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Teoría política

La democracia directa en Estados Unidos

La democracia directa en Estados Unidos

Hoy en día sólo Suiza y los EEUU pueden ser definidos como democracias directas, debido a la gran cantidad de asuntos que son decididos por medio de referendos. Casi en el otro extremo se sitúan Alemania, donde este procedimiento está prohibido, y España, pues, aparte de reformas constitucionales, estatutarias y territoriales, el referéndum es meramente consultivo y sólo puede ser convocado por el Ejecutivo.

 

El contrapeso liberal a esta práctica democrática se halla en los tribunales, que a menudo invalidan el resultado de la votación si la medida aprobada por el pueblo restringe las libertades o limita el ejercicio de derechos inalienables. También se pueden llevar a cabo reformas constitucionales que anulen el resultado de un plebiscito. En definitiva, el ejercicio de la democracia directa y sus limitaciones es un ejemplo más de la aplicación del principio de "gobierno limitado de la mayoría" en los EEUU. Es el equilibrio entre democracia y demagogia o, si se prefiere, la proporción entre los principios popular y aristocrático del poder.

 

La proliferación de referendos en los EEUU hace que en muchos estados se publiquen y repartan guías en las que los ciudadanos encuentran, entre otras cosas, una explicación "en lenguaje normal" de la medida propuesta, un resumen de los argumentos a favor y en contra de la misma y un pequeño estudio sobre las consecuencias que tendría su voto. Cada estado, condado o incluso municipalidad regula y organiza plebiscitos, aunque todos están sujetos a revisión por el Tribunal Supremo. Los gobernadores pueden convocar referendos sobre las medidas que estimen oportunas: de esta manera pueden superar vetos legislativos, deshacer bloqueos y resolver situaciones de parálisis.

 

Pero la mayoría de los plebiscitos son convocados desde abajo, es decir, por ciudadanos a título individual o agrupados. Lo único que se requiere es un número testimonial de firmas, que por lo general no supera el 3% de los votantes registrados, y el pago de una pequeña tasa. Los referendos se han profesionalizado tanto que a menudo los grupos políticos recurren a empresas especializadas en solicitar firmas a los ciudadanos para apoyar tal o cual propuesta. Junto a la convocatoria, los estados y condados también publican los argumentos en contra aportados por grupos o individuos, que también deben pagar un pequeño impuesto, que normalmente no excede los 200 dólares.

 

Debido al carácter flotante de muchos electores norteamericanos y al aumento de la abstención a partir de los años 60 (las últimas presidenciales fueron una excepción, aunque queda por ver si este acontecimiento es el inicio de una tendencia o simplemente un caso extraordinario), los partidos usan los plebiscitos como herramienta para aumentar la participación, sobre todo la de aquellos cuya ideología consideran afín.

 

Un reciente ejemplo de esto fue la convocatoria en numerosos estados de consultas populares sobre el matrimonio gay en coincidencia con las presidenciales. Dada la fuerte correlación entre conservadurismo, oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo y voto al partido republicano, algunos expertos han señalado que estos referendos fueron un factor tanto en el aumento de la participación como en la reelección de George Bush en 2004, ya que algunos votantes, más interesados en los asuntos particulares que en la elección presidencial, acudieron a las urnas con el objetivo de expresar su oposición al matrimonio gay... y de paso también apoyaron al candidato republicano a la Casa Blanca.

 

El martes, los habitantes de once estados podrán pronunciarse sobre esta cuestión y apoyar o rechazar la definición de matrimonio como unión entre un hombre y una mujer. Incluso en uno, Colorado, los ciudadanos opinarán sobre tres propuestas diferentes: definición del matrimonio como unión de hombre y mujer; legalización de las parejas de hecho sin que importe el sexo de sus componentes; clarificación de la naturaleza de estas uniones, lo cual indica que, aunque puedan compartir algunos derechos con el matrimonio, no son equivalentes a éste.

 

El caso de Colorado ilustra a la perfección el concepto de democracia directa como un mecanismo de auténtica deliberación que no tiene por qué aumentar la polarización ni traducirse en dilemas que cierran debates políticos de forma prematura.

 

Fenómenos como el de las elecciones de 2004 han llevado a los demócratas a aprobar leyes que restringen y dificultan la convocatoria de referendos con la excusa de que el proceso de recogida de firmas es fraudulento. Es el caso de Massachusetts, donde el Legislativo está intentando limitar los recursos a los que los grupos políticos recurren para convocar consultas populares y así evitar el llamado "efecto arrastre", que suele beneficiar a los conservadores y que es una prueba más del sesgo moderado y conservador de la mayoría de los norteamericanos, poco amigos de reformas radicales o de cambios institucionales, ya sea en asuntos políticos o sociales.

 

Como indiqué más arriba, en los plebiscitos se deciden múltiples cuestiones, desde ordenanzas municipales relativas a aparcamientos hasta leyes fiscales. Algunas propuestas son puramente testimoniales, como la de la república popular de Berkeley y San Francisco sobre la conveniencia de procesar al presidente Bush y al vicepresidente Cheney; otras no tienen posibilidad de prosperar, pues competen al Gobierno federal, no al del condado o el estado en cuestión. Sin embargo, con frecuencia los referendos atañen a cuestiones que afectan de forma directa a la vida de los ciudadanos, como los principios que en su opinión deben regir sus comunidades (caso del matrimonio gay) o el grado de intervención estatal en sus vidas y bolsillos, como demuestra el hecho de que la mayoría de los plebiscitos se refieren a impuestos y gasto público.

 

Más allá de la caza del oso, la venta de vino y el cuidado de los perros, la democracia directa en los EEUU evidencia la vitalidad de una sociedad en la que, al contrario de Europa, los principios de subsidiariedad y soberanía individual no se limitan al papel mojado, sino que son llevados a la práctica de forma regular y frecuente. Cuestiones como quién debe disfrutar de exenciones fiscales, en qué lengua deben ser educados los niños o el salario mínimo no son en los EEUU asuntos reservados a los partidos o a alguna minoría de presión, sino que pueden ser decididos de forma pública y transparente en el seno de la sociedad civil.

 

Por desgracia, en nuestro continente el tema de la democracia directa no figura en la agenda política de casi ningún partido, ni es objeto de debate en las páginas de diario alguno, excepción hecha de los referendos irredentistas a punta de pistola y con previa exclusión de los forasteros, último invento de la alianza fascio-progre que nos invade. ¿Partitocracia frente a republicanismo, prudencia contra osadía o simplemente miedo y cinismo frente a nobleza y sinceridad? Algo de todo eso, y tal vez más.

 

 

ANTONIO GOLMAR (libertymad@gmail.com), politólogo y miembro del Instituto Juan de Mariana.

 

Este artículo ha aparecido también en USA Digital.

 

Libertad Digital, suplemento Exteriores, 7 de noviembre de 2006

Izquierda y derecha

Izquierda y derecha Una de las tareas básicas de las ciencias, tanto naturales como sociales, consiste en proporcionar definiciones precisas. Así se evitan las confusiones y se sabe de qué se está hablando. Existe una gran confusión cuando se habla de izquierda y derecha, precisamente, por falta de definiciones.

 

Algunos autores se pasan la vida explicando que los conceptos izquierda y derecha tienen que ver con la situación de los escaños que ocupaban siglos atrás los parlamentarios franceses; otros dicen que la izquierda es la corriente que se preocupa por la suerte de los pobres y que la derecha aboga por los intereses de los ricos, como si fueran cosas irreconciliables. Se ha dado pábulo a estigmas sin fundamento y a glorificaciones igualmente infundadas, de tal forma que la nube de confusión sigue creciendo. Es necesario adoptar definiciones claras, a fin de distinguir el color de los discursos y de las medidas políticas y económicas que se adoptan.

 

Para definir a la izquierda y a la derecha precisamos del concepto de propiedad privada. Se puede decir que un individuo posee la propiedad privada de, digamos, una bicicleta si tiene el derecho de intercambiarla, darla como garantía, regalarla o destruirla, si así lo desea, sin que un tercero lo impida, lo regule o lo controle. Estas cuatro acciones definen con precisión el concepto de propiedad privada: basta que uno de los requisitos no se cumpla para que el concepto se mueva en el terreno de lo nebuloso. Armados de esta definición, podemos pasar a la que nos interesa.

 

Podemos definir la izquierda como la corriente filosófica, política y económica que cree, aboga y lucha por construir un mundo sin propiedad privada. La derecha, por el contrario, cree que es mejor asentar el mundo sobre la propiedad privada. Con estas definiciones se puede entender muy bien el antagonismo entre izquierda y derecha, pues pugnan por principios diametralmente opuestos: una insiste en el respeto por la propiedad privada, la otra quiere destruirla.

 

La izquierda cuenta con multitud de grandes pensadores. El más representativo es Karl Marx, quien claramente propone, en el Manifiesto comunista, la abolición de la propiedad privada para conformar, sin ella, una nueva sociedad. Otros pensadores de izquierda son Friedrich Engels (a pesar de que era empresario), Vladimir Illich Lenin, Stalin, Pierre-Joseph Prouhdon, Mao Zedong, Charles Bethelheim, Rosa Luxemburgo, León Trotski, Oscar Lange, Eduardo Galeano, Norberto Bobbio. Nótese que estos autores nunca defendieron la propiedad privada; al contrario, la consideraban un mal de la sociedad, un engendro del diablo que había que erradicar.

 

Los más representativos teóricos de la derecha son Richard Cantillon, Frédéric Bastiat, Juan Bautista Alberdi, Carl Menger, Böhm-Bawerk, Ludwig von Mises, Friedrich von Hayek, Milton Friedman, Murray Rothbard, Hans-Hermann Hoppe, Jesús Huerta de Soto. Es posible que estos mismos autores nunca se hayan calificado como "pensadores de derecha", pero todos ellos defienden la propiedad privada como pilar de una sociedad civilizada.

