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Políticamente... conservador

Conociendo al Islam

El Reino Unido lucha contra la circuncisión femenina

Sacdiya Husein Ali tenía siete años cuando en su Kenia natal la llevaron a una casa donde fue agarrada contra un colchón por 10 mujeres que le separaban las piernas mientras otra la cortaba con una navaja.


Ali es una de los casi tres millones de mujeres y niñas que sufren una mutilación genital femenina cada año.

Esta práctica, también conocida como circuncisión femenina, supone la amputación parcial o total del clítoris. Normalmente es llevada a cabo por una mujer mayor, sin preparación médica, usando desde tijeras a tapas de envases de lata o pedazos de vidrio y sin aplicar anestesia o antisépticos.

La ablación, que tiene siglos de antigüedad, se realiza principalmente en África, pero ahora está siendo introducida en países occidentales por los inmigrantes.

"La circuncisión femenina es un gran problema en el Reino Unido", dijo Ensharah Ahmed, encargada de desarrollo comunitario en la Fundación para la Salud, el Estudio y el Desarrollo de las Mujeres, con sede en Inglaterra.

Forward estima que hay alrededor de 279.500 mujeres viviendo en Gran Bretaña que han padecido esa práctica, y otras 22.000 jóvenes menores de 16 años corren el riesgo de sumarse a ellas.

Este año la policía de Londres lanzó una campaña de concienciación al principio de las vacaciones estivales, un periodo en que consideran que es más probable que las mujeres que realizan la circuncisión lleguen a Gran Bretaña, o que las familias envíen a sus hijas a sus países de origen.

UN CRIMEN DE AMOR

La inspectora Carol Hamilton del Comando de Abuso Infantil de la policía de Londres dice que es difícil enfrentarse a lo que ella denomina un "crimen de amor", ya que las responsables creen que hacen lo correcto para sus hijas.

Tradicionalmente se realizaba para dar estatus y honor o porque era un requerimiento religioso. También se usaba para controlar el deseo sexual de una mujer y reducir la posibilidad de promiscuidad en el matrimonio.

Sin embargo, puede desfigurar, causar dolor extremo, secuelas psicológicas, esterilidad e incluso matar.

Una ley promulgada en 2003 declaró ilegal que los residentes en el país lleven a cabo esta practica y quienes incumplan la norma se enfrentarán a penas de hasta 14 años de cárcel.

"La mayoría de las comunidades dicen que es necesario, que es algo que necesitan para proteger su identidad cultural ahora que viven en otro país", dijo Hamilton a Reuters. "Pero en realidad es una tortura física y emocional para las niñas. Va en contra de los derechos humanos y necesitamos hacerle frente, pero debemos hacerlo lentamente".

Los líderes religiosos se oponen también a la ablación, especialmente en las mezquitas, donde los imanes estaban molestos porque se realizase en nombre del Islam.

Minuto Digital, 7 de agosto de 2006

Las madrazas del suicidio

Las madrazas del suicidio Se llama Stephen Schwartz y es director ejecutivo del Centro de Pluralismo Islámico de Washington. Acaba de publicar en el diario ABC (jueves 3) un artículo titulado “Madrazas y dinero”. La progresía debería enmarcar dicho artículo y no olvidarlo jamás. Recoge todos los lugares comunes que han llevado al Gobierno Zapatero a su portentosa Alianza de Civilizaciones. La tesis de Stephen es que Occidente debería apoyar, también financieramente, que de eso se trata, las escuelas islámicas. Naturalmente, las moderadas, para enseñar a los retoños del Islam a convivir pacíficamente. Y el autor asegura: “las vidas de todos nosotros pueden depender de ello”.

En esa frase unimos mentira y cobardía todo a un tiempo. El señor Schwartz no está defendiendo que paguemos la enseñanza islámica porque ello sea bueno o justo, sino para evitar que las escuelas musulmanas se conviertan en un criadero de terroristas. Es la famosa moral progre, que podemos resumir así: no hagas las cosas porque sean ciertas, buenas o justas, sino por alguna otra razón. En este caso, para que no te asesinen.

La tesis, además, choca con otros inconvenientes. Recuerda cuando, durante la transición española hacia la democracia el Estado se dedicó a financiar ikastolas con el sano propósito de moderar las pretensiones independentistas de algunos vascos. Consiguió exactamente lo contrario. Las ikastolas se convirtieron en criaderos de batasunos a los que desde los cinco añitos se les había enseñado a cantar, en tan pedagógicos centros, aquello de “Perros fuera, viva Euskadi libre”, y una historia firmada por el profesor Otegui y compañía.

Y la tesis también se parece al fatalismo de la guerra fría. Meses, incluso semanas antes de la caída del muro de Berlín en 1989, había muchos Stephen que pregonaban que el comunismo no tenía vuelta atrás. Lo único que se podía hacer ante su avance victorioso era amaestrar a la fiera con cesiones paulatinas pero permanentes, con coqueteos socialdemócratas y mohines progres. Al final, todos caímos en la cuenta de que el comunismo era un gigante con pies de barro que se derrumbó estrepitosamente, no gracias a las cesiones ante su tiranía, sino gracias a la firmeza en la defensa de la libertad. Y es que la verdad siempre camina de derrota en derrota hasta la victoria definitiva. En las batallas ideológicas, batallas de paz, no se trata de destruir la mentira sino de afianzarse en la verdad, de ser fiel a los propios principios. La mentira como el leninismo se destruye por sí sola si enfrente encuentra la firmeza de la verdad. Y esto vale también para la violencia islamista. Desde Covadonga a la India el mundo islámico ha vivido épocas fugaces de esplendor, siempre militar, combinadas con enormes lapsos de decadencia y guerras internas.

Por tanto, no se trata de fomentar un islamismo moderado, entre otras cosas porque un Islam democrático es una contradicción en sus propios términos. En primer lugar, el Islam no cree en la libertad. Buena prueba de ello es que en toda la historia musulmana, la apostasía ha sido condenada con la muerte y en segundo lugar la filosofía islámica no tiene nada que ver con el consuelo que toda persona necesita para vivir. El cristianismo vive en la libertad de los hijos de Dios pero para un seguidor de Mahoma llamar padre a Alá sería simplemente una blasfemia.

