, había sido contratado por el diario "para acrecentar la diversidad étnica en la redacción", según explicaron fuentes internas del medio.

Organizaciones radicales como Al Muhajiroun –que bregó para que "la bandera negra del Islam flamee sobre Downing Street"– y personajes como el jeque Omar Bakri Muhamad –que regularmente llamaba a la guerra santa contra Occidente– habían sido largamente tolerados en la tierra de Su Majestad. Asimismo, un informe conjunto de los ministerios británicos de Interior y Exterior de mediados del año pasado, titulado Jóvenes Musulmanes y el Extremismo, sugería que "el término fundamentalismo islámico es inadecuado y debería evitarse, porque algunos musulmanes perfectamente moderados probablemente lo perciban como un comentario negativo a propósito de su aproximación a su fe", y recomendaba "persuadir al público y a la prensa de que los musulmanes no son el enemigo interno".

Esto fue unos meses antes de los atentados múltiples del 7 de Julio, perpetrados por musulmanes británicos de ascendencia paquistaní. Esta desubicada rectitud política persistió aun luego de los ataques: la BBC tildó a los atacantes de "terroristas" sólo por un breve período; apenas unas horas después de la masacre abandonó el término, llegando incluso a reemplazar dicha palabra de informes ya publicados en su website por la más aséptica bombers, "que ponen bombas".

Esta cortesía delirante no es patrimonio exclusivo de los británicos. Al propio pueblo estadounidense le tomó casi tres años utilizar las palabras "terrorismo islámico" para definir al enemigo que enfrenta. Ello sucedió cuando la comisión investigadora de la gestión de la comunidad de inteligencia estadounidense previa al 11-S concluyó que EEUU no estaba enrolado en una genérica y vagamente descripta "lucha contra el terror", sino contra el "terrorismo islámico".

Durante el 11º acto de conmemoración de la voladura de la AMIA, celebrado en Buenos Aires menos de dos semanas después de los atentados acaecidos en Londres, ni uno solo de los oradores fue capaz de pronunciar la palabra "islámico" en sus discursos, optando en su lugar por denunciar genéricamente a los "terroristas" y a los "fundamentalistas" que perpetraron la matanza de 85 civiles en nuestra patria. Y todavía subsiste la farsa en los aeropuertos internacionales de efectuar chequeos al azar; como si revisar la cartera de una anciana chilena o los zapatos de un niño sueco fueran a aumentar la seguridad de los pasajeros, en lugar de inspeccionar a individuos que respondan al perfil del sospechoso típico.

Ciertamente, por momentos parecería que Occidente se hallara bajo el hechizo de una profundamente desquiciada pseudotolerancia progresista. Así, el Comité Internacional de la Cruz Roja –cuyos miembros musulmanes han objetado por décadas la aceptación del Maguen David Adom, la agencia humanitaria israelí, finalmente incorporada muy poco tiempo atrás– debe abstenerse de usar la cruz cuando opera en Irak, porque a los musulmanes iraquíes no les agradan los símbolos cristianos. La elitista universidad de Yale aceptó como alumno a Rahmatulla Hashemi, ex vocero del régimen talibán, sin que éste diera muestra pública de arrepentimiento. Inglaterra consideró anular la conmemoración del Día del Holocausto porque, de alguna manera, era ofensivo para los musulmanes del país; finalmente, Tony Blair rechazó la idea de englobar la Shoá dentro de un genérico Día del Genocidio. La municipalidad de Sevilla ha removido la figura del Rey Ferdinando III (patrón y santo de la ciudad) de sus celebraciones porque éste luchó contra los moros durante 27 años, tantos siglos atrás. En Italia se ha considerado quitar un fresco de Dante que adorna el techo de la catedral de Bolonia porque Mahoma aparece en el infierno.

Mohamed Bouyeri –el musulmán holandés de ascendencia marroquí que degolló al cineasta Theo van Gogh en Ámsterdam, en plena vía pública, por un film sobre el status de la mujer en tierras musulmanas, que, según él, ofendía al Islam– había sido presentado en la prensa holandesa, dos años antes, como un ejemplo de buena integración cultural. En esta nación, cerca del 80% de la población estuvo a favor de expulsar de su patria a Ayaan Hirsi Ali, una firme crítica del Islam radical, apelando como excusa a un tecnicismo burocrático. En las escuelas secundarias de Dinamarca, cuyo secularismo les ha impedido introducir la Biblia como material de estudio, se enseña no obstante el Corán. En Suiza, Tariq Ramadán –nieto de Hasan al Banna, fundador de la Hermandad Musulmana, y él mismo un polémico radical– es profesor en la Universidad de Friburgo y una reconocida figura mediática.

Sami al Arian –personaje vinculado a agrupaciones fundamentalistas– fue profesor en la Florida International University hasta que un escándalo precipitó su destitución. Yusuf al Qaradaui –buscado bajo cargos de terrorismo por las autoridades egipcias, y clérigo que aprueba golpizas a las esposas musulmanas y la pena de muerte para los homosexuales– fue recibido el año pasado en una ceremonia oficial por el alcalde de Londres.

Y, por supuesto, existe Hollywood, esa meca del progresismo occidental en la que incluso películas realizadas luego del 11 de Septiembre denotan dificultad en presentar a los musulmanes en el rol de los malvados. El film La suma de todos los miedos presenta a neonazis europeos en el papel de los malhechores que desean hacer explotar una bomba atómica en suelo estadounidense. Se trata de la versión en celuloide de una novela homónima de Tom Clancy en la que quienes planean semejante atrocidad son en realidad terroristas palestinos.