 

Viejos estadistas de izquierda fueron Lázaro Cárdenas, Adolfo Hitler, Benito Mussolini, Fidel Castro y Pol Pot. De entre los estadistas de derecha podemos recordar a Thomas Jefferson, a Juan Bautista Alberdi, a Porfirio Díaz, a Margaret Thatcher, a Ronald Reagan, a Václav Klaus, a Deng Xiaoping.

 

También podemos distinguir a los actuales Gobiernos de derecha, como los de Irlanda, Estonia, Nueva Zelanda, Hong Kong y China, que están tratando de reconstruir la sociedad sobre la base del respeto a la propiedad privada (desregulan, privatizan, reducen impuestos, etc.), de los de izquierda, por ejemplo los de Corea del Norte, Cuba, Bolivia, Venezuela y Zimbabue, que destruyen la propiedad privada: suben los impuestos, imponen reglamentos, acometen nacionalizaciones y tratan de pasar todo a manos del Estado.

 

Por cierto, el mundo está gobernado por la izquierda en más del 80%. También hay que reconocer que hay Gobiernos que caminan a oscuras y se llaman de centro, para mostrar su indefinición.

 

En resumen, para saber si una política, propuesta o anhelo es de derecha o de izquierda basta saber qué posición adopta ante el concepto de propiedad privada. Y si alguien quiere saber si es de derecha o de izquierda, basta con que se pregunte: ¿respeto la propiedad del prójimo, o trato de robar, traspasar o destruir la propiedad de otros?

 

© AIPE

 

Por SANTOS MERCADO REYES, profesor de Economía en la Universidad Autónoma Metropolitana (México).

Libertad Digital, suplemento Ideas, 31 de enero de 2007

Por qué se estudia a Edmund Burke

Por qué se estudia a Edmund Burke

Edmund Burke, que detestaba las abstracciones políticas, no era una abstracción. Era un hombre íntegro, un ser indiviso. Y al no estar dividido no es del gusto de los fanáticos de la uniformidad igualitaria y sin rostro de la sociedad; ni tampoco de los entusiastas del cambio perpetuo, de la "revolución permanente".

Si en un futuro cercano sigue alzándose el bronce de la estatua de Burke en la avenida Massachusetts; si la efigie original, realizada por Thomas, sigue en Bristol; y, más especialmente, si la hermosa estatua de Burke continúa al lado de la de su amigo Oliver Goldsmith en el College Green de Dublín, será una prueba de que el orden no ha sido desbancado. Pero si llega el día en que esas estatuas dejan de verse, habrá que considerar que su desaparición es una señal de que la humanidad ha sido expulsada de lo que él llamaba "este mundo de la razón, del orden, de la paz y la virtud". La humanidad habrá creído en lo que Orwell exponía en su novela, en el reino del Caos y de la Noche, que Burke describía como "el mundo antagonista de la locura, de la discordia, del vicio, de la confusión y de la pena inútil".

 

Nunca hubo en Beaconsfield una estatua a la memoria de Burke, precisamente allí en donde él tuvo su casa y su granja. Sus huesos están enterrados en alguna parte de la iglesia o del cementerio, pero se desconoce el punto exacto. Él temía que los jacobinos triunfaran en Inglaterra y que su cuerpo pudiera ser exhumado por los radicales, y que su cabeza y sus miembros fueran expuestos públicamente, como ya se había hecho con los cadáveres de otros políticos. Cosas peores que ésas se hicieron en Francia a los vivos y a los muertos, en los últimos años de la vida de Burke. Por tal razón su cuerpo fue enterrado en secreto y por la noche, en algún rincón de la iglesia de Beaconsfield. Si el jacobinismo nunca llegó a triunfar en Inglaterra fue debido, en gran medida, a la elocuencia de Burke. El "mundo antagonista" no se apropió, en lo esencial, de Inglaterra.

 

[...]

 

Constitución de EEUU.¿Por qué hay un monumento de Burke [en Washington DC]? Porque fue un defensor de un mundo de razón y de orden, de paz y virtud en el que los Estados Unidos participaron gracias a su herencia civilizadora. La Constitución, las normas y convenciones proporcionan a la sociedad una continuidad saludable, como bien sabía Burke. Él hacía notar que un cambio prudente es el mejor medio para preservar la continuidad de nuestras instituciones; sabía que las exigencias de libertad y las exigencias de orden deben mantenerse dentro de una tensión tolerable. Y enseñó tales verdades no como un mero filósofo encerrado en sus dogmas, sino como un estadista pragmático y el líder de su partido.

 

Los hombres de 1776 y de 1787 conocieron sus discursos y sus escritos, que siguieron estudiándose muy detenidamente después de 1789. Ningún otro pensador político de su tiempo fue mejor conocido que él por los grandes líderes de la política estadounidense. Ésa es la razón de que la Sulgrave Institution (...) presentase una estatua de Burke a la ciudad de Washington.

 

De distintas maneras –unas evidentes y otras más sutiles–, la oratoria y la política de Burke se han ido entretejiendo en los modos de pensar de los estadounidenses, generación tras generación.

 

[...]

 

En 1898, cuando mi madre estudiaba el bachillerato, se daba por descontado que los jóvenes debían conocer a Burke. Algo que no sucede con los licenciados en las universidades de nuestros días. Como él mismo había pronosticado en sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia, llegaría el día en el que el aprender quedaría hollado por las botas de una multitud brutal; una frase que, curiosamente, procedía del evangelio de San Mateo.

 

[...]

 

EL PENSADOR de Rodin. A punto de concluir el siglo XVIII, Burke mantenía su batalla personal contra la "doctrina armada" del jacobinismo, la primera de lo que iba a convertirse en una auténtica edad de las pasiones ideológicas. Durante la década de 1940 los americanos y sus aliados se encontraron combatiendo contra otras nuevas ideologías revolucionarias. ¿Qué precedentes podrían encontrarse para ello? ¿A qué estadista del pasado, a qué filósofo podría uno remitirse para hallar una verdadera guía, en un tiempo en el que las fuentes del conocimiento profundo se hallan dispersas? Fue, pues, esta búsqueda la que produjo la renovación de un profundo interés por Burke (...).

 

En la década de los 50 se publicaron en Estados Unidos e Inglaterra muchos estudios sobre Burke y su tiempo. Todas las publicaciones serias hacían algún comentario sobre "el resurgimiento de Burke" (...) Los líderes de los dos grandes partidos de Estados Unidos empezaron a citar a Burke (...) El estallido del radicalismo durante los últimos años 60 y los primeros 70 impidió en cierta medida la renovación de la influencia de Burke en los medios intelectuales. Pero el interés por Burke aumentó una vez más cuando fueron cediendo los efectos del desastre de la guerra en Indochina.

 

(...)

 

La estatua de Burke que se puede ver en la avenida Massachusetts significa actualmente más que cuando se erigió, en 1922. Entonces tan sólo constituía un recuerdo de las luchas que se produjeron en el último tercio del siglo XVIII. Hoy nos hace pensar en el conflicto de ideas, tanto políticas como religiosas, de los últimos años de este siglo XX. Como nos advierte Arnold Toynbee, nuestro Tiempo de Desgracias comenzó en 1914. A partir de entonces, el mundo se ha venido hundiendo profundamente en amargos problemas. ¿Podría pensarse que las nuevas generaciones americanas, cuya educación resulta tan costosa y que, sin embargo, es tan deficiente, lleguen a asimilar algunos valores de la imaginación y de la inteligencia de aquel hombre genial (...)?

 

(...) Burke (casi en solitario) empezó su campaña política contra la Revolución francesa. Publicó el escrito político más brillante que nunca se había hecho en lengua inglesa; empezó a influir en el cambio de la política exterior británica; recuperó el apoyo del clero para la causa nacional, y logró –en su aislamiento político– una reputación y una influencia que superaban aquellas de las que había disfrutado cuando era el líder de su partido. Y es precisamente este último Burke el que atrae de manera más especial el interés y la admiración de los norteamericanos actuales.

 

[...]

 

Los problemas de la sociedad moderna trascienden a las meras cuestiones de estructura gubernamental. No es suficiente una simple apelación a la pureza de la Constitución de Estados Unidos como baluarte contra el destructivo poder de las ideologías. Hemos de volvernos hacia Burke, más que hacia Washington, Hamilton, Jay, Madison, o incluso John Adams, si queremos llevar a cabo un análisis de los principios del orden, de la justicia y la libertad.

 

Y como elemento adecuado para nuestras actuales desazones, los Documentos Federalistas no pueden estimular la imaginación y la conciencia del mismo modo que las Reflexiones sobre la Revolución en Francia, o la Paz regicida. Porque Burke se siente más involucrado en la amarga y continua revolución de nuestro tiempo de desdichas que los Documentos Federalistas, los cuales, esencialmente, se limitan a establecer los argumentos convenientes para lograr acuerdos gubernamentales en la Norteamérica de finales del siglo XVIII.

 

Todavía se puede leer con provecho (y con la ayuda de Hamilton) la Alocución de Despedida de Washington, obra de un hombre fuerte y prudente. Pero resulta imposible para los Estados Unidos de hoy día seguir los consejos de la política exterior dados por el presidente Washington al final de su mandato, porque las circunstancias se han modificado irrevocablemente. La visión de Burke del cometido que debían desempeñar las naciones civilizadas, y su apelación para que unieran sus fuerzas contra el fanatismo revolucionario, se pueden aplicar sin embargo en las presentes circunstancias de Estados Unidos, porque Burke está poco "pasado de moda".

 

(....)