Estas dos cuestiones son las que conforman toda la política, toda la economía y toda la sociedad islámicas. No son, por tanto, compatibles con Occidente. La alianza de civilizaciones es, simplemente, un absurdo.

Cosa distinta, es que esa diferencia esencial entre Occidente y el Islam (también existe una diferencia esencial entre Occidente y el lejano Oriente, pero eso lo dejamos para otro día), tenga que resolverse por la fuerza de las armas. Ciertamente no tiene ni debe por qué ser así. Para destruir la tiranía islámica, al igual que para destruir la dictadura comunista, no hay que financiar madrazas islámicas sino ser fiel a los propios principios que conforman Occidente, especialmente al primero de todos: la persona es sagrada por la sencilla razón de que ha sido elevada a hija de Dios (Zapatero no lo sabe pero Occidente no es más que eso). El resto no es más que suicidio.

Eulogio López

Hispanidad, 3 de agosto de 2006

Arabia Saudí busca colegios privados en España para convertirlos en escuelas islámicas

Arabia Saudí busca colegios privados en España para convertirlos en escuelas islámicas Los multimillonarios jeques de Arabia Saudí, que desde hace décadas financian la construcción de mezquitas en todo el mundo, intentan ahora adquirir en España algunos colegios para convertirlos en centros de enseñanza islámica.

Según revela J. Pagola en ABC, la operación se efectúa a través de la Embajada Saudí, que tras fracasar en su intento de adquirir en Madrid el edificio que albergaba un colegio de las Madres Mercedarias, mantienen ahora negociaciones con los propietarios de una escuela, situada cerca d ela mezquita de la M-30, donde ahora dan clase religiosas de la Merced.

En España hay más de 600.000 musulmanes y aunque abundan los lugares de culto islámicos -tanto oficiales como clandestinos- apenas hay escuelas en las que se enseñe a los niños aplicando las estrictas normas del Corán y la Sharia.

La Comisión de Asuntos Religiosos del Ministerio de Justicia calcula -a lo bajo- que existen entre 200 y 400 lugares de oración en nuestro país, pero no todo son las tradicionales grandes mezquitas.

Además de vistosos edificios como los de la M-30 en Madrid, Ceuta, Melilla o Marbella, existen multitud de espacios en los que los musulmanes se juntan para relacionarse, estudiar y rezar (practicar el Salat).

Esos lugares en los que se reúnen son clave en el desarrollo de la cultura islámica, al margen de los centros o mezquitas "oficiales".

Desde allí también se da cobertura a los inmigrantes recién llegados y se satisfacen las necesidades de educación coránica y de lengua árabe que no están cubiertas por la enseñanza pública, según dicen los propios musulmanes (pese al Acuerdos de cooperación del Estado español, con la comisión islámica de España que existe desde 1992 y que garantizan el derecho a recibir las enseñanzas de religiones minoritarias).

Periodista Digital, 30 de julio de 2006

La estrategia de Hizboláh; combatientes y civiles

La estrategia de Hizboláh; combatientes y civiles

La estrategia de Hizboláh; combatientes y civiles

La distinción entre combatientes y no-combatientes parece saltar por los aires cuando las milicias chiíes disparan sobre los israelíes desde hospitales, mezquitas y escuelas; aquellos sitios que precisamente el Derecho de Guerra trataba de salvaguardar a toda costa. Cuando uno de los dos bandos busca que la figura del que lucha se confunda con la del que no lucha, cualquier convención parece quedar en papel mojado, y el Derecho de Guerra se convierte en instrumento contra el propio Derecho de Guerra.

Acerca de combatientes y no-combatientes

En el siglo pasado, el Derecho de Guerra primero, y el Derecho Internacional Humanitario después, se basaron en la distinción entre combatiente y no-combatiente, y crearon unos protocolos de comportamiento para tiempo de guerra; hoy expertos analistas e indignados columnistas apelan a ella para estudiar unos y denunciar otros, las operaciones israelíes en Gaza y Líbano. Pero una vez más, la falta de rigor y la obsesión ideológica convierten cualquier debate en estéril o imposible, y las nociones de combatiente y no-combatiente adquieren el carácter que más interesa al tertuliano de turno o al analista de salón.

A partir de 1889, las convenciones de La Haya y Ginebra fueron un intento de dar contenido a ambas expresiones. El derecho de guerra, heredero de años de brutales confrontaciones entre europeos, señala la distinción entre combatientes y no-combatientes, así como los derechos y obligaciones de ambos. Los Estados, susceptibles de chocar militarmente, fijaban unas reglas para hacer la guerra más humana. Pero más allá de lo plasmado en las distintas convenciones, puede subrayarse cómo la distinción combatiente-no combatiente es más primaria que todo eso, y responde a la pregunta por la naturaleza misma de la guerra.

Puesto que la guerra es duelo, choque violento entre dos voluntades enfrentadas, la primera pregunta debe ser acerca de quién se enfrenta, de quién es sujeto de guerra; no todo el mundo lo hace, por múltiples razones, desde religiosas hasta físicas, y ello exige distinguir entre quienes participan en las hostilidades y los que no. Aún en el caso de la guerra total, distinguir contra quien se lucha, sean unidades militares, milicias populares o caballeros en campo abierto, parece la pregunta inicial, necesidad ontológica antes que estratégica. A la pregunta ¿quién es el enemigo?, eminentemente política, sigue la pregunta acerca de quién lo representa en el campo de batalla, contra quién es necesario combatir y luchar, contra quien organizar la estrategia y la táctica.

El combatiente combate y es combatido. Pero, recuerdo de lo evidente en la época de la histeria pacifista, el no-combatiente es digno de respeto y cuidado en cuanto no participa en las hostilidades. El Derecho de Guerra y el Derecho Internacional –tan reivindicado por quienes parecen no haber leído una sola línea de él- muestran tanto los derechos como las obligaciones de los combatientes, los no-combatientes y los neutrales. Cualquier derecho u obligación que les asista depende primariamente de su adscripción real y concreta a cualquiera de estos grupos. En consecuencia, no comportarse como un no-combatiente o como un no-neutral trae consigo dejar de ser tratado como tal, y perder los derechos y deberes.