No es coincidente que haya tomado un caso del cine, puesto que, como están dadas las cosas, éste y nuestra realidad tienen en la ficción su común denominador. Es difícil determinar quién es más ilusorio en su percepción del Islam fundamentalista, si los creativos de la industria del celuloide o la legión de periodistas, políticos e intelectuales que gestan la forma políticamente correcta de captar y representar dicho fenómeno. Esta cosmovisión ingenua y derrotista de la intelligentsia occidental quedó legendariamente plasmada en estas palabras del escritor norteamericano John Updike, quien poco tiempo atrás decía al New York Times, acerca de su nueva novela, titulada Terrorist: "No pueden pedir, en cierta forma, un retrato de un terrorista más compasivo y tierno que el mío".

En el hecho de que ninguno de estos intelectuales pueda entender que no es precisamente nuestra compasión y ternura lo que debemos brindar a los islamistas fanatizados decididos a aniquilarnos yace la clave de la tragedia occidental.

Julián Schvindlerman, escritor y analista político argentino. Autor de Tierras por paz, tierras por guerra (Ensayos del Sud).

Libertad Digital, suplemento Fin de Semana, 15 de julio de 2006

La futura yihad

Walid Phares es un libanés exiliado en los Estados Unidos. Abogado y con experiencia académica en la universidad americana, reside en la actualidad en el área metropolitana de Washington DC, donde trabaja en la Fundación para la Defensa de la Democracia, un think-tank privado cuyo objetivo es la promoción y la extensión de la democracia liberal en el mundo.

Walid Phares no es un cualquiera al hablar del mundo musulmán y del extremismo islámico. Lleva años escribiendo sobre el peligro que representa el islamismo para Occidente y para los propios musulmanes que no son islamistas, esto es, que no buscan imponer en la Tierra el proyecto purificador y totalitario de un Islam inamovible, revelado al profeta por el mismo Alá y del que sólo cabe aceptarlo en su totalidad, sin interpretación personal alguna.

Phares saltó a la fama gracias a unas entrevistas televisivas posteriores al 11 de Septiembre. Los ataques sobre Nueva York y Washington, y la repentina "revelación" popular tanto de la figura de Ben Laden como de su organización, Al Qaeda, hicieron que surgieran muchas preguntas sobre quiénes eran los asesinos y el por qué de sus acciones. Muchas de esas preguntas se dirigieron entonces al doctor Phares.

En buena medida, el libro que comentamos, recién editado por Gota a Gota, la editorial de FAES, la fundación que preside José María Aznar, es una condensación y una profundización de las respuestas que su autor dio y sigue dando para tratar de explicar el fenómeno y la amenaza del Islam radical, el islamismo.

La edición original del libro en inglés era un gran repaso cronológico de cómo había nacido y se había desarrollado el extremismo islamista, hasta convertirse en el terrorismo que hoy amenaza cualquier rincón del planeta con su sueño de reconstituir el Califato. En la edición de Gota a Gota se incluyen más de 70 páginas nuevas, escritas para la ocasión, donde el autor intenta evaluar el estado de la yihad en las distintas zonas del mundo en que ha hecho acto de presencia, desde Europa al Pacífico, pasando por Oriente Medio. Aunque sólo fuera por estas páginas, ya merecería la pena leer la obra. Pero hay más, bastante más.

Para Walid Phares, la cosa es bien sencilla: el islamismo radical, cuya figura central es la yihad contra occidentales e infieles, cruzados, judíos y apóstatas de la fe, ha dado pie a su versión más radical, el terrorismo de Al Qaeda. Y Al Qaeda, por mucho que nos cueste asimilarlo, nos ha declarado la guerra. Una guerra total que, según la visión de los islamistas, sólo puede conducirles a la victoria aplastante, a la instauración del reino de Alá sobre las casa del Islam.

Ahora bien, aunque el mundo se quedara fijado en Al Qaeda desde el 11 de Septiembre, la obra de Phares nos viene a recordar dos cosas. La primera, que la yihad ya viene de lejos, con una protohistoria que arranca de la mano del terrorismo palestino de la década de los 70 y una historia que comienza a finales de esa década, con la instauración de la República Islámica de Irán y los primeros pasos de la resistencia antisoviética en Afganistán. La guerra del Golfo de 1991 no haría sino acelerar su maduración. La década de los 90, de hecho, está sembrada de atentados conducidos por elementos de Al Qaeda, aunque, sin lugar a dudas, el más ambicioso y espectacular hasta la fecha haya sido el ataque coordinado del 11-S.

La segunda idea de Phares nos dice que Al Qaeda no ha creado la yihad. Al contrario, Al Qaeda es una hija de la yihad. Por lo tanto, no deberíamos concentrar tanto nuestra atención sobre esa organización terrorista –aunque sea, con mucho, la más letal de todas las organizaciones del terrorismo islámico–. Para Phares, Al Qaeda es el producto destilado de una ideología que se ha venido cocinando durante décadas y a la que hay que combatir de manera eficaz, si de verdad se quiere vencer al terrorismo islamista.