 

Burke no se encuentra apartado de la experiencia americana. Por el contrario, como nos recuerda su estatua, se alza en la mejor tradición y continuidad –el legado de nuestra civilización–, de las cuales forman parte el carácter y la vida estadounidenses. Y el mismo Burke, al ayudar a la formación de su sociedad, influyó en esta tierra y en este pueblo desde los años de 1760 hasta nuestros días. El buscar sapiencia política en Burke no es algo más exótico para los estadounidenses que buscar introspecciones psicológicas en Shakespeare, o reflexiones espirituales en San Pablo. Después de todo, los fundadores de esta República participaron en las instituciones legales y políticas de modo muy parecido a lo que defendía Burke.

 

(...)

 

Thomas Jefferson. Parte de las instituciones y del orden social que conoció Burke han desaparecido, del mismo modo que los Estados Unidos de nuestro tiempo son muy diferentes de aquella república costera que conocieron Adams y Jefferson. Y puesto que no podemos restaurar –aunque lo quisiéramos– ni la Inglaterra georgiana ni los Estados Unidos jeffersonianos, el comprobar la influencia que haya podido tener un filósofo político sobre los desafíos de nuestro tiempo no es una simple cuestión de saber si sus teorías fueron compartidas en la Inglaterra o en los Estados Unidos del pasado.

 

En muchos aspectos, los Estados Unidos de hoy día son más parecidos a la Inglaterra imperial de 1797 que a la aislada y juvenil República de esos mismos años. Debido a que Burke se refería a temas que trascendían su propia nacionalidad y generación, su figura perdura como la de un importante pensador político, al que los hombres de nuestro tiempo enfrentan a Karl Marx.

 

(...)

 

Burke, con su don profético, adivinaba cómo se iban a desarrollar las cosas en este torcido mundo nuestro. Su apasionada refutación de las ideologías igualitarias y de las políticas totalitarias no ha perdido nada de su fuerza con el paso de dos centurias. Lo que dijo en su día acerca de los jacobinos es aplicable a las ideologías marxistas de este siglo. "He derribado el terrible espíritu de innovación que ha infestado el mundo". Son palabras de Napoleón, cuyo advenimiento predijo Burke. Sin embargo, fue él, y no Bonaparte, quien realmente conjuró el fiero espectro del fanatismo revolucionario.

 

Edmund Burke. No hubo estadista o escritor en los dos siglos pasados que haya sido más clarividente de lo que fue Burke. En la época de mi madre se le estudiaba más como gran retórico y líder de partido que como hombre de pensamiento. La especialización del sistema educacional de nuestro siglo XX intensificó esta división: los historiadores de la política dudaron en estudiar a Burke, porque lo consideraban un hombre de letras; los profesores de literatura, porque era un filósofo; los profesores de filosofía porque era un estadista; y así seguía girando el círculo. La pluralidad del genio puede producir negligencia en quienes lo analizan.

 

También pudo suceder que el estudio de Burke quedara reservado para nuestros días. Una vez más nos encontramos en una época de concentración, en la que restablecer el orden y la justicia en una sociedad desconcertada es labor de los intelectuales. "¡Yo doy fe de las nuevas generaciones!", decía Burke al finalizar su impugnación de Hastings. Y las nuevas generaciones británicas quedaron seducidas por él, en sus últimos años de vida.

 

Hoy día, la nueva generación de norteamericanos también se siente influenciada por la mentalidad de Burke (ya sea directa o indirectamente), de la misma forma que hace treinta años muchos de los componentes de aquella nueva generación se vieron influenciados (directa o indirectamente) por Jean-Jacques Rousseau, el adversario de Burke. No obstante, a finales del siglo XX la imaginación moral de Burke puede derrotar a la imaginación idílica de Rousseau.

 

[...]

 

Los "filósofos parisinos" del Burke de hace dos siglos siguen vivos hoy día autoproclamándose "intelectuales", con su charla incesante de "compasión" y su defensa, entre otras cosas, del derecho inalienable a extender el imperio antinatural de sus vicios. A lo largo de la Historia, nosotros, los seres humanos, seguimos luchando las mismas batallas una y otra vez bajo estandartes de distintas enseñas. Para resistir a la imaginación idílica y a la imaginación diabólica necesitamos conocer la imaginación moral de Edmund Burke. Y por eso lo reconocemos como una de esas personas muertas que nos siguen aportando energía.

 

 

NOTA: Este texto es un fragmento editado del epílogo de EDMUND BURKE. REDESCUBRIENDO A UN GENIO, de RUSSELL KIRK, que acaba de publicar la editorial Ciudadela.

 

Libertad Digital, suplemento Fin de Semana, 25 de mayo de 2007

Raíces del pensamiento conservador europeo

Raíces del pensamiento conservador europeo Se muestran algunos principios de la mentalidad conservadora, característicos a partir de la quiebra del Antiguo Régimen. Luego se distinguen tres vertientes europeas, de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX: la inglesa, expuesta por Edmund Burke, la francesa difundida por Bonald y De Maistre, y la española a través del pensamiento de Juan Donoso Cortés. Para terminar se plantean algunas reflexiones acerca de los vicios y errores a los que se exponen comúnmente los conservadores y que nos permitirán también precisar tanto los aportes como las posibles desviaciones del método conservador.

Comenzaremos por el concepto. Antes de caracterizarlo debemos señalar el problema del término conservador y su connotación peyorativa en la sociedad contemporánea, ya que la etiqueta de “conservador” no aparece atractiva. En una sociedad marcada por las transformaciones, el cambio y el progreso, se lo asocia comúnmente con conceptos como antiguo, medieval, rígido o anquilosado. El uso o mal uso del término en la actualidad es corriente y se vincula con actitudes contrarias al cambio, sin hacer referencia al contenido o verdadera significación de éstas. Erick Von Kuenheldt-Leddin, liberal-conservador, quien fuera miembro de la prestigiosa Sociedad Mont-Pelerin, señalaba que el concepto conservador huele a naftalina, aquel olor a encierro que percibimos al abrir el armario de nuestra abuela. Por lo mismo evoca una connotación peyorativa, una etiqueta que aparece incómoda frente a otros conceptos como liberal o progresista que hacen alusión a actualidad, modernidad y flexibilidad. Von Kuenheldt-Leddin trató de dar una solución, autodefiniéndose como “cristiano libre enlazado con la tradición”. La definición parece correcta, como veremos, para calificarse como conservador, pero es evidente que no soluciona los problemas inherentes al concepto.

La expresión “conservador” surge en la Francia de la Restauración, a través de un periódico del escritor romántico René de Chateaubriand y ya estaba difundido y consolidado hacia 1830.

La mentalidad conservadora, no obstante, ha estado presente durante toda la historia y por lo mismo podremos encontrar conservadores en los distintos períodos históricos; al igual que revolucionarios, idealistas o realistas son conceptos que atraviesan la historia, y que, por lo tanto, van más allá de un período determinado.

Me referiré fundamentalmente a lo que denominaré orígenes del pensamiento conservador moderno, que tienen su raíz, como veremos, en las respuestas al ideario de la Revolución Francesa. Creo conveniente señalar que el Antiguo Régimen, que se derrumba a través de los ecos revolucionarios de 1789, fue un esquema, un modelo político conservador y, por lo tanto, los conservadores de entonces no se encontraron en la necesidad de difundir, ordenar o precisar su ideario. Ello porque, concretamente, el régimen político en que vivían era naturalmente conservador.

Para comenzar, definiré algunos principios de la mentalidad conservadora, característicos a partir del quiebre de aquel Antiguo Régimen, es decir, una vez que estalla la Revolución Francesa. Luego continuaremos distinguiendo tres vertientes europeas, de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX: la inglesa, expuesta por Edmund Burke, la francesa difundida por Bonald y De Maistre, y la española a través del pensamiento de Juan Donoso Cortés. Para terminar plantearé algunas reflexiones acerca de los vicios y errores a los que se exponen comúnmente los conservadores y que nos permitirán también precisar tanto los aportes como las posibles desviaciones del método conservador.

Principios de la mentalidad conservadora

Historia y tradición. Para los conservadores, como señala Robert Nisbet, historia en lo esencial supone experiencia y, por ello, confianza en esa experiencia fruto del pasado, por encima de la especulación abstracta y los devaneos intelectuales que caracterizaron a los ideólogos de la Revolución Francesa. La sociedad para los conservadores, en términos generales, no es algo mecánico, ni una construcción artificial como expresaba Hobbes, uno de los doctrinarios del absolutismo y el primero de los contractualitas, quien va a señalar precisamente en su Leviatán aquella idea de la sociedad como un ente artificial, un artificio humano, es decir, una especie de reloj, mecánico, del cual dependen una serie de engranajes y que basta modificar alguno de éstos para variar el movimiento, el devenir de la sociedad.

La sociedad para los conservadores, si no es mecánica, si no es artificial, si no es una construcción a priori, abstracta, es fundamentalmente una construcción histórica y por lo tanto conlleva un desenvolvimiento orgánico. Es decir, su desarrollo es acumulativo a través del tiempo, sin pretender prescindir de las enseñanzas de la historia. La sociedad, estiman, no es algo que se haga de un día para otro, que se invente a priori, prescindiendo de la realidad y rechazando el pasado; es una construcción histórica que supone un desarrollo acumulativo. De ahí la trascendencia de la historia, aspecto decisivo para la mentalidad política conservadora, que enseña que no podemos saber dónde estamos, ni menos a dónde vamos, si no conocemos dónde hemos estado, y de dónde venimos.

