EL CASO HIRSI ALI: ¿Dónde están las feministas?
Libertad digital, suplementos Ideas, 7 de junio de 2006
Libertad digital, suplementos Ideas, 7 de junio de 2006
BILBAO, viernes, 26 mayo 2006 (ZENIT.org).- El presidente de la república de Polonia entre 1990-1995 y Premio Nobel de la Paz en 1983, Lech Walesa, considera que sin valores la globalización acabará rebelándose contra el hombre.
Al participar en Bilbao en la I Jornada Católicos y Vida Pública, organizada por la Asociación Católica de Propagandistas y la Fundación Universitaria San Pablo CEU, el antiguo líder de Solidarnosc alentó en una rueda de prensa a mantener vivos los valores trascendentes en la construcción del siglo XXI.
«Los valores deben primar en la globalización y los sistemas de ésta; tenemos que educar a un hombre de conciencia, para poder construir la sociedad del futuro», afirmó.
Además, señaló, «cuanto más alto es el desarrollo tecnológico y cuantos más peligros hay, son más necesarios los valores».
En el contexto de integración de Europa, Walesa reconoció que «los católicos deben ser más activos». «La gente de fe, de conciencia --destacó-- tiene que ponerse a trabajar porque somos mayoría pero estamos dispersos y poco activos».
Las religiones, en particular la cristiana, aseguró, tienen un patrimonio de siglos «que nos permitirá vivir en paz», indicó, aclarando que «religión y política son complementarios y no deben invaden sus parcelas».
Walesa consideró que «con el final del siglo XX ha terminado la época de grandes divisiones. El desarrollo tecnológico nos ha llevado a la época del intelecto, de la información y de la globalización, que requiere otros programas y otras estructuras».
[i] El autor usa centrista en su acepción “ni liberal ni conservador”.
GEE.ORG, 9 de mayo de 2006
Veamos algunas peripecias recientes. Aunque el paripé de la Constitución sea asimismo reciente, teniendo en cuenta la desmemoria y la desinformación, creo que vale la pena recordar porqué votamos "no". La modestia me impide emplear el plural; diré porqué voté "no".
– Odio la idea de una superpotencia europea, creada autoritariamente con el único (o esencial) objetivo de enfrentarse a los USA. Se expresaron diferentes matices, como no "enfrentarse" sino "independizarse" (?), y sofismas por el estilo, pero quedaba bien claro que se pretendía crear a marchas forzadas una superpotencia contra, y no estrechamente aliada (política, militar y económicamente) al resto del mundo democrático, los USA, claro, pero también Australia y Japón, pongamos.– Rechazo la idea de una creación arbitraria, burocrática y autoritaria (incluso con el voto favorable de ese fantasmal Parlamento Europeo), de un Superestado que hubiera destruido las naciones europeas. Las naciones, sus señorías (y los españoles lo estamos viviendo trágica y pésimamente estos días), no se liquidan así como así, por voluntad imperial y anhelos de conquista de una clase política bastarda, y de ciertos estados de mediana potencia que sueñan convertirse en superpotencias.
Las naciones se han ido creando durante siglos, y ha corrido mucha sangre, mucho sufrimiento y muchas ilusiones para que lleguen adonde han llegado, y eso es una realidad histórica, política y cultural que no se anula por decreto.– Y, last but not least, la Constitución era un monstruo, inaplicable y sumamente contradictoria, que permitía y a renglón seguido prohibía las mismas cosas. Cada artículo de moderada inspiración liberal se veía obstaculizado por veinte artículos en sentido contrario. Y lo único que quedaba claro y concreto, como lo reivindicaba el propio padre de la criatura, Giscard d’Estaing, era su voluntad imperial: un Superestado para una superpotencia. Todo ello embadurnando de falaciosas promesas (seremos más fuertes y, por lo tanto, más prósperos y más felices), en las que nadie creía.
Se han expuesto otros argumentos y críticas, pero estas tres me bastan para justificar mi "no". Como debería haber hecho el PP, si fuera consecuente con sus declaraciones liberales. Pero no fue le único: otros partidos europeos, reservados, reacios o contrarios al espíritu y a la letra del mamotreto constitucional de marras no se atrevieron a rechazarla con su voto, por conformismo, miedo a aislarse y parecer "antieuropeos", cuando era precisamente esa Constitución la que era antieuropea.El "No" en Francia, evidentemente el más importante, también era el más ambiguo. Expresaba a la vez varias cosas: un lógico rechazo a la liquidación de la nación francesa, pero acompañado de una voluntad suicidaria de encerrarse en sus propias fronteras, de una nueva autarquía, a lo que se añadía la demagógica reivindicación de una nueva URSS, disimulada bajo los oropeles de la "Europa social". Porque una cosa es la destrucción de un plumazo de las naciones y otra, muy diferente, que esas naciones estén abiertas al mundo.