La verdadera amenaza, pues, nos dice Phares, no es únicamente el terrorismo de Al Qaeda, sino una ideología extremista, totalitaria, islamofascista si se prefiere, que hunde sus orígenes en distintas patas y lugares pero que ahora confluye con toda su intensidad y fuerza para convertirse en una insurgencia global. Esas patas, tal y como se describen en el libro, son esencialmente tres: el movimiento social, de abajo arriba, inspirado por los Hermanos Musulmanes, la organización creada en Egipto en los años 20 por Al Banna y, tras su fallecimiento (1946), liderada espiritualmente por Sayyid Qutb (1906-1966), tal vez el mayor y más influyente teórico del islamismo (junto con el paquistaní Abdul Alá Maududi [1903-1979]); en segundo lugar, la vertiente oficialista, de arriba abajo, del wahabismo en Arabia Saudí, donde, a cambio de garantizar la legitimidad de la casa Saud, el Gobierno otorgó carta blanca a los clérigos radicales y los impulsó a propagar sus ideas antimodernizadoras y antioccidentales fuera de las fronteras del país; y, en tercer lugar, el jomeinismo, en tanto que vertiente revolucionaria que tiene por objetivo colocar a la minoría chií como vanguardia y líder del mundo islámico, apoyándose en el control férreo del Estado persa.

El resultado de muchos años de acumulación de las enseñanzas de unos y otros ha sido la generación de una corriente de opinión y una forma de entender la vida profundamente cerrada, arcaica y que culpa de la falta de progreso y del estado actual del Islam no a los dirigentes musulmanes, sino a los occidentales y a los judíos. La narrativa de este largo proceso, de más de 80 años, está espléndidamente desarrollada por Phares.

Es interesante destacar también el análisis que realiza de los dos factores que han propulsado más recientemente el crecimiento espectacular del islamismo: por una parte, la acumulación de riqueza sobrevenida por las ganancias del petróleo (se calcula que los beneficios del alto precio del crudo permitieron a Arabia Saudí invertir el año pasado cerca de 5.000 millones de dólares en actividades de propagación del extremismo islamista); por otra, las ventajas de la aplicación de las nuevas tecnologías, como internet, no sólo para diseminar la ideología del odio, la violencia y la muerte, también para mantener una comunidad virtual de los islamistas. Hoy, un joven como los que se inmolaron en Londres el 7-J o como los que perpetraron los atentados del 11-M está más cerca de lo que se difunde desde una cueva de Tora Bora que de sus vecinos. Sólo a un clic en el teclado de su ordenador.

Y esto es un hecho más que relevante, si se quiere confrontar el fenómeno de la propaganda islamista y frenar la tasa de reclutamiento de jóvenes radicales, convertidos en terroristas de la noche a la mañana.

En fin, quienes piensan que la amenaza del terrorismo islámico y de Al Qaeda ha sido exagerada tienen como lectura obligada esta obra de Phares. Se darán cuenta de que eso sólo es la punta del iceberg de algo mucho mayor, una ola de islam radical que está dominando la agenda del mundo musulmán y que amenaza con convertirse en un tsunami que todo lo arrase. Quienes sí creen en el riesgo existencial que significa para nosotros el terrorismo islámico tienen aquí una exposición detallada de la ideología que alimenta la yihad, de sus orígenes intelectuales y de las etapas de su desarrollo.

Hace unos meses, el secretario americano de Defensa, Donald Rumsfeld, se preguntó: ¿pero estamos ganando o perdiendo esta guerra? Para una posible respuesta, lea La futura yihad. Es lo mejor.

Por Rafael L. Bardají

Walid Phares: La futura yihad. Gota a Gota, 2006; 540 páginas.

Libertad Digital, suplemento Libros, 14 de julio de 2006.

Delenda est Hizbulá.

Cuando el Tsahal israelí se retiró precipitadamente del sur del Líbano, un 23 de mayo de 2000, apremiado por el Partido de Dios (Hizbulá), cometió un inmenso error: aplazar sine die un ineludible enfrentamiento a muerte con ese implacable enemigo, que se produciría, además, a las puertas de su estrecha casa.

Hizbulá nace en el seno de la siempre postergada minoría mayoritaria chiíta libanesa gracias a los vientos revolucionarios del Irán de Jomeini y de los -menos etéreos- centenares de guardianes de la revolución allí destacados con la misión de extender la revolución islámica por el mundo, aprovechando la oportunidad que presentaba el dramático conflicto civil libanés.

Poco a poco este nuevo actor desplazó a los chiítas moderados de Amal; ganó un extraordinario prestigio al forzar la retirada de los marines norteamericanos y los paracaidistas galos de Beirut al ocasionarles el 23 de octubre de 1983 más de tres centenares de muertos; “limpió” de milicias cristianas y sunitas los que consideraba “sus” territorios; desplegó una larga ofensiva terrorista de desgaste contra Israel y el mal denominado Ejército del Sur del Líbano (ESL), por medio de numerosos hombres-bomba… hasta conseguir tejer un verdadero “Estado dentro del Estado”. Y más cuando el gobierno libanés, incluso concluida la guerra civil, nunca terminó de consolidar un verdadero Estado; laguna que colmó Hizbulá con pragmáticas actuaciones sanitarias, económicas y educativas.

Su apoteosis la alcanzó ese 23 de mayo de hace seis años cuando logró expulsar a los soldados judíos, de suelo libanés, eliminando a las débiles y desmotivadas milicias del ESL. Pero lo que los israelíes presentaron como una “retirada estratégica”, para Hizbulá era la prueba de que el enemigo sionista podía ser derrotado…

Al servicio del ímpetu de los radicales de Teherán empeñados en desafiar a la comunidad internacional con su peligroso Programa Nuclear, y aliado táctico de un régimen laicista socializante (el del partido sirio único Baas), al que únicamente le une su rabioso antisionismo, Hizbulá constituye una anormalidad, de trazas netamente terroristas, en la política internacional. No es un Estado, ni tampoco una nación; no es un “ejército regular”, pero tampoco es una organización clandestina terrorista “clásica”; más que un partido político, es una “comunidad en marcha”; no es un ente cuasiestatal reconocido en los foros internacionales, pero desempeña un destacado papel en el juego de alianzas de Oriente Medio. Es, en definitiva, un factor permanente de desestabilización de la zona: neutralizando los esfuerzos unitarios de los frágiles y divididos gobiernos libaneses, coaligándose con algunos de los mayores enemigos actuales de la administración norteamericana, acechando al vecino Estado judío, tejiendo una red clandestina potencialmente terrorista por medio mundo…

Siria, por su parte, aunque formalmente retiró a sus tropas de Líbano hace ya un año, nunca ha dejado de estar presente allí: asesinando a destacados políticos y periodistas antisirios, por medio de sus simbióticas relaciones comerciales y políticas y, sorprendentemente, por medio de su aliado Hizbulá, liderado con mano de hierro por Hassan Nasrallah.