En la era de la guerra sucia, parece pertinente recordar el fundamento de cualquier derecho de guerra: es obligación del no-combatiente no participar en la lucha. Desde el momento en que participa en ella pasa a ser combatiente, independientemente de la forma o de la táctica que emplee, de que vista de uniforme, de que luche de manera emboscada o abierta. Deja de gozar de la protección de los no-combatientes, será combatido por el enemigo. De igual forma, el combatiente que por diversas razones deja de serlo, deja de ser objetivo, como reconocerán las Convenciones de Ginebra y La Haya; no son objetivo militar ni el personal civil, ni el sanitario o religioso ni los heridos o prisioneros. Éstos últimos porque ya no combaten. La distinción entre combatientes y no-combatientes no depende, en última instancia, ni del uniforme ni de la actividad política, sino del hecho primario y radical de participar en la lucha.

Consideraciones evidentes, que deben constituir el punto de partida. Después vendrán las consideraciones jurídico-legales; si el que combate lo hace en nombre de una nación a la que representa, entonces es sujeto de unos derechos y deberes fruto del reconocimiento mutuo entre unidades políticas; el soldado representa a la nación, es un enemigo público y por tanto es posible combatirle sin odiarle. Si lo hace en nombre propio y movido por intereses privados, será considerado un bandido o un criminal, y será tratado como tal; ninguna consideración propia del legítimo combatiente espera al terrorista y al criminal, que será juzgado o ajusticiado según costumbre de la comunidad que lo apresa.

Acerca de civiles y militares

Por el contrario, la distinción entre civil y militar es institucional y sociológica; diferencia a aquellos que integran las fuerzas armadas del resto de la población. Con la institucionalización de la guerra como realidad política y su asunción por parte del Estado, aquellos que estaban llamados a realizarla pasaron a ser militares. Por eso, en sentido estricto, militar es aquel que integra el Ejército, y por oposición a él, el civil es aquel que permanece al margen de las Fuerzas Armadas.

Físicamente, tal distinción queda plasmada en el uso del uniforme. éste, además de proporcionar cierta cohesión, jerarquía y distinción en el campo de batalla entre el amigo y el enemigo, tiene una función política excepcional; define quién tiene derecho al ejercicio de la violencia en nombre de la comunidad y quien no. El uniforme es así la plasmación política de la figura del combatiente legítimo, representante de la colectividad cuando las disputas dejan de ser diplomáticas para convertirse en bélicas.

La utilización del uniforme no sólo señala a quien es sujeto y objeto de la guerra, sino que, además, señala quien no lo es. Desde el momento en que la comunidad señala quiénes de los suyos combaten señala a las claras quiénes no combaten. Presenta a los militares, y al hacerlo descarta a los civiles. El militar pasa a ser el combatiente, y el civil el no-combatiente. A partir de este momento, cobran sentido las leyes de la guerra, las convenciones de Ginebra, el Derecho internacional humanitario. Sólo señalando bien a las claras quién combate con pleno derecho se puede señalar quien debe, también por derecho, quedar fuera de la violencia.

En este sentido, el Derecho de Guerra señala los límites de la violencia; la figura del combatiente legítimo limita la violencia, temporalmente en la medida en que cesa cuando el combatiente, por derrota o rendición, deja de ser combatiente; espacialmente porque en la medida en que la lucha se desarrolla allí donde los militares se presentan batalla, el resto queda al margen de las hostilidades.

Ahora bien, si esto es así, la distinción entre combatientes y no-combatientes y la distinción entre civiles y militares derivan una de otra, pero proceden de dos órdenes distintos. El primero se deriva de la naturaleza de la guerra; el segundo de la institucionalización social. Razón por la cual, la identificación entre combatiente y militar no es necesaria; y lo que es más interesante, tampoco la identificación entre no-combatiente y civil. El siglo XX muestra que se puede combatir sin ser militar y ser militar sin combatir.

Hizboláh; combatientes y civiles

Finales de julio de 2006; las televisiones españolas muestran las imágenes captadas por una aeronave israelí que sobrevuela el sur del Líbano. En la pantalla, una docena de milicianos de Hizboláh combaten entre callejuelas contra el Ejército israelí. El espectador contiene el aliento; parece una película, pero están muriendo seres humanos de verdad. En un momento dado se ven forzados a retirarse, en un desordenado repliegue. Por fin llegan a sus vehículos, en los que se montan antes de que acabe la grabación.

El espectador acostumbrado a las soflamas antiisraelíes del presentador y del redactor puede no haber prestado atención a las furgonetas de los milicianos. Si lo hubiera hecho, hubiera observado las rayas oscuras sobre fondo blanco, los dos círculos brillantes en la parte delantera del techo y los dos menores en la trasera. Ambos transportes son iguales, sospechosamente iguales y uniformes. Entonces el atento espectador da un respingo en el sillón; las furgonetas en las que se meten los milicianos de Hizboláh son ambulancias.

Organizaciones no gubernamentales, periodistas, políticos árabes se escandalizan cuando las noticias hablan de voladuras de ambulancias o camiones cargados de alimentos en la carretera a Damasco. Denuncian la extensión de los bombardeos a la población civil, a los no-combatientes. Pero sobre el terreno la cosa no parece tan clara; ¿qué ambulancia transporta a un niño herido y qué ambulancia contiene un comando de Hizboláh fuertemente armado?¿qué espacio formalmente civil es, en realidad, un centro de combatientes pro-iraníes?

Lo que está poniendo de manifiesto la guerra en Oriente Medio es que el Ejército israelí tiene en frente a unas milicias de Hizbolah que han hecho saltar definitivamente por los aires la diferencia tradicional, a la que aún se acoge Occidente como último recurso de humanidad, entre combatientes y civiles. Hizbolah en Líbano, Hamas en Gaza o al-Qaeda en Iraq tienen en común la condición de sus miembros; todos ellos son, voluntaria y declaradamente, tanto civiles como combatientes, y su estrategia consiste, de hecho, en fusionar los dos mundos.

La novedad estratégica parece consistir no sólo en convertir al combatiente en civil, sino en convertir al civil en combatiente activo. La teoría clásica de la guerra irregular había bordeado tales límites; la guerra popular de Mao Tse Tung partía de la idea del apoyo activo del pueblo, escondiendo, avituallando, informando. Después, el analfabetismo estratégico y la atracción por la violencia brutal de Ernesto Guervara dieron lugar a la aberración del “foquismo”; la provocación revolucionaria de la máxima represión posible contra la población civil, en la creencia de que ésta se convertiría en combatiente. La estrategia revolucionaria buscaba convertir a los civiles en combatientes activos contra el Estado.