Bien sabido es que, desde el Tratado de Roma, lo único positivo, pese a inevitables altibajos, contradicciones y problemas, ha sido el Mercado Común, que procedía de una inspiración liberal, con la apertura de las fronteras económicas, la libre circulación de los capitales, las mercancías, las personas y los servicios, etcétera (¡Hola, Bolkestein! ¿Qué tal?), que la Constitución, en ciertos de sus artículos, impuestos por la socialburocracia, ponía de pronto en tela de juicio.Pero resulta que, con la globalización, el mercado común europeo ha quedado ampliamente superado. Crear una frontera económica común para 25 países, en lugar de 25 fronteras, aunque sea a todas luces positivo, es insuficiente para impulsar el desarrollo económico, que exige mucha más libertad, a la vez que una política internacional. Y ya que los argumentos a favor de la UE son esencialmente defensivos, cabe preguntarse: ¿cómo resiste al chantaje petrolero, con su increíble aumento de los precios, o a la "invasión" de productos de consumo chinos? Son sólo dos ejemplos. En cambio, la gigantesca burocracia parasitaria de la UE, que despilfarra en balde billones de euros, a cargo de los contribuyentes, sí que constituye un obstáculo al desarrollo, y concretamente al consumo.
Aunque sea brevemente, quiero aludir a dos cuestiones fundamentales: la "Europa de las regiones" y la "política exterior" de la UE. "La violencia se ha acabado y la sociedad vasca no la permitirá nunca más", ha declarado Ibarreche. ¿Quiere esto decir que la sociedad vasca la permitía hasta ayer por la tarde? ¿O que los amos absolutos de la violencia, quienes deciden cuándo empieza y cuándo termina, son él y el PNV, y ETA sólo sus locos de alaeuskalduna, asesinos disciplinados y obedientes? Hay veces en que los discursos se convierten en confesiones involuntarias. También declaró que la única Constitución de los vacos son sus "derechos históricos", o sea nada, porque tales "derechos" no existen, los han inventado para nutrir la Leyenda y el "sacrificio", o sea el asesinato.Pero el nacionalismo vasco, además de un irredentismo fanático que no piensa, sólo odia, pretende en su vertiente "política" sitúar su futuro en la "Europa de las regiones", considerando, en su delirio, el futuro País Vasco como una de las más importantes, después de haber conquistado Navarra y el suroeste de Francia. Pues resulta que la "Europa de las regiones" no existe, ni existirá jamás, y ese retorno al paraíso medieval perdido, bucólico y placentero, soñado por algunos bretones –y que históricamente fue un periodo de guerras incesantes y de hambrunas–, tiene infinitamente menos realidad de la que tuvo la difunta UE.
No, no hemos terminado con el drama vasco, pese a que tantos se hagan ilusiones y otros parezcan alelados e impotentes.Lo más grave en relación con la "política exterior" de la UE no es que apenas exista, es que sea catastrófica y reaccionaria. Hace ya tiempo que la UE apoya y mantiene a los tiranos en América Latina, como en Oriente Próximo y Medio. Su paranoia antiyanqui, como sus intereses petroleros, le impulsa a un política "proárabe" –o sea pro déspotas musulmanes– que a veces le conduce a elegir Ben Laden contra Bush, y no hablemos de Sadam Husein, ayer, como de los demás tiranos, hoy.
Desde luego, no siempre existe unanimidad, y, por ejemplo, durante la crisis iraquí Tony Blair, José María Aznar, los gobiernos de los países de la Europa ex comunista, otros, la mayoría en realidad, se opusieron a la política anti Bush y pro Sadam de la minoría, encabezada entonces por Francia y Alemania, pero los medios y la calle lograron, sin embargo, arrinconar hasta cierto punto a los partidarios de la solidaridad internacional de las democracias contra el terrorismo. Lo cual demuestra, si fuera necesario, la importancia que tiene la batalla y la victoria en los medios y en la calle.Y ante los problemas candentes de hoy, como las armas nucleares y las amenazas del totalitarismo iraní, muy concretamente contra Israel, la única democracia de la región, o la victoria de los fusiles de Hamas en las elecciones palestinas, quienes reafirman su voluntad de destruir Israel, lo mismo que sus aliados ayatolás, ¿qué hace la UE, sino tergiversar y claudicar, tragándose los sacrosantos valores europeos y los derechos del hombre –¡y de la mujer!–, a cambio de "treguas" y "paces" ilusorias?