Pero este auténtico Estado de hecho, que suplanta al libanés en una buena parte de su territorio, y empeñado en una confrontación contra su enemigo más odiado, ha cometido un error de medida. En el año 2000, con su precipitada retirada, Israel creía solventar, mal que bien, un problema que le desgastaba desde hacía lustros. Pero, ahora, el Estado judío se siente gravemente amenazado por los radicales chiítas libaneses EN su propia casa y cuando el proceso de paz con la Autoridad Nacional Palestina se encuentra asfixiado; lo que, al margen del partido que gobierne, jamás tolerará.

Para Hizbulá la alternativa es la siguiente: o se transforma, definitivamente y quiera o no quiera, en un partido MÁS del frágil equilibrio libanés, olvidando para siempre la mentalidad y tácticas terroristas que tan buenos resultados le proporcionaron y el rol internacional que nunca debió ejercer, o será destruido implacablemente por el Tsahal; arrastrando en su hundimiento al martirizado Líbano. Y si espera que los países árabes formen una piña en su defensa, que miren atrás en la Historia: comprenderán que esta ocasión no será distinta a las anteriores.

Líbano, en cualquier caso, pierde. Aunque Hizbulá sea destruido militarmente, su radicalismo, prestigiado por su límpida hoja de servicios, será foco de atracción de las más numerosas y militantes masas libanesas (las chiítas), lo que no fortalecerá internamente a ese país, sino que seguirá siendo una bomba de relojería que, antes o después, explotará. ¿La alternativa para un Líbano pluralista y democrático?: entregarse nuevamente a los brazos sirios. O ellos, o el integrismo chiíta. Una alternativa, en cualquier caso, nefasta y que augura una más que probable transformación del que constituyera el milenario país de los cedros, cristiano mayormente y maronita; salvo que el régimen sirio sea derrocado a resultas de su sorda confrontación con estados Unidos. En todo caso, una perspectiva dramática y preocupante.

Fernando José Vaquero Oroquieta

Páginas Digital, 17 de julio de 2006

Las universidades holandesas acuerdan autocensurarse cuando hablen del Islam

En un encuentro de rectores universitarios celebrado en Ámsterdam, se ha acordado que “la libertad de cátedra debe ser reinterpretada” de modo que no ampare “opiniones acientíficas” sobre el Islam. Se trata de evitar que se divulguen postulados como el de un profesor de Utrecht que sostiene que “el odio irracional de los nazis hacia los judíos ha sido adoptado por el Islam contemporáneo”

Por ocho votos contra dos, los rectores holandeses acordaron limitar la libertad de cátedra de los profesores universitarios para así evitar el “antagonismo” con el Islam. Según publica De Volkskrant, el origen de este debate ha sido la censura de una conferencia el mes pasado del profesor retirado de la Universidad de Utrecht Pieter W. van der Horst. La tesis central que iba a defender Van der Host es que “la islamización del antisemitismo europeo es una de las tendencias más preocupantes de las últimas décadas”. El rector consideró que estas opiniones son “acientíficas” y que “incitan” a la violencia de “unos grupos contra otros”. Además, alegó el peligro de que “estudiantes islámicos boicotearan la conferencia”, en cuyo caso la universidad “no podría garantizar la seguridad de Van der Host”.

El profesor tuvo que leer una versión de la conferencia censurada por el rector. El texto íntegro, sin embargo, ha sido publicado en la página web de la Facultad de Teología de esta Universidad, junto con una resolución crítica hacia la decisión del rector. Esto ha dado un lugar a una intensa polémica en Holanda, precisamente cuando acaba de dimitir el Gobierno, entre otras cosas, por la retirada del partido D66 –heredero de la revolución del 68- en protesta por las políticas de inmigración.

Análisis Digital, 13 de julio de 2006

La agresión contra Palestina

Habrá quienes se sorprendan de que un asesinato arrastrara a más de treinta países a una guerra que abarcó medio planeta, derrumbó cuatro imperios y dejó un saldo de ocho millones de muertos y otros tantos inválidos. Serán los que atribuyan la Primera Guerra Mundial exclusivamente al magnicidio, en Sarajevo, del archiduque Francisco (28-6-14), una ligereza similar a atribuir el reciente operativo israelí en Gaza (28-6-06) sólo al secuestro de ciudadanos israelíes por parte del Gobierno palestino (uno de ellos, el adolescente Elías Asheri, fue asesinado minutos después de ser raptado).

De la magnitud de la operación Lluvias Estivales uno podría destacar que si nuestro país moviliza a miles de sus soldados para rescatar a un compañero de las garras del terror es porque está comprometido hasta el tuétano con defender la vida de su población, en contraste con nuestros enemigos, que enseñan a sus hijos a matarse desde pequeños y no hacen más que generar en sus propios ciudadanos penurias y sufrimiento.  Dicho compromiso viene ya registrado en el Talmud, que coloca el rescate de cautivos como uno de los preceptos centrales del judaísmo (tratado de Bava Batra, 8).