Otro concepto fundamental que mencionaremos es el de tradición. El concepto de tradición proviene del latín tradere que significa transmitir. En este caso no se trata de transmitir cualquier cosa, sino precisamente más bien un legado que vale la pena dejar como herencia, traspasar a las nuevas generaciones. Así como en la actualidad el concepto conservador tiene un sesgo peyorativo, la idea de tradición también ha sufrido de incomprensión, probablemente porque no se ha profundizado en su verdadero significado. A primera vista, se confunde con un zambullirse en el pasado, un anquilosarse en el siglo XII, querer volver a tiempos pretéritos. No obstante, tradición es transmisión, por lo mismo, implica movimiento, dinamismo e involucra también selección. No todo pasado es bueno, no todo pasado vale la pena que se conserve y que se transmita, debe seleccionarse y por ello la correcta selección valora, genera, lima, actualiza la tradición. Y es que también es dinámica, supone una entrega hacia las nuevas generaciones, es como una carrera de relevos, en donde el testigo se recoge pero no se entrega inmediatamente, exige ser actualizado, requiere un trabajo propio, No se entrega sin más el legado recibido, sino acrecentado, limado, actualizado a la siguiente generación. La tradición bien entendida es entonces dinámica; ha desechado lo que no valga la pena mantener y transmitir, colocando el énfasis en lo que sí conviene conservar. La tradición, ya lo decía nuestro historiador Jaime Eyzaguirre, hay que entenderla con sentido dinámico: no es arqueología, no es adorar el pasado por el pasado, un pasado que se ha ido. No considerando el dinamismo y la selección que supone la tradición se cae en uno de los vicios o errores de los conservadores o de los tradicionalistas: el terminar deificando el pasado en una actitud como la del nostálgico Jorge Manríquez, para quien pareciera que “todo tiempo pasado fue mejor”, postergando esa labor clave de actualización.

Razón y prejuicio. Otro de los puntos fundamentales para entender lo que es la mentalidad conservadora, lo refleja la idea y especial estimación del prejuicio y su contraposición a la confianza desmesurada en la razón. Fue Edmund Burke el que ante el pleno éxtasis ilustrado y racionalista de su siglo XVIII supo, con sentido común, valorar el prejuicio. Prejuicio no es más que un juicio previo, por lo tanto muchas veces sin posibilidad de ser demostrado. Burke defiende la idea de prejuicio frente a la pretensión de una razón absoluta, como la entendieron muchos ilustrados del siglo XVIII y también algunos racionalistas del XIX, a quienes una confianza absoluta en la certeza matemática de las ciencias exactas, los llevó a extenderla con soberbia y desatino a los asuntos humanos y sociales.

Para Burke, en cambio, la idea de prejuicio conlleva, por así decirlo, una sabiduría intrínseca, en el sentido de que es un legado de las generaciones anteriores y favorece la decisión en momentos en los cuales esa decisión tiene que ser rápida y no hay tiempo de experimentar y comprobar. Frente a la necesidad de decidir rápido, muchas veces ese legado de prejuicios, que son juicios previos que hemos heredado, nos permiten desenvolvemos en la vida social. En Burke, el prejuicio es un recordatorio de la autoridad y de la sabiduría de las generaciones pasadas; es un sentido común, un buen sentido histórico; es una intuición heredada, todo lo contrario de la soberbia racionalista. En la sesión anterior, se citó al agudo Gilbert K. Chesterton. El escritor británico irónicamente señala que el sentido común es también el menos común de los sentidos. ¿Por qué despreciar entonces, sin más ya priori, los prejuicios, posible fuente de ese escaso sentido común?

Pareciera sensato que si comprobamos su equivocación así lo hagamos; pero mientras tanto Burke se preguntaría por qué ese afán de tirarlos por la borda. Son prejuicios, es decir, juicios no comprobados y la experiencia puede tanto confirmarlos como rechazarlos. Al menos tienen el aval de las generaciones anteriores. Los dardos de Burke se dirigían a los jacobinos a aquellos que anhelan dar vuelta la tortilla con su revolución y transformar ese sentido común.

No hay duda que Gramsci, en el siglo XX, promovió también la transformación de ese sentido común, echando por la borda el sentido tradicional, lo que hemos heredado de nuestra familia, de nuestra sociedad, pretendiendo generar una nueva hegemonía cultural proclive al marxismo. Burke valora la idea de prejuicio frente a esa mentalidad de pretender conocer todo a través de la razón, con precisión absoluta.

El mismo Chesterton nos dice en un determinado momento que el soldado absolutamente racionalista, si llegara a sopesar y a calcular las posibilidades que posee de sobrevivir en una guerra, los beneficios que le va a traer y las desventajas que conlleva su alistamiento, lo más probable es que no combatiría nunca. Y agrega, el enamorado absolutamente racionalista que pone también en una balanza los aspectos positivos y negativos del matrimonio y las responsabilidades que ello supone, y lo mide exclusivamente en términos cuantitativos, quizás jamás tome la opción del matrimonio. ¿Qué quiere decir con esto Chesterton? Que hay una serie de asuntos que están más allá del cálculo racional y cuantitativo, que el hombre tiene también sentimientos y emociones. La reacción romántica de comienzos del siglo XIX fue el rechazo al imperio frío e impersonal de la razón absoluta y calculadora y la sublimación, por lo demás también exagerada, de los sentimientos, las emociones, la imaginación y la intuición.

No pensemos que el conservador deba rechazar la razón; sería bastante irrazonable e insensato. ¿Qué es lo que sucedió? Estamos a fines del siglo XVIII y frente a esa soberbia racionalista que pretende reducir todo a su visión de cálculo, comienza también a surgir un movimiento cultural, el movimiento romántico, que reacciona a ese frío y geométrico racionalismo del siglo de las luces, que comienza en Alemania con el Sturm und Drang, tormenta y alarido, y que en Inglaterra cuenta con algunos románticos como el poeta y dibujante William Blake o los poetas “blaquistas” Wordsworth y Coleridge, corriente que el propio Burke influyó a través su “Indagación filosófica acerca de nuestras ideas sobre lo sublime y lo bello “, la primera de sus obras y que no se refiere a la política sino a la estética. Pues bien, la reacción romántica, tan creativa como vehemente y apasionada, condujo a no pocos hacia el otro extremo, terminando por rechazar la razón, como por ejemplo en aspectos del pensamiento tradicionalista francés, de Bonald y De Maistre.

En el ámbito conservador hay que entender la razón, como el mejor mecanismo que tiene el hombre para conocer. ¿Por qué rechazar aquella facultad que nos distingue de las bestias? Se preguntaba ya San Agustín al defender el uso riguroso de la razón. Sin embargo, rechazan los conservadores esa pretensión de razón infalible, absoluta; ésta se la reservan a Dios. El racionalismo abstracto del siglo XVIII, por el contrario, fue gestor de aquella mentalidad que luego, en el siglo XIX, levantó la creencia en el progreso indefinido, sin posibilidad de detención ni mucho menos de retroceso. Ambas actitudes fueron criticadas por el pensamiento conservador.

En suma, para los conservadores el mecanismo de la razón es precisamente el mecanismo intelectual del ser humano, el que nos permite conocer, pero que no es perfecto. Nuestra razón no es absoluta, no es infalible, es el mejor mecanismo que tiene el hombre, pero tiene límites, y esto es precisamente lo que pretendió hacer ver Burke a través de su defensa del prejuicio y ante la marea racionalista de su siglo de las luces.

Autoridad, libertad, igualdad y propiedad. Son cuatro conceptos cuyas relaciones creemos conveniente precisar, bajo el prisma del ideario conservador, si pretendemos enunciar sus principios. Burke señalaba que la libertad que defiende está conectada al orden y la virtud; sin ellas, para él, la libertad no existe. Para los conservadores el problema de la libertad está vinculado a un triángulo orgánico compuesto por el Estado, los cuerpos intermedios y los individuos, cuyas relaciones estarán supeditadas al respeto del principio de subsidiariedad. Al reconocimiento de la autonomía de los cuerpos intermedios en cuanto a las funciones que le son propias. Recuerdo a Jaime Guzmán señalar en sus clases que un buen parámetro para la medición de la libertad en una sociedad, era precisar hasta dónde se respetaba este principio de subsidiariedad. Ha sido rasgo distintivo de la política conservadora su inclinación afectiva en defensa de la familia, las comunidades locales, la descentralización del gobierno y la promoción de la propiedad privada como ámbitos concretos de libertad y a su vez diques efectivos al crecimiento del poder estatal. Los conservadores criticaron la libertad jacobina de raíz roussouniana, colectiva, vociferante y violenta que dejaba inerme al individuo sometido ante la comunidad absoluta; el período del Terror durante la Revolución les dio pruebas de ello.

Frente a las libertades abstractas, los conservadores defendieron libertades concretas, algunas de ellas jerárquicas, en el entendido de que la jerarquía no implicaba necesariamente discriminación, sino justicia, al dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde, reconociendo méritos, virtudes y talentos. Si las jerarquías decaen en cuerpos cerrados, impenetrables, como se percibía a fines del Antiguo Régimen, la sociedad pierde su dinamismo y las jerarquías terminan cerrándose en un anacronismo egoísta.

Los conservadores rehuyen decretar la igualdad, saben que aquellos que intentan nivelar, nunca igualan, y la experiencia les enseña que la nivelación hacia abajo es el camino fácil y que lo difícil es igualar hacia arriba. Así Tocqueville, otro liberal conservador, acepta y promueve la democracia pero advierte de algunos de los peligros inherentes a ella, como la tendencia mediocratizante donde los individuos rebajan sus anhelos e intereses y pueden terminar entregando su libertad en beneficio de un despotismo igualitario.

La igualdad por decreto pareciera favorecer y ser fruto a la vez de aquella envidia igualitaria, concepto que, al decir de Fernández de la Mora, ha cubierto los dos últimos siglos de resentimiento, odio de clases y frustración para alimento de revoluciones.