Una vez más, Europa depende de los Estados Unidos para salvarse y salvar la democracia.Por Carlos Semprún Maura Libertad Digital, suplemento Exteriores, 25 de abril de 2006
Muchos han demostrado que es el vigor espiritual, y no la técnica industrial o política, el principio sustentador de las civilizaciones. El cristianismo cumple esta función en Occidente, aunque de un modo cada vez menos homogéneo. En 1378, el I Cisma de Occidente dividió la cabeza de la Iglesia entre Roma y Aviñón. El malentendido duró cuatro décadas y no afectó a la unidad occidental. En el s.XVI, el Cisma protestante provocó duraderos enfrentamientos entre la Europa latina y la germánica, pero el cristianismo siguió unificando la civilización común. ¿Puede afectar la contradicción política entre Europa y EEUU, iniciada a mediados del s.XX y cada vez más evidente, a la unidad espiritual de Occidente?.
La intelectocracia europea tiende a negar que la religión explique la actual pugna con EEUU, que sería meramente política. En su reciente libro “El hombre europeo” (2006), el gaullista Dominique de Villepin y el socialista Jorge Semprún reprochan a EEUU su alejamiento de la herencia europea, como una “hija rebelde y orgullosa” que no ha salido del esquema clásico de poder. Sus medios tecnológicos y financieros serían incluso contraproducentes para dar a los retos actuales una respuesta con acuerdo mundial. Sólo Europa podría lograr este objetivo, pues tras los dramas del s.XX estaría en condiciones de lograr un modelo de “gobierno mundial” que combinara soberanía y multilateralidad. Se alcanzaría así el “imperio de la paz”, “la felicidad de una humanidad reconciliada, de una alianza de civilizaciones contra el terrorismo, la pobreza y la autodestrucción del planeta”. Esto confirmaría la tesis de Robert Kagan en “Of Paradise and Power” (2003): la separación entre EEUU y Europa sería política, provocada por una concepción diferente del ejercicio del poder.
Sin embargo, el argumento de Semprún y Villepin es en realidad teológico. Se basa en el rechazo de las raíces cristianas de Europa por “indistinguibles”, y en la consideración del cristianismo como una mera etapa en la formación de la conciencia autónoma del individuo. El nuevo europeo habría refundado su espíritu “abrazando los principios emanados de la Revolución de 1789”. Razón, Historia, Luces y Democracia, con mayúsculas, serían los ídolos de la nueva Europa, que se definiría como “democracia y secularización de la vida pública”. Su misión sería entregar este nuevo principio civilizatorio al resto del mundo, empezando por la Europa del Este, que de modo tan irritante se habría alineado con EEUU en la última guerra de Iraq. Por consiguiente, el laicismo antirreligioso, lo que George Weigel llamó “política sin Dios” en “The Cube and the Cathedral” (2005), es la clave de la contradicción entre EEUU y Europa.
Así pues, por primera vez en la historia el corazón de Occidente está culminando casi unánimemente la sustitución de sus fundamentos cristianos por una idolatría secularista ajena a su ser, mientras la potencia más poderosa de Occidente mantiene, sin complejos pero con contradicciones, los principios sustentadores occidentales. ¿Qué puede ocurrir en lo que parece el III Cisma de Occidente? Quizás una meiosis civilizatoria, donde el Atlántico separe definitivamente a Occidente de Laicilandia, que no tardaría mucho en sucumbir ante el islam. Quizás el continente americano se rinda a la cultura de la muerte, y Occidente desaparezca para siempre de la historia. Quizás el amor y la unión de los cristianos en una nueva evangelización derrote a la fantasmagoría milenarista del laicismo, incapaz ya de ilusionar a nadie, y devuelva a Europa al corazón de la civilización occidental.
Publicado en American Review por Guillermo Elizalde Monroset
Posteriormente, el presidente establece once prioridades y promete que la coalición presidida por Berlusconi luchará por defenderlas. Comenzando por Occidente, que considera «fuente de principios universales e irrenunciables, contrastando, en nombre de una común tradición histórica y cultural, cualquier intento de construir Europa como alternativa o contraposición a Estados Unidos». El segundo eje, la lucha por un «nuevo europeísmo» basado en su identidad cultural. Le siguen la seguridad ciudadana (con especial referencia al terrorismo) y la integración de la comunidad de inmigrantes. Después viene la defensa de la vida que, según Pera, «estamos obligados a sostener desde la concepción hasta la muerte natural». El manifiesto propone también «sostener y afirmar el valor de las familias como sociedades naturales fundadas en el matrimonio y protegerlas de cualquier otra forma de unión». Le siguen la defensa y difusión de la libertad y la democracia. Sobre la religión, el político italiano confirma la «distinción entre Iglesia y Estado», pero «sin caer en la tentación laicista de relegar la dimensión religiosa solamente a la esfera de lo privado».El Manifiesto por Occidente concluye remarcando el derecho a la educación privada y a modo de colofón, añade esta frase: «No puede ser ni libre ni respetado quien olvida sus propias raíces».