Mañana, precisamente, se cumplen treinta años de un célebre rescate: el de Entebbe, en Uganda, cuando la Fuerza Aérea Israelí liberó (4-7-76) a cien civiles secuestrados por dos bandas terroristas: la alemana Baader-Meinhof y la palestina FPLP. Del avión, de Air France, habían sometido como rehenes a los pasajeros judíos (no sólo a los israelíes). Y el piloto francés Michel Bacos, por haber intentado permanecer solidariamente con sus pasajeros en cautiverio, al regresar a Francia fue… sancionado.  

El heroísmo de la acción en Entebbe fue documentado en muchos libros y películas, y en Israel acaba de publicarse un epistolario del comandante del operativo, Ionatán Netanyahu (hermano del jefe de la actual oposición), que murió durante la gesta. En cuanto a los medios europeos, ni siquiera permiten que el evento se recuerde. Ningún testimonio de la agresión que sufre Israel se filtra en sus páginas o informes, ya que ello podría despertar a los europeos acerca de quién es el agresor en Oriente Medio. 

Pero lo fundamental es que el presente operativo israelí trasciende tanto el secuestro de Guilad Shalit como otros secuestros y qasams, los atentados suicidas y diversas variantes del islamismo, todas ellas meros medios de su empecinado objetivo: aniquilar el Estado hebreo.  Una vez más, Hamas declara su necrofilia: "Preferimos morir todos antes que aceptar el derecho de Israel a existir"; mientras el Ministerio de Exteriores francés declara su cinismo: "Pedimos que se libere a los líderes de Hamas".  

El secuestro de nuestros jóvenes no fue sino la gota final de esta etapa del persistente ataque que padecemos, la única verdadera "agresión contra Palestina": la que los regímenes árabes vienen perpetrando contra los judíos durante un siglo.  

Mientras el sionismo ha dedicado sus mejores esfuerzos a la construcción de Palestina, y creado en ella ciudades y forestación, parques industriales, universidades y escuelas para judíos y árabes, el islamismo no ha aportado a los palestinos más que bombas y el entrenamiento de párvulos en la sacra inmolación. Es un dato que deberían sopesar quienes se consideren "propalestinos": es mejor el apoyo al pueblo palestino por medio de ayudarles a vivir en vez de alentarlos a morir para matar.  

Dos grandes contradicciones  

Hasta 1948 los "palestinos" eran los judíos de la Tierra de Israel. Incluso la Brigada Palestina de voluntarios que defendieron la República española estaba compuesta por israelitas. El gentilicio no se aplicaba a los árabes sino a los hebreos: diario palestino, orquesta palestina y banco palestino; todos judíos.  Además, como no había "ocupación", los árabes que habían inmigrado a Palestina (atraídos por el florecimiento económico promovido por el sionismo) podrían perfectamente haber establecido su Estado en los territorios que hoy dicen reclamar, que no estaban en poder de Israel.

Si jamás crearon su Estado, ni nada, fue porque nunca fue su objetivo crear, sino aniquilar lo que creemos nosotros.  Cuando nació el Estado judío (14-5-48), la apropiación del término "palestinos" facilitó a Europa la instalación del mito de que alguna vez existió "un Estado palestino".

Israel no está exento de culpa en la difusión de esa farsa, ya que, en su judaica obsesión por alcanzar la paz, optó por auxiliar a los líderes palestinos (árabes) que fingían moderarse.  Pero ahora todo está claro. El Gobierno palestino (árabe) es Hamas, promete destruir Israel y actúa en consecuencia. Su plataforma cita a Los Protocolos de los Sabios de Sión, tal como hiciera hace poco el delegado sirio ante la ONU (31-5-06), cuando culpó a Israel de las dos guerras mundiales.  

Y así caen en dos grandes contradicciones. La primera es que por un lado se niegan a reconocer el hecho de que Israel es un Estado judío, pero por el otro continúan blandiendo contra éste la judeofobia trasnochada, acusándolo de los mismos cargos que antes se agitaban contra el judío no estadual: sanguinario, dominador del mundo, incurablemente pérfido. La segunda es que por un lado esgrimen combatir contra la ocupación, pero por el otro atacan sin pausa a un Israel que precisamente, de palabra y acción, quiere retirarse para terminar con toda ocupación.  

No sólo rechazan misteriosamente el repliegue unilateral de Israel: se oponen incluso a la alternativa de que Israel se retire de territorios bajo su soberanía habitados por árabes. Su aspiración parece ser "Israelíes, ¡fuera!... Pero llévennos con ustedes". Un mensaje paralelo al de los moros melillenses con respecto a España, o al de muchos hispanoamericanos ante EEUU.  

Es que la retirada israelí los privará del chivo expiatorio perfecto para seguir trinando contra el "fuera" mientras siguen conformando un resabio medieval en pleno siglo XXI. Cuando proceden a manifestaciones multitudinarias, son siempre violentas, pero nunca contra sus propias lacras. Sólo saben denunciar las "agresiones" que reciben de ajenos. Y eso que los palestinos (árabes) recogen del exterior una ayuda sesenta veces mayor que la que reciben, por ejemplo, los africanos.  

Nunca se ha visto una manifestación masiva árabe-musulmana en aras de la paz, de esas que asiduamente pueblan Occidente en general e Israel en particular. Y secuestran también los foros internacionales.  