Pero algo diferente parece abrirse paso en la era de las ONGs, de la CNN y de las comisiones de derechos humanos. Los grupos terroristas islamistas, como revolucionarios, utilizan a la población civil; como observadores de la historia de las democracias occidentales, lanzan a los civiles a la guerra, pero con una novedad; lo hacen de forma pasiva, como instrumento estratégico y político contra Occidente, contra Estados Unidos o Israel.

A estas alturas, más allá de la desinformación que aqueja a los medios de comunicación europeos, más prestos a reportajes sentimentales y emotivos que a informaciones objetivas sobre el terreno, parece evidente que las milicias de Hizboláh utilizan ambulancias para moverse por las calles; sitúan sus almacenes y arsenales en mezquitas y hospitales; lanzan sus mísiles desde los patios de las escuelas. Sitúan sus cuarteles generales en las zonas más densamente pobladas de las ciudades. Características todas atribuibles también a Hamas o a los grupos terroristas en Iraq; la detención de los secuestradores de la cooperante italiana Sgrena destacaron “la frialdad y complicidad de los familiares con las actividades de los detenidos” (ABC, 23-07-2006), que preparaban armas y operaciones en una casa repleta de niños jugando.

El mismo día, Estados Unidos entrega a Israel más bombas guiadas con precisión quirúrgica, en busca de evitar lo que los milicianos pro-iraníes tratan de buscar. Como su pequeña aportación estratégica, Hizboláh funde el espacio del combatiente con el del no-combatiente, ante la boca cerrada de la comunidad internacional, que invoca un Derecho de Guerra despreciado por las huestes de Nasralá.

El tradicional Derecho de Guerra parte de la convicción de que las partes enfrentadas buscan expresamente alejar la violencia de la población civil; sin embargo, en la era de las guerras sucias, grupos por todo el mundo buscan precisamente lo contrario; Sadam lo hizo; aunque no pudo esconder a sus militares entre los civiles, su búsqueda de escudos humanos llevó a lo más burgués de la izquierda europea a haraganear por Bagdad en busca de protagonismo. En Líbano hoy, la población civil ya no es el espacio que salvaguardar de las bombas; se ha convertido en el campo de batalla desde el que Hizboláh lanza sus ataques y espera atrincherado al Ejército israelí.

El uso pasivo de civiles; estrategia y política

Razones estratégicas y políticas parecen explicar este retroceso a épocas de barbarie, retroceso practicado por terroristas y milicianos por todo el mundo. Utilizar pasivamente a la población civil pudiera ser la única forma de hacerlo cuando ésta se cansa del mesianismo de Hizboláh, y al tiempo proporciona varias ventajas estratégico-políticas.

En primer lugar, dificultan que Israel tome la decisión de atacar. Los guardianes de la virtud en Europa presuponen un gusto israelí por la muerte de inocentes; lo cierto es que encaminar la acción expresamente hacia la muerte de civiles es una prerrogativa exclusiva de Hizboláh y Hamas. Quienes identifican ambas partes del conflicto olvidan lo fundamental; la intención es parte imprescindible de la acción humana, y sólo Hizboláh y Hamas tienen la intención confesa y confesada de matar a quienes ni visten uniforme ni combaten en las hostilidades. Que las bombas israelíes matan inocentes es incontestable; que sólo los grupos terroristas lo hacen intencionadamente, también.

Entrelazando las estructuras de mando y ataque con la vida civil en Líbano, Hizboláh establece una primera dificultad a Israel; la de tomar la decisión de un ataque que costará vidas humanas. Tales escrúpulos occidentales, en Beirut o Bagdad, proporcionan una ventaja estratégica a los emboscados; en una primera fase los golpes quedan impunes, los soldados secuestrados se esconden entre mujeres y niños y los misiles surgen de corrales y sótanos libaneses con la certeza de que la respuesta no será ni inmediata ni definitiva.

En segundo lugar, las operaciones militares contra las barriadas y los campos de refugiados repletos de familias chiíes se convierten automáticamente en operaciones limitadas en sus objetivos y arriesgadas en su ejecución. Escondidos en los sótanos y las plantas bajas de los pueblos del sur del Líbano, disparando bajo los dormitorios de niños inocentes, los terroristas buscan protección ante las tropas israelíes. La infantería israelí operará buscando evitar el daño a inocentes; cualquier tanquista se lo pensará dos veces antes de disparar sobre una vivienda ocupada por civiles tanto como por milicianos armados. En Gaza o en Líbano, los no-combatientes son la trinchera más efectiva para Hamás y Hizboláh.

Estrategia que rompe con las pretensiones israelíes y occidentales; ¿acaso humanizar la guerra no ha significado tratar de alejarla de la población civil? La potencia de fuego israelí queda inutilizada cuando de lo que se trata es de distinguir al adolescente palestino del terrorista que porta un cinturón bomba bajo sus ropas. La respuesta de Hizboláh y Hamás a tal dilema parece evidente; pocos escrúpulos tienen los terroristas ante la duda. Pero Israel ni puede ni quiere actuar de manera semejante, no sin renunciar a su espíritu democrático ni a su prestigio internacional. Entre la necesidad de acabar con la infraestructura de Hizboláh, que parasita la vida civil libanesa, y el imperativo supremo de no dañar inocentes, cualquier actuación israelí satisface a muy pocos. Indudable ventaja estratégica de Hizboláh construida sobre la sangre de los suyos.

En tercer lugar, la trinchera humana no sólo proporciona un beneficio defensivo; es un arma política de primer nivel. Israel lleva cincuenta años en guerra; parece difícil doblegar a sus ciudadanos, aunque no imposible; las bombas en los cafés de Tel Aviv aún proporcionan ciertos éxitos para los terroristas. Pero más allá de eso, Hizboláh, Irán y Hamas se hacen la pregunta adecuada; ¿cuántos inocentes muertos forzarán a Europa y Estados Unidos a enfrentarse a Israel?; ¿con cuantos amenazar para tener manos libres en la carrera hacia la Bomba?¿cuántos libaneses muertos soportarán los telediarios en Israel, Alemania o Estados Unidos? Hizboláh es consciente de que los muertos libaneses son misiles dirigidos contra las mentes occidentales.