La propiedad tiene en los conservadores una íntima conexión con la libertad. La estiman de derecho natural, pero no absoluta, lo que los distingue de estimaciones liberales más a ultranza. Para los conservadores, la propiedad es un ámbito concreto de expresión de la libertad; como ejemplo cabría mencionar la conocida sentencia “cada uno es Señor en su casa”. Por lo mismo, sus políticas tienden a favorecer el acceso a la propiedad privada, en el entendido que facilitar la propiedad privada genera ámbitos concretos donde se manifiesta la libertad; por el contrario, desconocer la propiedad privada supondrá restringir los espacios de libertad.
Saben los conservadores que la revolución a quien primero afecta es a la propiedad. Aun en el caso que su respeto esté señalado en el articulado de los derechos del hombre, fueron éstos más vociferados y obligados a recitar que efectivamente observados, en la práctica revolucionaria.
En los conservadores encontramos una especial inclinación por las propiedades inmuebles frente a las muebles, por la significación entrañable que poseen, en el arraigo e identidad de las familias y las personas. No es lo mismo, por ejemplo, la casa familiar que la propiedad de documentos financieros, como las acciones, papeles impersonales sin otro valor que el que estrictamente le indique el mercado.

Cambio, reforma y revolución. Los conservadores estiman que el cambio en sí supone un trastorno, y por lo mismo la reforma debe ser lenta y prudente, lo más probada posible para que esos trastornos sean los menos. Rechazan el método revolucionario que estima el escenario como una tabla rasa, el afán de comenzar de cero, rechazando todo el pasado, La verdadera reforma “conservadora” debe saber distinguir qué conservar y qué reformar; consecuentemente el desarrollo no es fruto que surja de manera espontánea, sino que es una tarea ardua y por lo general acumulativa.

No se debe entender el conservantismo como defensor de una actitud meramente inmovilista. Burke es enfático al afirmar la necesidad de reformas para mejorar: “Un Estado que carezca de posibilidades de renovación es un Estado sin medios de conservación”. En cuanto a la oportunidad de las reformas sus reflexiones son también notables: “las reformas tempranas son arreglos amistosos con un amigo que detenta el poder. Las reformas tardías son términos impuestos al enemigo conquistado”. De acuerdo a Kirk, Burke es el modelo del político conservador ya que reúne una disposición a preservar junto a una habilidad para la reforma.

Cosmovisión religiosa de la vida. En términos globales, los conservadores tienen una cosmovisión religiosa de la vida, tal como ha destacado Russell Kirk, uno de los principales divulgadores de la obra de Burke en los EE.UU. Religiosa en el sentido que conectan la vida, la persona humana con un Ser Superior, un Creador. Esto significa que consideran al hombre también como falible, no perfecto. Es decir, reconocen un orden superior, sobrenatural, lo que les permite mirarse modestamente así mismos como criaturas, no como dioses, tal como denunciara Hans Graf Huyn en su obra Seréis como dioses. Esa autoimagen prometeica del hombre contemporáneo, autónomo y desligado de un orden trascendente estaría en las antípodas del conservantismo.

Lo anterior tampoco implica el afirmar una sola religión en los conservadores, y veremos conservadores católicos, anglicanos, de origen judío, ortodoxos, respondiendo a la religión tradicional. Como ejemplos, Disraeli era de origen judío, Burke anglicano, Donoso Cortés, católico y Solyhenitsyn, ortodoxo. En lo que coinciden los conservadores es en estimar al hombre no como el centro del Universo, reconociendo y respetando por ello una dimensión trascendente de la persona humana.

El español Donoso Cortés señalaba que tras toda gran cuestión política, si escarbamos un poco, finalmente encontraremos un problema teológico. Es decir, ante dos posiciones diferentes en cuanto a los principios, no se trataba de asuntos accidentales; a fin de cuentas aquellas distintas posturas serían reflejo, en última instancia, de diferentes cosmovisiones del hombre, su origen y su fin.

Las dimensiones política y religiosa, sin confundirlas, tienen a su vez relación en los conservadores en la medida que la actividad política también es una actividad moral, por lo tanto debiera estar subordinada a ésta, lo mismo que la economía y las demás acciones del hombre. Reconociendo la debida autonomía de cada disciplina, para los conservadores la vida social no se puede estimar del todo ajena a su creencia religiosa. Aquellos Estados que han pretendido eliminar por decreto lo religioso, suprimir o perseguir la religión, caminan al despotismo.

Que lo anterior no lleve a pensar que el conservantismo promueve la teocracia o la íntima fusión de lo religioso con lo político, el hoy tan recurrente fundamentalismo. Eso sería regresar a un pseudo-agustinismo ajeno a la tradición política de Occidente. Edmund Burke va a escribir sus famosas Reflexiones sobre la Revolución Francesa, precisamente, en respuesta a los discursos de un pastor, el doctor Price, quien promovía las ideas de la Revolución que comenzaba en Francia. Burke aboga para que desde el púlpito se escuchen lecciones de virtud y trascendencia, no recetas políticas.

Selección de tres vertientes

Corresponde describir ahora tres vertientes anunciadas al comienzo. La idea que pretendo exponer es que si bien ellas manifiestan diferencias en las formas políticas que postulan, éstas se deben a las distintas tradiciones políticas de donde provienen.

Comencemos con Edmund Burke, estimado como el padre del pensamiento conservador. Burke (1729-1797) como británico propició una política que debía saber combinar los problemas prácticos y concretos, considerando las variables circunstancias históricas y sin perder de vista los principios. Su realismo recuerda así a Aristóteles y lo distingue ante la especulación abstracta de su tiempo. Fundamental en la política, para Burke, es la conciencia histórica, la responsabilidad personal y la mirada a largo plazo. Estas serán las notas distintivas de un estadista, y que le hacen estimar a toda sociedad no como la construcción de una sola generación sino una coparticipación “entre los vivos, los muertos y los que están por nacer”.

Ello le lleva a consolidar en Inglaterra lo que estimaba estructura tradicional del Estado Británico, fundado en la división y el equilibrio de los poderes, en los principios de 1688, que lo alientan a definir y limitar la influencia y las prerrogativas del rey, ante los intentos de acaparar atribuciones de Jorge III; y, paralelamente, a extender la autoridad prudente de la Cámara de los Comunes, conforme a la misma tradición liberal parlamentaria británica. Si Burke fue liberal, lo fue por conservar la tradición, su tradición británica; si fue contrarrevolucionario, particularmente ante el estallido francés de 1789, también lo será por defender esa misma tradición. En este último caso no sólo británica, sino cristiano-occidental. Burke con sus la Revolución Francesa, de 1790, realiza un diagnóstico clave: calibra los sucesos de Francia como la gran revolución y denuncia con clarividencia sus efectos. Así en la medida que la Revolución transcurre, la fuerza de sus Reflexiones aumenta. No sólo logra evitar la extensión de los principios revolucionarios en Inglaterra, sino que además su obra otorga argumentos conservadores para toda Europa.

Sus correligionarios whigs le enrostrarán su noble defensa de libertades para Irlanda y América del Norte o una mayor justicia para la India, sin comprender ahora su actitud ante Francia. Burke les responderá que no ha cambiado. El polémico político de aquellas campañas les quiere ahora hacer ver las consecuencias funestas del sistema filosófico del siglo XVIII, diseccionando la ideología jacobina, que estima constituye una amenaza para la tradición cristiana de Europa. Su éxito fue parcial ante sus antiguos correligionarios whigs: la mayor parte de ellos no lo comprendieron, y se verán fascinados por el espíritu de la revolución. Es por ello que Burke, será, al final de su notable carrera política, más reconocido por los tories.

Una segunda vertiente a destacar es la francesa, más conocida como tradicionalista. Sus principales exponentes serán Joseph de Maistre y Louis de Bonald. Ambos fueron nobles y ambos sufrieron la Revolución, debiendo exiliarse. El estilo literario de De Maistre (1753-1821) es atractivo y deja escuela a través de sus principales escritos Consideraciones sobre Francia de 1797, Ensayo sobre el principio generador de las constituciones políticas, publicado en 1814; Du Pape, de 1819 y Veladas de San Petersburgo, publicación póstuma. Dos palabras acerca de cada uno de ellos nos permitirán perfilar algunas características de su pensamiento. Las Consideraciones reflejan su inquietud ante la Revolución francesa, y si bien recoge algunos argumentos de las Reflexiones de Burke, De Maistre tiene un tinte más místico y providencial. La Revolución es para él un castigo de Dios, debido a la decadencia moral y frivolidad de la clase dirigente y a la rebelión filosófica del siglo XVIII que ha pretendido situar a la razón en el sitial de Dios.

En su Ensayo sobre las Constituciones, el saboyano realiza una aguda crítica a aquella fiebre por escribir constituciones que invade por entonces a Europa. El pretender constituir naciones a priori, al margen de la realidad, basados en principios abstractos, despreciando las tradiciones históricas, es lo que fustiga afirmando que: “la fragilidad de una Constitución está en proporción directa a la multiplicidad de artículos que contiene”. En Du Pape, encontramos al principal generador del ultramontanismo, significativa corriente dentro de la Iglesia Católica que favorece la autoridad espiritual de Roma ante tendencias galicanas que, heredadas del Antiguo Régimen, se mantuvieron en Francia con Napoleón y los regímenes siguientes. Por último, sus Veladas de San Petersburgo recogen pensamientos frutos de sus tertulias al ejercer como diplomático del Piamonte. De Maistre pretende restaurar la monarquía hereditaria, más ética y menos frívola, pero al igual que Bonald su alternativa política pareciera un regreso al pasado sin distinguirse de la monarquía absoluta cuya tradición para Francia recuerda tanto la grandeza como la autocracia de un Luis XIV.