La nueva Agencia de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra debutó con el pie izquierdo: en su primera reunión (30-6-06) decidió por 29 votos (árabe-musulmanes) contra 12 (europeo-occidentales) que en todas sus asambleas se monitoree "la violación de Derechos Humanos por parte de Israel". Así quedará asentado que los países árabes respetan sin restricciones los Derechos Humanos y que la ONU hará bien en concentrar sus esfuerzos en uno solo de los 192 países que la componen.  

Si Israel desapareciera buscarían otro chivo expiatorio, una vez quedara claro que el mundo árabe permanece tan misógino, opresor y corrupto como siempre. Como dijera Israel Zangwill en 1920: "Si no hubiera judíos, habría que inventarlos (...) Son indispensables como antítesis de una panacea; causa garantizada de todos los males". Pero Israel no va a desaparecer, entre otros motivos gracias a la actual acción militar, que apunta a dar un golpe certero a la infraestructura terrorista palestina. Así lo expuso (30-6-06) el ministro de Defensa y jefe del laborismo israelí, Amir Peretz: ''Los palestinos no recogen ninguna oportunidad de paz que se les ofrece. No permitiremos que se disfracen de policías durante una parte del día y de terroristas la otra, y se aprovechen de los trajes y las corbatas para encubrir el terror y el secuestro''.  

Fueron declaraciones bastante más atinadas que las de Jack Straw, que pedía "no castigar al pueblo palestino por haber elegido incorrectamente en las elecciones". Pero si no es por eso: es porque no dejan de matarnos, porque se adoctrinan para el terror suicida, porque mantienen a sus pueblos bajo la opresión y la miseria en lugar de dedicarse a construir. Esa es la verdadera ocupación.  

Nuestra lucha no se remite a liberar a un soldado cautivo, y tampoco es por un pedazo de tierra. Es existencial, por la supervivencia de Israel.   

Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores judíos (Universidad ORT de Uruguay). 

Libertad Digital, suplemento Exteriores, 4 de julio de 2006 

¿Es posible un diálogo entre religiones misioneras?

El cardenal Christoph Schönborn analiza la relación entre Islam y Cristianismo

VIENA, martes, 20 junio 2006 (ZENIT.org).- Las religiones que por naturaleza son misioneras, es decir, que quieren hacer discípulos, ¿pueden dialogar verdaderamente con miembros de otras religiones? A esta pregunta responde uno de los teólogos más reconocidos en estos momentos, el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena.

Lo hace en el artículo «Vías de la misión», escrito por el purpurado en el tercer número del semestral internacional «Oasis», revista plurilingüe del Centro internacional de Estudios e Investigaciones «Oasis» (www.cisro.org) para el diálogo con el islam.

En su reflexión, el arzobispo de Viena, quien colaboró decisivamente en la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica. se interroga sobre la posibilidad de lograr conjugar la dinámica misionera, que está en la esencia de religiones como el cristianismo y el islam, con los principios que deberían animar el diálogo interreligioso, es decir la tolerancia, la conciencia del otro, y el respeto a la libertad religiosa.

«El diálogo se ve con frecuencia como opuesto a la misión: o misión o diálogo --comienza constatando el cardenal Schönborn--. Pero tanto el cristianismo como el islam son religiones claramente misioneras. Lo demuestra toda su historia, su presente y sobre todo la historia de sus orígenes.

En la Biblia cristiana, al final del Evangelio de Mateo, se encuentra el encargo misionero universal que Jesús, antes de su Ascensión, dio a los apóstoles y por tanto a los cristianos: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes» (Mateo 28, 19).

«Pero también el islam se concibe como una religión misionera: en la revelación del Corán --sostienen los musulmanes--, estaría indicada el camino que Dios ha destinado a todos los hombres. Todos los hombres la deben conocer y por tanto deben poder decidirse por la verdadera vía».

Por tanto el islam ha tenido un carácter misionero desde el primer instante y «si no lo fuera, se traicionaría a sí mismo», añade.

«¿Cómo entonces puede crecer un diálogo entre nuestras religiones? ¿No será siempre sólo una jugada estratégica ante la situación del panorama internacional? ¿No será siempre visto el diálogo por los representantes celosos de ambas religiones simplemente como una “solución soft" y por ello despreciada?», se pregunta.

«Ni el cristianismo ni el islam son monolitos --observa sin embargo--. La cristiandad vive, como el islam, en una multiplicidad de direcciones, que tal vez se han combatido violentamente y que siguen combatiéndose siempre», explica.

«La diferencias conciernen por una parte y por la otra al método, la vía de la misión». En este sentido, la cuestión es «si la misión puede recorrer sólo la vía de la persuasión personal del otro, o si puede convertirse también en un instrumento de presión política, militar y económica».

«Sobre esto el cristianismo y el islam, en su historia tan llena de conflictos, pero también de contactos, han dado respuestas muy diferentes», observa.

Sin embargo, «estas pocas indicaciones bastan para recordar que la cuestión misionera, tanto dentro de nuestras comunidades religiosas como entre ellas, debería figurar en los primeros lugares de la agenda de nuestro diálogo».

Y esto porque la misión constituye «la señal de la vitalidad de las religiones» pero al mismo tiempo encierra también «un gran potencial de conflicto», explica.

El purpurado enumera tres tareas que pertenecen «a la urgente e inaplazable agenda de los próximos años», que permitirán a las dos religiones seguir con fidelidad su mandato misionero y al mismo tiempo «mostrar y promover su compatibilidad con las instancias de una sociedad pluralista y democrática».

En primer lugar, afirma, «necesitamos, dentro del cristianismo y del islam (y de otras comunidades religiosas) un diálogo iluminador sobre la pregunta acerca del significado de nuestra tarea misionera constitutiva».