Fanáticos o iluminados, los terroristas del mundo hacen un análisis certero; Occidente es un tigre de papel. Europa se escandaliza virginalmente cuando la sangre salpica las pantallas de los televisores, y se llena la boca con la palabra “paz”, sin querer siquiera saber qué significado tiene. A su lado, Israel es el vecino molesto que recuerda que la política tiene una cara oscura llamada guerra, que la existencia de un Estado no es un derecho adquirido sin esfuerzo y que la democracia no trae, necesariamente la paz. Demasiado para una Europa que se alzó al grito de “¡No a la guerra!” en socorro de Sadam, con la convicción de que era mejor dejar matar disimuladamente al sátrapa de Bagdad antes que abrir el futuro de los iraquíes aún para matarse ante nuestros televisores.

Dos son los dogmas que se extienden por Europa; nada resulta valioso, y nada merece ser defendido. Sólo un mandamiento parecen entender los europeos; no al esfuerzo, no a la lucha, no al sufrimiento. Israel comete el crimen supremo de negar ambos dogmas; defiende su país con uñas y dientes, y acepta el esfuerzo de mantener su propia existencia cada día del año. Frente a ellos los palestinos también recuerdan una tensión que parece eterna. Tensión constante, existencia militarizada que la Europa del pacifismo y del hedonismo parece incapaz de comprender, y que se le hace insoportable.

Hizboláh y Hamas son demasiado conscientes de ello; los muertos israelíes hacen tanto daño a Israel como los muertos palestinos. Perversión histórica, los inocentes muertos en los combates, sean del bando que sean, se contabilizan en el marcador de Israel. Dando la vuelta al arte de la guerra, la muerte de los propios es un objetivo más apetecible que la muerte del enemigo. Las guerras hoy no se ganan en el campo de batalla, sino en la opinión pública occidental, y para eso hacen falta civiles muertos que endosar a Israel; una vez más, cuanto peor, mejor. Pero, a la sombra del arma nuclear iraní, ocupado en evitar su definitiva aniquilación, Israel obvia los editoriales, los titulares y las manifestaciones encabezadas por Pedro Zerolo. Y este es el mayor crimen que Israel podría cometer ante los profetas del nuevo milenio, los del pensamiento único.

¿Entierro del espíritu de Ginebra?

Hoy, sesudos analistas especulan sobre los objetivos de los israelíes en el Líbano. Los titulares se llenan de referencias a la población civil, a los combatientes, a los no-combatientes, en una espiral de inexactitudes y abstracciones que se acercan cada vez más al moralismo irreal. Se relacionan vertiginosamente Guantánamo, Líbano, los vuelos de la CIA, el precio del petróleo. Todo ello aderezado con la reivindicación constante del Derecho de Guerra.

Las Convenciones de Ginebra y La Haya fueron fruto de la convicción común de que era necesario alejar la guerra de la población civil. Reconociendo la hostilidad como parte de la política, las naciones reconocieron una necesidad común a todas ellas, superior a cualquier litigio que llevara al conflicto. Hoy, en el siglo inaugurado por el 11S, Occidente es heredero de un derecho de guerra al que no puede ni quiere renunciar y aplica unas categorías jurídicas y legales a quienes nada quieren saber de él.

La distinción entre combatientes y no-combatientes parece saltar por los aires cuando las milicias chiíes disparan sobre los israelíes desde hospitales, mezquitas y escuelas; aquellos sitios que precisamente el Derecho de Guerra trataba de salvaguardar a toda costa. Cuando uno de los dos bandos busca que la figura del que lucha se confunda con la del que no lucha, cualquier convención parece quedar en papel mojado, y el Derecho de Guerra se convierte en instrumento contra el propio Derecho de Guerra.

El papel del civil se desdibuja definitivamente cuando el padre de familia chií observa impasible cómo desde la planta baja de su casa los milicianos de Hizboláh lanzan sus misiles contra las tropas israelíes. Se rompe cuando el bunker de Nasralá se construye en un populoso barrio de Beirut, junto a la mezquita o al hospital, fundiendo combatientes y no-combatientes en un mismo espacio. La figura del civil tiene sentido cuando existe un combatiente legítimo que proyecta pero también atrae sobre sí la violencia del enemigo, alejándola de los demás. Aquí ocurre exactamente al revés.

Las clásicas leyes de la guerra, a las que pese a todo aún se acogen Israel en Líbano o Estados Unidos y Reino Unido en Iraq, sólo tienen sentido en la medida en que ambas partes tengan la finalidad común de salvaguardar a la población civil de los desastres de la guerra. Cuando una de las partes busca expresamente lo contrario, convertir la población civil en el campo de batalla desde el que vencer y desmoralizar a la otra parte, convierte al Derecho de guerra en arma de quienes no lo reconocen contra quienes sí lo hacen. Así, sólo parece cuestión de tiempo que las leyes que tanto tiempo costó edificar para humanizar la guerra salten por los aires. Hoy comprobamos que sólo el ideal universalista de Occidente impide que miles de personas, tras las que se atrinchera Hizboláh, reciban el mismo trato que éstos ofrecen a sus enemigos; pero también hoy observamos que ello comienza a resquebrajarse.

GEES

Apuntes nº 35 | 31 de Julio de 2006

Hezbolá

Hezbolá

Hezbolá es el enemigo, el objetivo, la clave de esta guerra. Hasta qué punto obedece órdenes de Siria o Irán o ambos es imposible de determinar mientras israelíes y norteamericanos no revelen unos datos de inteligencia que no se adquieren para exponerla en la plaza pública. Sin embargo, eso no cambia nada. Lo que es seguro es que Hezbolá contaba con la respuesta israelí y la quería. Los errores de cálculo no sólo son posibles sino frecuentes. Pero Hezbolá venía contando con esta guerra y preparándose para ella desde el momento mismo en que los israelíes abandonaron el sur del Líbano hace seis años. Han convertido su lado de la frontera en una línea Maginot y una descomunal batería de misiles. Aunque la iniciativa haya sido del grupo terrorista, lo que también tendría sentido, no puede haberse lanzado a la aventura sin la luz verde de Damasco y Teherán. No tenemos pruebas pero no lo consideramos razonable.