Por su parte, Louis de Bonald (1754-1840) publicó, en 1796, Teoría del poder político y religioso, donde sale al paso de las teorías tanto de Rousseau como de Montesquieu. Ante el mito del buen salvaje, Bonald piensa que la sociedad no corrompe sino que constituye al hombre, y ante la separación de poderes del autor de El Espíritu de las Leyes, se apoya en Bodin para reafirmar la unidad del poder. Bonald es monárquico y legitimista, tiene el raro mérito de resistirse al influjo de Napoleón, a quién le interesó su obra, lo que habla bien de su consecuencia. A diferencia de Maistre, Bonald es algo galicano más que ultramontano por favorecer el regreso de los Borbones. Debido a esta misma razón su tradición es heredera del absolutismo y pretende restaurar la unión del trono y del altar. Los tradicionalistas franceses serán así los teóricos del Régimen de la Restauración (1814-1830) y sus postulados contenían un cierto anacronismo inherente al intento de volver a un pasado ya ido. Esta actitud es la que Peter Viereck denomina como otantotista, aludiendo a un monarca piamontés que alarmado por los efectos de la revolución, se paseaba con nostalgia repitiendo la palabra otantoto, es decir 88, queriendo regresar a aquellos días anteriores a 1789.

Para finalizar esta segunda parte me referiré a la trayectoria intelectual del político y diplomático español Juan Donoso Cortés (1809-1853). En primer lugar porque su itinerario del liberalismo al conservantismo es interesante y porque comúnmente el pensamiento político español no ha sido del todo estimado por nuestros historiadores; en especial nuestra historiografía liberal del XIX despreció su influencia, no obstante, a mi parecer está presente en, por ejemplo, un Abdón Cifuentes y en forma decisiva en corrientes conservadoras del siglo XX. Pensemos, entre otros, en Jaime Eyzaguirre, Osvaldo Lira o el propio Jaime Guzmán. Donoso Cortés inicia sus actividades políticas como principal difusor en España de las ideas del liberalismo doctrinario francés, aquel que inspira la monarquía burguesa de Luis Felipe de Orleáns, donde el rey reina pero no gobierna, política del justo medio que utiliza el método ecléctico para abandonar tanto el Antiguo Régimen como para detener el espiral revolucionario. Entre 1837 y 1848 Donoso se aleja poco a poco de aquel liberalismo, acercándose a políticas conservadoras. Durante los últimos años de su vida, hasta su prematura muerte en 1853, Donoso Cortés llegará a ser uno de los más profundos críticos del liberalismo y a su vez señalará clarividentes denuncias respecto del socialismo.

En 1849, su Discurso sobre la dictadura le había otorgado fama europea. En éste el español la define como un recurso político de excepción, extralegal, y que por lo mismo no se puede formular; supone la concentración del poder político en una persona, en un partido o en el pueblo, para resolver una situación previa de grave crisis, pero que debe finalizar, por los excesos que su implantación supone, cuando la situación que la provoca ha desaparecido.

Dentro de estos límites y cumpliendo su misión, para Donoso Cortés la dictadura no es sólo necesaria, sino legítima, ya que sólo ella sería capaz de acabar con la amenaza de disolución que la habría generado. Como vemos, no es un partidario de la dictadura como régimen normal de la sociedad; la legítima como excepción. La disyuntiva para el pensador español no es la dictadura ante la libertad, sino la dictadura como último recurso ante el caos o la anarquía.

Será el estudio de la Historia de España, su repudio al materialismo y las tormentas revolucionarias lo que le mueve a abandonar el liberalismo, al cual llegará a considerar como antesala del socialismo. Esta última corriente, que apenas está en ciernes en su tiempo, la aquilata como una nueva religión que pretendería transformar el sentido común tradicional. Sus predicciones de que llegará a Rusia antes que a Londres le dieron, no sólo mayor acierto que Marx, sino que se adelanta ala revolución bolchevique en más de medio siglo.

Su propuesta política, para España obviamente, será una monarquía social, en donde la soberanía fuese compartida por el rey y las Cortes; en definitiva tan conforme a la tradición política española, como lo fue Burke a la tradición parlamentaria inglesa y lo habían sido a su vez de Maistre y Bonald a la tradición cercana al absolutismo de la monarquía de Francia.

Posibles excesos o errores comunes en la corriente conservadora

El problema de saber responder al qué conservar puede llegar a convertirse en un arma de doble filo para los conservadores. En la actitud de mirar el pasado podemos encontrarnos no sólo con un sensato respeto por lo que antecede, sino también con un rechazo escapista del presente y un no menos inquietante temor al futuro. Ambos vicios no han estado ausentes de la mentalidad conservadora y han sido por lo demás los que alimentan una idealización de épocas pretéritas.

Común en los conservadores es la estimación por las particularidades locales, regionales o nacionales. Esta actitud contraria al cosmopolitismo apátrida, valora las raíces culturales ancestrales y sin duda favorece el arraigo de los individuos, pero no obstante puede también generar visiones radicales de nacionalismos extremos que totalizan estas particularidades, terminando por generar actitudes de encierro temeroso que limitan la necesaria mirada y comunicación hacia el otro, o también a la inversa, una soberbia imperialista despectiva, favorecida por un orgullo arrebatado.

Pensemos en los imperialismos europeos de fines del XIX y comienzos del XX o en los nacionalismos del período de entreguerras, y veremos que han tenido conexiones con una distorsionada actitud conservadora como, por lo demás, con otras muchas corrientes políticas y económicas. La actitud del verdadero conservador sería la de aquel hombre arraigado, conocedor de donde viene, pero a la vez curioso, atento y respetuoso al devenir más allá de sus propias fronteras, no encerrado en su propio ghetto.

Los conservadores estiman el orden y rehuyen a la anarquía. Esta actitud llevada al extremo puede permitir aceptar la excepción como normalidad. Es decir, pueden terminar no sólo reconociendo la dictadura, ante la disyuntiva del caos, sino terminar aceptándola por comodidad como un régimen normal, presentándose la paradoja de desconocer con ello la propia tradición política.

Error común en los conservadores es entender la acción como reacción; es decir no actúan por lo general por iniciativa propia, sino gatillados por la acción previa de sus adversarios. El problema es grave, ya que el escenario político lo elige quien actúa y provoca la reacción, presentándose así en el debate en un ambiente que ha elegido y para el cual se ha preparado, mientras que quien reacciona se ve obligado a entrar súbitamente a la arena de su adversario. Conocida es la comodidad de los sectores conservadores que los lleva a actuar a desgano y tarde.

Otro error común en los conservadores se presenta en su exagerada valoración de las formas, lo que podríamos llamar la tentación de anquilosarse en las formas. Estas, como sabemos, son variables a través del tiempo, caducas no perennes; son por lo demás modas y por lo tanto, pasajeras. Los conservadores debieran estar dispuestos a dejar ir aquéllas que han perdido su actualidad y a recibir las que la obtienen. Las formas ayudan y facilitan la convivencia, pero no son más que ello; no son aspectos esenciales sino accidentales o accesorios, y muchos conservadores carecen de flexibilidad en este sentido, generando a veces batallas ridículas que más les valdría no haber emprendido. El fin del Antiguo Régimen mostró con la parafernalia y el cargado refinamiento del rococó, hasta qué punto la excesiva formalidad puede ser también sinónimo de decadencia.

Por último, una acusación frecuente a los conservadores es la de la defensa primordial de su peculio, de su patrimonio. En España los denominaban con ironía “conservaduros”, aludiendo a la moneda de 5 pesetas, es decir a la defensa hipócrita de los principios conservadores con el único interés de conservar sus riquezas materiales. La aspiración y defensa del bienestar es legítima; no tiene por qué implicar una ofensa. Aparece inconsecuente cuando se esconde una defensa de una situación personal tras la hipócrita defensa de principios generales.

El conservador, hemos visto, no valora lo económico como aspecto decisivo, y ello lo distingue del liberal; es decir, la distinta estimación que se le otorga al ámbito económico en la vida del hombre. Será fundamental y decisivo en el liberal, no de tan alta estimación para el verdadero conservador, al margen de que puedan coincidir muchas veces en políticas o medidas económicas concretas.

Gonzalo Larios (Licenciado en Historia por la Universidad Católica de Chile. Doctor en Filosofía y Letras, mención en Historia Contemporánea, por la Universidad de Navarra. Profesor en las Universidades Gabriela Mistral y Adolfo Ibáñez).

Arbil, Nº 106, agosto de 2006

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La libertad, en dos conceptos

Entendamos bien desde un primer momento la naturaleza y el alcance de nuestro asunto. No es cuestión de resumir el significado de la libertad en dos palabras. La cuestión, más bien, es diferenciar entre los usos del término. Y es que en nombre de la libertad se cometen tremendas tropelías y aun se justifica todo género de despotismos y tiranías. Isaiah Berlin ha dejado establecido, a la sazón, dos sentidos precisos de la libertad que nunca deben confundirse ni solaparse.

Desgraciadamente, el gran filósofo político e historiador de las ideas Isaiah Berlin (1909-1997) no es suficientemente conocido ni reconocido en los ámbitos hispánicos del pensamiento y la cultura, ni siquiera en aquellos de raigambre genuinamente liberal. Acaso el estilo fríamente depurado de la exposición analítica de sus trabajos y las maneras de gentleman que siempre exhibió hayan resultado a la postre demasiado ajenos e inalcanzables para los ojos y el paladar de una tradición cultural como la que entre nosotros está instalada desde hace siglos, inclinada más hacia lo apasionado y visceral, lo espiritual y trascendente, lo poético y literario, que hacia lo analítico y riguroso, lo práctico e inmanente, lo científico y filosófico.