«¿Qué es la misión según Jesús, según el Corán? ¿Cómo debe, como puede darse la misión? ¿Como se sitúa respeto a la libertad de conciencia y de religión? ¿Cómo se sitúa respecto a los requerimientos de un mundo plural?», indica.

En segundo lugar, «dentro de nuestras respectivas comunidades religiosas, hay una urgente necesidad de diálogo y clarificación sobre la cuestión del 'proselitismo'», tema recurrente entre las Iglesias ortodoxas y la católica, y que también se da en la sociedad islámica mundial, prosigue.

Por último, «necesitamos un diálogo intrarreligioso sobre la cuestión de la misión, un diálogo que considere nuestra historia (nuestras historias) de misión (...), que ponga sobre el tapete abiertamente nuestras preocupaciones recíprocas, que cite abiertamente los peligros de la intolerancia, de los atentados a la libertad religiosa y que los haga objeto de esfuerzos comunes de corrección», añade.

«Como religiones con un mandato misionero, somos, estoy convencido, responsables ante Dios y ante el mundo de buscar los puntos en común de nuestros mandatos misioneros y de llevarlos juntos a la práctica», subraya.

«¿Acaso el Omnipotente no nos ha dado quizá a todos nosotros a través de la revelación y de la voz de la conciencia la tarea santa de trabajar en todas partes por la justicia, aliviar la miseria, combatir la pobreza, promover la educación, reforzar las virtudes del vivir juntos y así contribuir a un mundo más humano?», se pregunta.

«Un día seremos llamados ante Dios para dar cuenta de si hemos cumplido juntos nuestra misión. Y seremos llamados a dar cuentas de si hemos dado, a los muchos hombres que no saben creer en Dios, un testimonio creíble de la fe en Dios, o si a través de nuestros conflictos hemos aumentado el ateismo», concluye.
ZS06062002

DESDE JERUSALÉN: Una activa década de inexistencia

Habla bien de la Cristiandad que entre los problemas sociales que aquejan a la Humanidad no se mencione el odio anticristiano. Esta omisión no es negligente: resulta de un simple respeto a las proporciones. En términos relativos, la mayoría de los cristianos viven en plena libertad y con acceso a la prosperidad, y su persecución y muerte son lacras del pasado.

Paralelamente, pocos consideran necesario invertir recursos en neutralizar la budistofobia o la lusofobia. Aunque debe de haber individuos que albergan rencores contra budistas o portugueses, no cabe denunciarlos como si fueran una acuciante epidemia.

 

En cuanto a la judeofobia, sigue empecinada en constituir un problema, aunque menor que el de hace unas generaciones. Nos hemos extendido en otras oportunidades sobre los israelitas asesinados en virtud de su identidad y sobre la demonización a la que a veces se somete al judío de los países.

 

Pero donde no hay corrientes de odio, blandir la urgencia de superarlas es extemporáneo y aun contraproducente. Así, desde el mundo árabe-musulmán se oye con preocupante insistencia cuán peligrosa es una supuesta islamofobia sobre la que la Humanidad debería estar alerta. Se saltea el detalle de que no existe tal "islamofobia", voz inventada en 1996 por la Comisión de Musulmanes Británicos como reacción a la tentativa del Reino Unido de proscribir al grupo islamista Hizb ut Tahrir (Partido de la Liberación). Éste, fundado en 1953, sigue presente en varios países y pretende imponer la ley islámica en el planeta e incitar a los ataques suicidas contra judíos. Tony Blair anunció (5-8-05) un nuevo amague de prohibirlo, pero se sabe que Occidente es reacio a malograr los embates totalitarios que lo jaquean.

 

Ante la posibilidad de ser vetado por vía legal, Hizb ut Tahrir lanzó una campaña en universidades británicas que clamaba: "Detengan la islamofobia". Y el término pasó a ser escudo para desalentar toda iniciativa de enfrentar el totalitarismo islamista.

 

Se vio también aquí en Israel, en febrero, durante la campaña electoral. En una conferencia de prensa televisada, el candidato de la Lista Árabe Unida y actual miembro de la Knéset Ibrahim Sarsur se autodefinió como islamista y sostuvo que "el mundo entero –o por lo menos las tierras en donde gobierna el Islam– deberían volver a estar manejadas por un califa" (es decir, por un autócrata reverenciado como "sucesor del profeta"). En pocas palabras, proponía desmantelar la democracia y retrotraernos a la Edad Media.

 

Recordemos que la última versión del califato fue eliminada en Turquía por Kemal Atatürk en 1929, y la reacción islamista fue lanzar la Hermandad Musulmana en Egipto, donde el Gobierno la reprimió (el ala local de dicha "Hermandad" es Hamas, que a los veinte años de edad acaba de hacerse cargo de la Autoridad Palestina).

 

Y bien, cuando se solicitó al tribunal electoral israelí que vetara a la lista islamista de Sarsur, su segundo líder, Ahmed Tibi, repuso airadamente que dicha solicitud "demostraba una rampante islamofobia": quien se resista a subyugar sus derechos a un paternal califa debería, bien avergonzarse de su islamofobia, bien consultar a un psicoanalista para superarla.

 

Ese prurito nos paralizó cuando el susodicho Sarsur y dos de sus correligionarios visitaron a los líderes del Hamas, para expresar solidaridad (19-4-06), y nadie los impugnó –no vaya a ser que se nos atribuyera islamofobia.

 

El Gobierno hebreo empieza lentamente a tomar el toro por las astas: el ministro del Interior, Roni Bar-On, declaró en una entrevista televisiva (29-5-06) que ha enviado intimaciones escritas a cuatro parlamentarios de Hamas en las que se les concede un mes para optar entre renunciar al grupo terrorista o a su residencia en Jerusalén.