A ambas capitales les viene bien la guerra, aunque nunca exactamente por los mismos motivos. Siria trata siempre de demostrar que, sin ella, el Líbano es un caos y Hezbolá un agresor incontenible. A Irán le viene de perlas otro elemento de distracción para los norteamericanos, cuando está ganando tiempo diplomáticamente antes de que su proceso de enriquecimiento de uranio sea tecnológicamente irreversible y tratando de sacar la mayor tajada posible en Irak.

Pero también hay sombras. Si la destrucción de Hezbolá llega muy lejos, ambos pierden una baza muy valiosa en su juego entre vecinos y en el ancho mundo. Sin duda han hecho las mismas cuentas que su patrocinado y han concluido que la aniquilación, que sería el objetivo israelí, no llegará demasiado lejos. Y eso significa una victoria para la organización libanesa. Pero una victoria demasiado rotunda también tendría sus desventajas para los patronos. Salir demasiado ilesa o reconvertirse en una insurgencia tan indomable como la sunní en Irak los haría demasiado independientes. Al fin al cabo, por mucho que le deban al vecino inmediato y al correligionario más poderoso y distante, no han sido nunca simples marionetas. También tienen intereses propios que pueden divergir de uno y otro y un margen de autonomía de decisión.

Al matar a cinco soldados y secuestrar a otros dos en territorio ocupado por Israel y pedir la luna en cuanto a intercambio de prisioneros están ya enseñando la oreja. Para Israel, militarmente en el interior de Gaza por idéntico motivo, ceder es lo mismo que tirarse al mar. No hay error de cálculo posible pero, por si hubiera dudas, los terroristas bombardean la tercera ciudad de Israel y dan a entender por todos los medios posibles que en su arsenal hay cohetes que alcanzan hasta Tel Aviv. Tienen al 60% de la población israelí a su merced y todo es cuestión de tiempo de que tengan a la totalidad. ¿En qué estarán pensando los que hablan de proporciones y proporcionalidades? ¿Qué más necesitan para darse cuenta? Para Israel no es una cuestión de seguridad interior, de más o menos terrorismo. Es una nueva guerra de supervivencia. Lo sabían y lo prepararon, a pesar de todos los indudables azares que la guerra implica. Por eso la población israelí ha reaccionado como una piña.

Quizás no tengan derecho a existir y deberían tirarse al mar sin que nadie los empuje. Pero no parecen dispuestos. Es difícil pensar en un país que, en las mismas circunstancias, no hiciera lo mismo de poder hacerlo. Excepto quizás España, que contempla adormecida como un presidente que cree gobernar un Estado que no es nación se dispone a desmembrarla y resolver el problema terrorista concediéndoles sus objetivos. Los que han puesto en él todas su complacencias y se dejan plácidamente manipular por él es lógico que se disfracen de Arafat. ¿Por qué no de Jomeini o del hijo de Laden?

GEES

Libertad Digital nº 827, 24 de Julio de 2006

La guerra jihadista contra la India

¿Es esto el comienzo de la guerra jihadista contra la India? Sí y no. Sí, es una guerra jihadista contra la India, pero no, las explosiones en los trenes no eran el principio de esa guerra. Al contrario que Estados Unidos, España o el Reino Unido, los hindúes llevan años siendo objeto de pequeños estallidos de la guerra santa. Los atentados de ayer en los trenes de Mumbai (antes Bombay) no son los primeros ataques contra la patria hindú. En octubre del 2005, atentados terroristas mataban a más de 60 personas en la capital de la India, Delhi. La propia Mumbai fue objetivo de ataques terroristas que masacraron a 55 personas e hirieron a 180 en agosto del 2003. Y en diciembre del 2001, grupos jihadistas lanzaban incursiones contra el parlamento de la India matando a un buen número de personas también. La puesta de miras sobre la democracia más poblada de la Tierra lleva años teniendo lugar, incluso antes del 11 de Septiembre, a manos de los seguidores de la ideología Salafi-Tablighi, con raíces comunes con la doctrina terrorista de al-Qaeda. Las explosiones del 11 de julio en Mumbai encaminadas contra inocentes civiles son el último eslabón en una cadena de crímenes dirigidos contra la población hindú por militantes que siguen órdenes y que están involucrados en un camino irreversible de violencia. ¿Pero quién lo hizo y por qué?

Los expertos hindúes y las fuentes de seguridad están seguros de que un jihadista hindú, Daoud Ibrahim, está probablemente detrás de la organización de los ataques terroristas de Mumbai, igual que está acusado de tener un largo historial de acciones similares. Ibrahim es un musulmán hindú que siguió la ideología islamista y se comprometió a emprender la jihad contra los hindúes y el Estado de la India. Se cree que en el pasado juró su Bay'a (compromiso de fidelidad) a Osama Bin Laden. Ibrahim tiene redes jihadistas dentro de la India y está relacionado con organizaciones islamistas de Cachemira a ambos lados de la frontera con Pakistán.

El principal "movimiento", que empieza en Pakistán y se extiende por el interior de la provincia hindú de Cachemira es el Laskar-e-Taiba, que fue fundado a finales de los años 80 por Hafiz Mohammad Saeed. Laskar-e-Taiba significa presuntamente "Los soldados del Puro". También podría significar lingüísticamente "los Buenos soldados" o "Los mejores soldados", en referencia a ellos como la vanguardia de los muyahidínes de la región. En realidad, los "Laskars" son una forma de Talibanes en Cachemira cuyo objetivo es establecer un emirato en la provincia hindú de Cachemira antes de unir fuerzas con los islamistas de Pakistán y los Talibanes de Afganistán para crear un "Principado Jihadista" masivo y poderoso al sur de Asia, que se extienda desde Irán a China.