Este filósofo impasible, venido de la fría y septentrional ciudad de Riga, por entonces perteneciente al Imperio Ruso, este estudioso disciplinado y meticuloso, quien, debido a su apariencia discreta y circunspecta, podría ser tomado fácilmente por agente del MI-6, fue el primer Prize Fellowship de origen judío aceptado en el seno del All Souls College de Oxford (1932). Los nazis afilaban por entonces sus cuchillos y lenguas con el objeto de hacerse con todo el poder en Alemania y, una vez en él, emplearse a fondo en las labores de liberticidio y barbarie para las que estaban tan bien dotados. Todo aquello, sin embargo, provoca una sensación de dejà vu en un hombre como Berlin, quien junto a su familia fue testigo directo de la Revolución Bolchevique en San Petersburgo (denominada en aquel tiempo Petrogrado; más tarde, Leningrado), jaula de la que logra huir para instalarse en Inglaterra.

El primer trabajo importante que sale de sus manos es una biografía intelectual de Karl Marx publicada en 1939, obra con la que sanciona la definitiva despedida de la madre patria rusa y el comienzo de una obra intelectual y académica muy meritoria que tendrá un principal y sólido argumento: la libertad individual.

La libertad es noción que puede ser abordada desde ángulos insospechados; ser tocada por manos muy sucias y cantada por coros poco celestiales; recibir adjetivos y apodos inapropiados que, no obstante, la sazonen o endulcen, según los gustos; y ser, en suma, festejada en homenajes falsarios y cargada con un sinfín de penosos tributos e impuestos revolucionarios varios, en cuyo caso pasa a convertirse sin remedio en un subterfugio, un objeto temible o un arma arrojadiza. Sea como fuere, lo cierto y claro es que, en sentido estricto, libertad no hay más que una: la libertad del individuo.

Para definir las cosas con rigor y comprenderlas sin malentendidos ni tergiversaciones conviene cotejarlas con sus contrarios. Por esta razón es aconsejable confrontar al menos dos conceptos de la libertad. Pues bien, bajo ese preciso título escribe Berlin en 1958 uno de sus textos más célebres, presentado en forma de conferencia en la Universidad de Oxford, durante la ceremonia en que fue nombrado profesor de Filosofía Política y Social. El texto del discurso aparece publicado generalmente junto a otros ensayos de similar temática, y se incluye una introducción del autor encabezada, precisamente, por una cita de Benjamin Constant correspondiente a Del espíritu de conquista.

Tal citación no es casual en absoluto. Tampoco significa un reconocimiento genérico y vago de deuda intelectual para con el gran teórico francés de origen suizo, sino algo más directo y definidor: la justa constatación de que Berlin continúa y desarrolla en la práctica el discurso liberal de Constant, y muy en particular la distinción que ofrece entre libertad de los antiguos y libertad de los modernos, que desde Berlin es conocida también como distinción entre libertad "negativa" y libertad "positiva".

No nos confundamos con los términos. La libertad "negativa", o la libertad de, es la liberal. Se denomina "negativa" no tanto porque represente lo que con ella uno adquiere cuanto por lo que con ella se restringe; principalmente, la coacción. Uno es libre, en consecuencia, en la medida en que no es coaccionado (o es coaccionado lo menos posible): "La libertad política es, simplemente –afirma Berlin–, el ámbito en el que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros".

Para los padres del liberalismo (Berlin cita expresamente en este punto a Mill y a Constant), las exigencias de la vida social no deben jamás transformarse en servidumbres o sacrificios de los que no poder escapar. Por ello, es preciso establecer un ámbito (lo menos restringido posible) de libertad personal –un espacio vital de individualidad, intimidad, vida privada– que no pueda quebrantarse jamás bajo ningún pretexto (bajo ningún concepto de presunta libertad), por estar aquél concebido como un espacio intocable, inviolable y sagrado, legitimado por unos principios superiores: "Pueden llamarse derechos naturales, la Palabra divina, la Ley natural, las exigencias que lleva consigo la utilidad", puntualiza Berlin.

Hay, por otra parte, una idea de la libertad, inspirada en el patrón comunitario de los antiguos, según la cual el hombre es libre sólo si lo es "para" algo, viniendo a decir con ello que la libertad se debe siempre a un fin distinto al que representa su propia realización. "Libertad, ¿para qué?", preguntaba Lenin con prepotencia bolchevique. Pues muy sencillo; le gustaba escuchar: "Para servirle a usted". O a los aparatos y funcionarios del Estado a su servicio.

La libertad "positiva", al oponerse en la práctica a la noción de libertad individual, se deforma en "libertad social", en bruto crecimiento de soberanía popular, en "voluntad general", en "interés general", en "ciudadanía"; esto es: en neto Poder de algunos, en artefacto aglutinador y triturador de personas, en sujeto colectivo que, según Rousseau, "al darme a todos, no me doy a ninguno". El Todo, o la libertad para todos, lapida así materialmente al individuo, a la libertad de cada uno.

Los partidarios de la "libertad social" y del "liberalismo social", díganse liberal-socialistas o social-liberales (tanto monta), no aspiran a disminuir la autoridad ni a limitar el poder del Gobierno y el Estado, sino a ponerlos en sus manos, para administrarlos y redistribuirlos mejor...

He aquí el estándar de libertad que progresa merced a la generosa acción del Gobierno, el Estado y el negociado, opuesto al modelo de libertad que crece con la industria, el comercio y el negocio. Aquella libertad no es, en rigor, verdadera libertad –o sea, liberada de coacción y fuerza externa–, sino libertad "condicional", libertad para otra cosa. Leamos de nuevo lo que escribe Berlin:

"Lo que quieren aquellos que están dispuestos a cambiar su propia libertad de acción individual, y la de otros, por el status de su grupo y su propio status dentro de su grupo […], tales personas están dispuestas a cambiar el penoso privilegio de decidir –'el peso de la libertad'– por la paz, la comodidad y la relativa innecesariedad de tener que pensar que lleva consigo una estructura autoritaria o totalitaria".

Las dos expresiones de la libertad aquí expuestas no constituyen dos interpretaciones diferentes de un mismo concepto, sino, añade, dos actitudes propiamente divergentes e irreconciliables, dos conceptos distintos de libertad.

Por Fernando R. Genovés

Libertad Digital, suplemento Ideas, 19 de julio de 2006

EL 11-M Y SUS CONSECUENCIAS POLITICAS. Por Jaime Ignacio del Burgo*.

Teorías extravagantes 

Dicen nuestros detractores que sustentamos absurdas teorías conspirativas que no se tienen en pie. Demasiada gente para que pudieran estar todos ahí: Al Qaeda, ETA los servicios secretos marroquíes, más la incompetencia o negligencia de algunos mandos policiales, sin contar -¡válgame Dios!- con sobre la presencia de antiguos mandos de Interior de la época de los GAL. Es imposible la conjunción de todos ellos. No es posible, nos dicen y yo estoy de acuerdo, la existencia de una mano negra capaz de decidir, coordinar, planificar y ejecutar una masacre con tantos actores implicados y fines tan diversos. En consecuencia, concluyen, los sedicentes investigadores del 11-M no son más que un grupo de falsarios o de gentes con la mente calenturienta o una finalidad política torticera. No hay “agujeros negros” ni “enigmas”. A lo sumo, “casualidades. Como me dijo el ministro Alonso en el Congreso: sólo son teorías “extravagantes”.

 

Todo el empeño del Gobierno ha sido transmitir la idea de que se ha llevado a cabo, bajo la dirección del poder judicial, una investigación exhaustiva y definitiva. Y sale lo que sale: que un grupo de “moritos de Lavapiés” se sintieron soldados de Alá y decidieron dar un escarmiento a España por su malvada actuación en Iraq. Uno de los implicados, recién convertido a la causa del islamismo, aunque no lo demostrara en sus comportamientos externos, era Jamal Ahmidan, alias El Chino. Estaba en sociedad con unos asturianos que, además de droga y otros negocios ilegales, vendían dinamita. Por eso no tuvieron problemas para conseguir los explosivos. Lo demás fue coser y cantar. Compraron teléfonos para utilizarlos como temporizadores en el montaje de las bombas. Después seleccionaron su objetivo: trenes de cercanías del corredor del Henares, en una hora punta. Eligieron la fecha mediante un método cabalístico: el 11 de marzo de 2004. Por supuesto, nada que ver con las elecciones convocadas para el domingo día 14.

 

Para diferenciarse en algo de los terroristas de Al Qaeda decidieron suicidarse, pero lo dejaron para más tarde, aunque con ello arriesgaran no entrar jamás en el Paraíso. Después del atentado algunos huyeron, pero los principales cabecillas se quedaron y siguieron con su vida normal. Intentaron nuevas fechorías, como la voladura del AVE Madrid-Córdoba. Por fin, el 3 de abril de 2004 siete de los islamistas, entre ellos los cabecillas, fueron descubiertos por la policía en un piso de Leganés. No hubo ninguna heroica resistencia y en vez de morir matando por Alá, esta vez sí, prefirieron suicidarse. La fatalidad hizo que muriera uno de los GEOS asaltantes, cuyos restos serían sañudamente profanados como venganza de los islamistas, aunque la Policía ha sido incapaz de averiguar la identidad de sus autores. Y eso es todo.

El auto del juez 

El juez del Olmo después de casi dos años de pesquisas, ha sentado en el banquillo a veintinueve de ciento dieciséis imputados en función de las investigaciones policiales. Nueve de los procesados son asturianos y el resto de origen árabe o magrebí. Sólo dos están acusados de haber participado directamente en la masacre. A los demás se acusa fundamentalmente de colaboración con banda armada. 