 

¿Cómo se dice autocrítica en árabe?

 

Una manera de esconder un odio es empezar por argüir que el victimario es víctima. En Rusia, el matemático judeófobo Igor Shafarevich (quien atribuye la intrínseca maldad de la moderna sociedad tecnológica a la "mentalidad judía") suele denunciar la "rusofobia" con la que supuestamente "los judíos" ahogan a su país.

 

También la islamofobia debe ser descartada como irrelevante fantasma. Se acusa de ella a eruditos como Bernard Lewis o Daniel Pipes, y en general a toda persona que rechace convertirse al Islam o aceptar su imperio.

 

Si el fenómeno se reduce a sentimientos negativos con respecto a la religión mahometana, se trata de una cuestión meramente personal; sería un problema social sólo si tradujera esos sentimientos en acción violenta.

 

No es el caso de la islamofobia, que no pasa de ser una cortina de humo para soslayar la violencia por parte de algunos musulmanes contra judíos, hindúes, homosexuales, feministas, liberales, sijs y otras minorías que clamen por la igualdad de derechos. No existen figuras públicas en cincuenta estados musulmanes que se atrevan a declararse ateas, homosexuales, sionistas, anarquistas, o partidarias de otros "desvíos" cualesquiera.

 

Bien lo entendió el pensador musulmán Yasmin Alibhai-Brown, cuando tuvo la valentía de admitir: "Con demasiada frecuencia, la islamofobia se utiliza para chantajear a la sociedad".

 

Menos sagaz fue Kofi Annan, que en diciembre de 2004 presidió un congreso, titulado "Enfrentando la islamofobia", en el que Sayed Husein Nasr (profesor de estudios islámicos en la Universidad George Washington) ejemplificó la islamofobia en el hecho de que "se oculta" el origen árabe de la palabra "adobe" (que en rigor proviene del egipcio antiguo). Menos lingüista que desvergonzado, Nasr agregó que el término "antisemitismo" siempre se ha referido a la hostilidad contra los árabes (la verdad es que la palabra fue acuñada en 1879 por Wilhelm Marr para designar la judeofobia, y sólo en ese sentido fue y es universalmente aceptada).

 

El mentado congreso instaló la islamofobia como problema digno de foros internacionales, un logro nada despreciable para un odio que no existe. A partir del revuelo por las caricaturas en el diario danés, los regímenes árabes presionan más sobre el tema y ya no se contentan con que deba combatirse la supuesta islamofobia: aspiran a que no se combata nada más.

 

Así, otro congreso acaba de tener lugar en el Palais Albertina de Viena; sobre "Racismo, xenofobia y los medios" (22-5-06), organizado por el Ministerio austriaco de Exteriores, la Comisión Europea y el Centro Europeo para Monitorear el Racismo y la Xenofobia. Omitieron toda mención de la judeofobia, como si ésta no existiera (¡en Austria!), a tal punto que el embajador israelí en ese país, Dan Ashbel, decidió no participar en el evento.

 

Al mismo fueron invitados representantes de los 35 países del Euromed, los 25 de la UE y los 10 de la Cuenca del Mediterráneo: Argelia, la Autoridad Palestina, Egipto, Israel, Jordania, Líbano, Marruecos, Siria, Túnez y Turquía (Libia es observador).

 

Recordemos que el EuroMed nació en Barcelona (27-11-95) como marco para las relaciones sociales, económicas y políticas entre la UE y los países mediterráneos. El Banco Europeo de Inversión asignó para la iniciativa un préstamo de 14.000 millones de euros.

 

Concurrieron a Viena cerca de 120 delegados, y los de algunos regímenes árabes impusieron borrar del orden del día el problema de la judeofobia. No el de la islamofobia, por supuesto, que siguió presentándose como acuciante. Téngase en cuenta que, entre los periodistas invitados al evento, de los tres israelíes… dos fueron árabes.

 

Hay precedentes de esta deliberada exclusión de los judíos de un foro internacional. En Barcelona (11-11-04), un debate sobre el odio de grupos promovido por la ONU terminó titulándose "Islamofobia, cristianofobia y antisemitismo" (ya sabemos qué significan con este último).

 

Previsiblemente, el debate se despeñó a un festival más de antiisraelismo, en el que hasta el delegado de apellido judío propuso destruir el Estado hebreo.

 

La escalada es clara: en el transcurso de una década han conseguido instalar la "islamofobia" como problema; ahora la esgrimen como uno de los más graves.

Y no lo es. En el mundo de hoy las decapitaciones, las torturas, los atentados, las violaciones a los Derechos Humanos, la violencia misógina y la mayoría de las peores atrocidades son perpetrados por musulmanes en el nombre del Islam.

 

Es razonable esperar que éste asuma con humildad el hecho de que despierta un natural recelo en muchas personas, y en lugar de acusarlas debería sumarse a ellas para reflexionar por qué los islamistas vienen transformando su fe en una ideología de celebración de la muerte y en un proyecto de hegemonía mundial que preocupa.

 

Juntos, musulmanes y no musulmanes podríamos procurar la estrategia idónea para rescatar al Islam de las garras del islamismo, que es el verdadero portador de islamofobia.

 

La imagen que va consolidándose no es muy alentadora, ya que los musulmanes que parecen dispuestos a protestar raramente lo hacen contra sus propias fallas.

 

 

Gustavo D. Perednik es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores judíos (Universidad ORT de Uruguay).

 

Libertad Digital, suplemento Exteriores, 6 de junio de 2006