La Laskar Taiba se encuentra bajo los auspicios ideológicos de una fundación de corte wahabí en Pakistán, la Markaz Dawa ul-Irshad, creada también a finales de los años 80. Algunas informaciones concluyen que la "Dawa" es el barco nodriza, mientras que la "Laskar" es el ejército, uno de sus brazos armados. En la jungla del fundamentalismo del sur de Asia, las redes están entremezcladas, pero bien conectadas entre sí. Los jihadistas Salafi-Tablighi de Pakistán y sus homólogos en la India tienen dos enemigos: uno estratégico y el otro un enemigo interino. El Estado de la India es visto como un enemigo que obstruye la independencia de Cachemira y el establecimiento de un emirato. Al igual que en el caso de Chechenia, los islamistas secuestran la "causa étnica" y la transforman en masacre jihadista. La "Laskar" y sus partidarios dentro de Cachemira y el resto de la India han desplazado en realidad el centro de su lucha de la separación clásica de la India al establecimiento de un régimen Talibán en el norte de la India, cuyo objetivo real sería radicalizar a la fuerte comunidad musulmana de 100 millones de personas en la India. Las informaciones indican que esta penetración es ahora representada por el Movimiento de Estudiantes Islámicos de la India (SIMI), acusado por fuentes hindúes de ser una asociación de la Laskar. De ahí que el tema de la "Talibanización" de la India se haya convertido en la principal amenaza para la India y por efecto de rebote, también para el Presidente de Pakistán Musharref, puesto que el segundo enemigo interno para la suma de todo los jihadistas desde Waziristán a Cachemira no es otro que el presidente de Pakistán. Ellos creen que "él no ayuda lo bastante contra la India", como afirman en sus páginas web y, obviamente, en Al-Jazira.

Pero sobre las nubes del magma hindú-paquistaní, Osama Bin Laden ha decretado sus fatwas mortales contra el "infiel" del sur de Asia. En sus cuatro últimos mensajes al menos - grabaciones de audio o de vídeo - difundidos en Al-Jazira o colocados en la página web al Sahhab, Osama bin Laden y Zawahiri criticaban a los hindúes como un enemigo a aborrecer. Lanzando acusaciones contra el billón de hindúes del subcontinente, sin distinguir entre gobiernos e individuos, los jihadistas jefes ordenaban a sus huestes que derramaran la sangre de las masas hindúes con argumentos ideológicos.

De nuevo aquí, después de Estados Unidos, España, Gran Bretaña, Rusia y otras naciones objetivo del terrorismo, la India tendrá que declarar la identidad de los criminales, no sólo en términos de sus nombres y los nombres de sus organizaciones, sino el nombre de su ideología y su contenido. Contra más expanden sus sangrientas fronteras los jihadistas contra la comunidad internacional, más se aíslan a sí mismos entre "infieles" y musulmanes por igual.

¿Pero qué puede y debe hacer la India para contrarrestar la guerra jihadista contra sus ciudades? Cualquier observador puede predecir que los trenes de Mumbai no serán los últimos en ser atacados en el futuro. La penetración en el segundo país más grande del mundo es profunda y extensa, y por encima de todo, está respaldada a lo largo de la frontera por los poderosos fundamentalistas de Pakistán. Según los informes, casi todo puesto en el principal bazar de toda ciudad - grande pequeña - de Pakistán tiene una caja de donativos para la Lashkar destinada a recaudar fondos para "la lucha en Cachemira". El grupo fue prohibido en la práctica por el gobierno en el 2002; sin embargo, aún opera por todo el país, dentro de Cachemira, y ahora ha extendido sus tentáculos en lo profundo de la India. Los segundos pueden tratar con las ramas dentro de las muchas provincias de la India, pero las raíces están hundidas profundamente y son abonadas dentro de Pakistán.

De ahí que el presidente paquistaní Musharref tenga que presionar desde Occidente y el gobierno hindú desde Oriente para contener y aislar a la red terrorista jihadista. ¿Pero sabe estar el presidente paquistaní a la altura de la misión?

Inmediatamente después de los ataques, el General Musharref y su Ministro de Exteriores denunciaban "el acto repulsivo". Esto era lo adecuado para enfriar las relaciones India-Pakistán ¿Pero cruzaría la línea el comandante en jefe del Ejército Paquistaní y cargaría contra la Laskar-e-Taiba dentro de su propio país? Es una necesidad muy arriesgada, a la vista del sólido atrincheramiento de los jihadistas en el segundo país musulmán más grande del mundo. Al este, en la frontera con Afganistán, las tribus Pashtún talibanas controlan Waziristán, donde se cree que se esconde Osama bin Laden. Al oeste, a lo largo de la frontera con la India, se extiende la Laskar. En el centro y en el interior de las grandes ciudades conspiran los partidos islamistas del país, intimidando a los partidos seculares una vez influyentes. En medio, se encuentra Musharref con su ejército. La cuestión tiene que ver con la influencia islamista dentro del Ejército y el servicio de Inteligencia. Hace unos cuantos meses, un ex alto mando de las fuerzas armadas advertía en una página web, "Musharref haría mejor en retirar sus tropas de Waziristán si no quiere ver explotar la intifada".

Al-Qaeda, la directiva de la Dawa, la Laskar y sus aliados dentro de la India comprenden esta geografía mortal. Juegan al cobarde tanto con Pakistán como con la India, manipulando a uno contra el otro. El ataque dentro de la India fue una orden estratégica procedente del alto mando jihadista con la esperanza de presionar a Delhi para responder contra el propio Pakistán, y a Islamabad para responder a la respuesta de la India. Está claro que bin Laden quiere una guerra más amplia entre estas dos potencias nucleares del subcontinente asiático. Y cree que puede provocar esa guerra atacando las ciudades de la India.

Este es el motivo por el que creo que vendrán más ataques.

Y finalmente, para relacionarlo en casa, ¿dónde está la conexión americana? ¿Hay una? Los diplomáticos americanos, por supuesto, tienen que seguir las tensiones entre las dos potencias nucleares de la India y Pakistán, como ya están haciendo. Pero la [Agencia de] Seguridad Nacional norteamericana tiene que ser consciente de estos ataques contra Mumbai, puesto que la Laskar Taibe no es ajena a nuestras costas. Apenas hace tres años, un grupo jihadista conocido como "la célula de Paintball de Virginia" se entrenaba para "extender el apoyo a la Laskar e Taiba". En realidad, a 60 millas del centro de Washington, un buen número de creyentes en la jihad americanos de nacimiento y seguidores de la ideología de al-Qaeda se entrenaban en combate urbano. Entré ellos se encontraba un tal Ismael Royer, de CAIR, que ahora está encarcelado como parte de una conspiración jihadista contra los infieles.

Si una célula de la Laskar-e-Taiba se preparaba para el terror a poca distancia de la capital norteamericana, nadie puede garantizar que los amos de la jihad no den algún día órdenes de descarrilar también trenes americanos.


Por Walid Phares

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Colaboraciones nº 1102 | 20 de Julio de 2006

El Dr. Walid Phares es un experto en terrorismo, fundamentalismo islámico y movimientos yihadistas. Es miembro decano de la Fundación de la Defensa de las Democracias y escribe en publicaciones especializadas como Global Affairs, Middle East Quarterly, and Journal of South Asian and Middle East Studies además de para diversos periódicos de renombre mundial y de opinar para medios como CNN, MSNBC, NBC, CBS, ABC, PBS y BBC.

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LA OTRA TRAGEDIA DEL LÍBANO

LA OTRA TRAGEDIA DEL LÍBANO Ni una sola voz se alzó desde la izquierda cuando el Líbano se convirtió en un títere de Siria tras una cruenta guerra civil en la que miles de cristianos fueron masacrados, expulsados de sus hogares u obligados a abandonar el país. Cuando las voces críticas contra la actuación de Israel arrecian desde esa izquierda y las televisiones nos llenan las retinas de imágenes de niños sufriendo la crueldad de los bombardeos judíos, provocando la lógica indignación popular, convendría recordar que los palestinos no siempre han sido las victimas indefensas de Sabra y Shatila, tal y como se nos quiere hacer creer desde los medios izquierdistas.


La presencia de la OLP de Arafat en el Líbano, tras su traicionero intento de derrocar la monarquía hachemita que había acogido generosamente a los fedayines palestinos, introdujo en el país un factor de desestabilización que llevó a una nación en la que convivían en un complejo equilibrio, cristianos maronitas, junto a musulmanes drusos, sunnitas y chiítas a una larga guerra civil que se saldó con la implantación de un régimen dictatorial controlado por Hafed al Assad y un coste en vidas humanas superior a los 55.000 muertos.

Los palestinos y los sirios atacaron con saña a los cristianos

Entre 1974 y 2000 se suceden ataques lanzados por milicias prosirias y palestinas contra enclaves cristianos, bastante más graves que los hoy protagonizados por Israel, sin que la izquierda española realizase la más mínima condena o simplemente prestase atención alguna a la tragedia.

Localidades como Beit Mellat, Kab Elias, Damour y Jieh, fueron asoladas en una campaña de limpieza étnica en el valle de Bekaa en la que causaron más de 300 muertos. Las iglesias de Damour fueron profanadas y las bandas palestinas cortaron los dedos de niños cristianos para asegurarse de que no pudieran disparar armas.

La intervención siria en 1976 causó más de 500 victimas morales entre los civiles cristianos a consecuencia de los bombardeos que de manera análoga a los hoy realizados por Israel, Siria empleó para imponer su presencia en el Líbano.

Los enfrentamientos entre las tropas sirias y palestinas con las milicias cristianas, representadas por las Falanges Libanesas, alcanzaron su punto álgido a partir de 1978. Emir Bechir Hoche Barada Aintours Checa, y Moiin Hatoum, fueron algunas de las aldeas donde se masacró sin piedad a sus habitantes cristianos, más de 1.000 civiles murieron. Sólo en Deir Dourit, devastada por completo, murieron 263 personas. La milicia privada de Rifaat Assad, hermano del presidente sirio, sitió las zonas que permanecían libres en los suburbios de Beirut y las hizo bombardear durante cinco días y cinco noches, con cañones y morteros, con un saldo de más de sesenta civiles muertos y trescientos heridos. En 1981 los bombardeos de los barrios cristianos de Beirut del Este lanzados por la OLP causaron 2.000 victimas civiles. En septiembre de 1983 más de cien aldeas en la región de Chouf fueron limpiadas étnicamente de cristianos por tropas drusas. En 1990 el general cristiano Michel Aun fue expulsado del poder por las tropas sirias, más de 700 cristianos fueron asesinados en las represalias subsiguientes.

Ni una sola muestra de solidaridad por parte de la izquierda española, que ya ha asignado el papel de victimas y verdugos a su sectaria conveniencia. .

Minuto Digital, 27 de julio de 2006

Benedicto XVI apoya la posición del G-8 ante la violencia en Oriente Medio

Y pide la oración de los creyentes por la paz

INTROD, miércoles, 19 julio 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha apoyado el comunicado emitido por el Grupo de los Ocho países más industrializados (G8) para acabar con el torbellino de la violencia en Oriente Medio y ha pedido a todos los creyentes que recen por la paz.

Al regresar este martes de una visita al Monasterio que se encuentra en el monte Gran San Bernardo, en los Alpes, el Papa respondió por sorpresa a una pregunta de los periodistas que le esperaban cerca del chalet en el que reside.

Uno de los reporteros le preguntó: «¿Qué debe hacer la comunidad internacional en esta situación cada vez más dramática?».

El Papa respondió: «Estoy totalmente de acuerdo con el comunicado del G-8. Me parece que indica el camino».

«No tengo nada que añadir, sino la importancia de la oración para que Dios nos ayude y nos otorgue la paz», añadió el Papa según refiere uno de los presentes, Salvatore Mazza, enviado especial del diario italiano «Avvenire».

La declaración aprobada el 16 de julio por los líderes del G8, reunidos en San Petersburgo (Rusia), pide a Israel, los palestinos y la milicia de Hizbulá que suspendan sus operaciones armadas y que liberen a los soldados capturados y a los ministros y parlamentarios palestinos detenidos (http://en.g8russia.ru/docs/21.html).

Al rezar este domingo el Ángelus, en la localidad en la que pasa estos días de desacanso, Les Combes (en Introd, Valle de Aosta), el Santo Padre consideró que «en el origen de estas oposiciones despiadadas hay, lamentablemente, situaciones objetivas de violación del derecho y de la justicia».

«Pero ni los actos terroristas ni las represalias, sobre todo cuando existen trágicas consecuencias para la población civil, pueden justificarse», aseguró.

«Por caminos así –como la amarga experiencia demuestra— no se llega a resultados positivos», recordó Benedicto XVI.
ZS06071905