 

El auto de procesamiento no dice quién ordenó el atentado, por lo que la autoría intelectual sigue en el aire. Por no decir, ni siquiera dice de qué se acusa a cada procesado. Tampoco dice si hubo o no negligencia en la actuación de algunos mandos policiales. No da respuesta a la gran pregunta-escándalo del 11-M: cómo es posible que si todos, absolutamente todos, los que participaron en la masacre según el auto judicial o eran confidentes de la Policía, de la Guardia Civil o del CNI, o estaban estrechamente vigilados por orden del juez Baltasar Garzón, no se hubiera logrado evitar el atentado.

El tiro por la culata. Ni mentira ni imprevisión. 

A instancias del Partido Popular, se constituyó una Comisión de Investigación en el Congreso de los Diputados. Desde el primer momento pudimos comprobar que el PSOE había aceptado su creación porque creyó poder dar la puntilla al Partido Popular poniendo de manifiesto la gran mentira de Estado. Hizo el ridículo cuando se descubrió que su primer gran testigo –el portero de Alcalá- había estado en contacto con el vicepresidente de la Comisión. Más tarde se dijo –y nadie lo ha desmentido- que era militante socialista. Al PSOE le salió el tiro por la culata. Hoy sabemos que el ministro Acebes transmitió a la opinión pública prácticamente en tiempo real la información facilitada por los responsables policiales de la investigación. Y sabemos también cómo los responsables de la campaña socialista fabricaron la gran mentira para destruir al PP que comenzó con la invención de la noticia y su difusión por el propio secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero a los medios de comunicación de que en el Ifema había aparecido el cadáver de un terrorista suicida y el Gobierno lo estaba ocultando.

 

La Comisión se cerró en falso, pero no fue del todo inútil. Nos proporcionó información suficiente para poder formular dos conclusiones de gran importancia política: el Gobierno no mintió –otros lo hicieron- y no hubo imprevisión del riesgo que implicaba el terrorismo islamista. Esto último porque no se puede acusar de imprevisión cuando todos los servicios policiales estaban en alerta máxima y, más aún, tenían a todos los islamistas bajo control. A pesar de ello, el sectarismo de la mayoría se impuso y en sus conclusiones sostienen lo contrario: el Gobierno no dijo la verdad –aunque no se llegue al calificar su conducta informativa de “engaño masivo”, según la expresión utilizada en su comparecencia por Rodríguez Zapatero, y además hubo imprevisión.

Las verdades de Acebes 

Olvidan que el ministro Acebes no hizo imputación a ETA de la autoría hasta las 13,30 horas del día 11-M, después de recabar la opinión de la cúpula policial y de conocer el criterio del CNI. Por el contrario, quienes atribuyeron a ETA la comisión del atentado fue en primer lugar el candidato socialista e inmediatamente después el lehendakari del Gobierno vasco. Fue Acebes quien, a media tarde del 11-M, tras conocer la aparición en la furgoneta supuestamente abandonada por los terroristas en Alcalá de Henares de una cinta coránica, ordenó la apertura de una nueva vía de investigación. A partir de entonces,  el ministro fue facilitando a la opinión pública todo cuanto los responsables policiales le iban haciendo saber. Es Acebes quien informa del descubrimiento de la famosa mochila de la comisaría de Vallecas y de su contenido. Y en la tarde del día 13, da cuenta inmediatamente después de producirse de la detención de los dos hindúes que habían vendido el teléfono hallado en la mochila –que luego fueron puestos en libertad sin cargos- y los tres marroquíes propietarios del locutorio donde se vendió la tarjeta prepago inserta en aquél, entre ellos Jamal Zougam, del que dijo el ministro que mantenía relaciones con elementos pertenecientes al fundamentalismo islámico.

La gran mentira 

A pesar de todo ello, Pérez Rubalcaba –a la 9,30 de la noche- y en plena jornada de reflexión, pronunció la frase más contundente de las expresadas contra el PP en aquellos días: “Los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta, un Gobierno que les diga siempre la verdad”, al tiempo que añadía: “El Partido Socialista conocía las líneas de trabajo de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. A pesar de ello, por sentido de Estado, por respeto a la memoria de las víctimas, hemos estado callados cuando desde el Gobierno se hacían descalificaciones y afirmaciones que no siempre se han correspondido con la verdad. Nunca, nunca utilizaremos el terrorismo en la confrontación política”.  Qué cosa.

El muro infranqueable 

Sólo en estos dos extremos –información e imprevisión- tanto la documentación aportada a la Comisión como las comparecencias llevadas a cabo ante ella arrojan luz. Pero nada más. En el momento en que intentamos profundizar en las grandes incógnitas que poco a poco se ofrecían como consecuencia de algunos descubrimientos propios y sobre todo de las revelaciones del equipo de investigación de El Mundo nos encontramos con un muro infranqueable: la mayoría gubernamental. Es un escándalo que la Comisión se cerrara sin determinar qué pasó en Asturias, cuál fue el comportamiento de ciertos mandos de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y por qué incurrieron en graves falsedades y contradicciones. Es una infamia que no se quisiera escuchar a los confidentes policiales y otras personas que hubieran podido proporcionar información muy relevante para conocer la verdad. Sólo el sectarismo de la mayoría impidió que se pudiera averiguar quién organizó la gran mentira contra el Partido Popular, quién promovió el asedio de las sedes, quién intoxicó constantemente con informaciones falsas dirigidas a minar la credibilidad del Gobierno, o si hubo deslealtad por parte de ciertos mandos policiales.

 

Voy a referirme a tres episodios de la Comisión que viví en primera persona y que tuvieron alguna repercusión.

El interrogatorio que acabó en llanto 

En primer lugar, me referiré al interrogatorio al jefe de estupefacientes de Avilés, el controlador del asturiano Emilio Suárez Trashorras. Compareció el 27 de julio de 2004 ante la Comisión. Me ocupé de su interrogatorio y al finalizar hice una reflexión en voz alta desde la tristeza que me producía el hecho de que a pesar de la estrecha relación existente entre el policía y el vendedor de los explosivos éstos llegaron a poder de los terroristas. Sentimiento producido también por la comparecencia esa misma tarde de los guardias civiles que controlaban a Rafá Zouhier, cuya denuncia sobre los asturianos no surtió efectos. “Aquí ha habido fallos indudables”. Se me echaron encima los comisionados de la mayoría gubernamental. También los sindicatos policiales. “Manolón” fue recibido como un héroe en Asturias después de llorar en la Comisión mientras pedía perdón a las víctimas. Pero si llego a saber lo que ahora sabemos, mi reflexión no hubiera sido de tristeza sino de indignación porque algunos tuvieron en su mano la posibilidad de evitar el atentado y no lo hicieron.   

Un cuestionario inquietante 

En segundo lugar, está el cuestionario que remití al confidente Rafá Zouhier a la cárcel. Su contenido es inquietante. Decidí llevar a cabo esta actuación, realizado con estricto respeto a la legalidad, porque a todas horas se hablaba en la Comisión del confidente de la Guardia Civil mientras se le negaba, a pesar de su insistencia, el derecho a comparecer para explicar su participación en los hechos. Si dice la verdad, resulta que la UCO (Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, dirigida por un antiguo colaborador de Rafael Vera) tuvo en su mano la posibilidad de detener a los asturianos por la venta ilegal de dinamita y abortar así el atentado. También aquí la mayoría gubernamental –con la ayuda de los medios afines- puso el grito en el cielo. Lo que menos importaba era analizar el testimonio de quien creía que había colaborado con “la élite de España”, que así llamaba a la UCO. Una vez más se hizo realidad la vieja costumbre de “matar al mensajero”.

Risas en la sala 

El tercer episodio se refiere a la posible conexión entre ETA y el islamismo. Hubo risas en la sala, según cuenta el diario de sesiones, cuando el 7 de julio de 2004 hice algunas preguntas sobre ETA y los islamistas a Mariano Rayón, jefe de la Unidad Central de Información Exterior de la Policía, encargada de la lucha contra el terrorismo islámico. Aquí hubo cerrazón total. Por supuesto, el interpelado dijo no tener ni idea de lo que le estaba preguntando.

 

El Gobierno negó que existiera ninguna relación y por lo tanto no había que investigar nada de nada. Unos meses más tarde, Rodríguez Zapatero afirmó que todo estaba investigado, que de ETA nada de nada y que así se declararía en la “sentencia” del juez. Y sin embargo, hoy sabemos que en las cárceles españolas se ha tejido una relación muy profunda entre ciertos etarras e islamistas. A pesar de ello, la cerrazón continúa. Los informes que se remitieron a la Comisión elaborados por el comisario socialista Telesforo Rubio, responsable de la Comisaría General de Información, carecen del rigor exigible a una investigación digna de tal nombre. Aquí la opacidad es total y absoluta. Es como si se supiera algo inconfesable o se tuviera el temor de que pudiera aparecer. La tomadura de pelo a la Comisión en este asunto es total. Pero no cejaremos en el empeño.

 

El conocimiento de la primera treintena de tomos del sumario, desclasificados por el juez del Olmo, evitaron que la Comisión se cerrara a finales de diciembre de 2004, aunque hasta el 30 de junio de 2005 no pudiéramos hacer otra cosa que recabar información, pues no se acordó ni una sola comparecencia. El juez del Olmo esperó al pleno que aprobó las conclusiones elaboradas por la mayoría para abrir otros cien tomos del sumario. De haberlo hecho antes del cierre a buen seguro no se hubiera cerrado la Comisión. Porque, aunque el juez no haya querido profundizar en la investigación limitándose a recopilar uno tras otro los informes policiales, el sumario ratifica lo que decíamos al principio: que todos aquellos a quienes se atribuye la autoría material o se les imputa haber colaborado con la célula de Lavapiés o eran confidentes de los cuerpos de seguridad o estaban estrechamente vigilados por la policía, bajo control de la autoridad judicial y muy especialmente del juez Garzón. Y si esto fue así, ¿cómo es posible que no se hubiera evitado la comisión del atentado?

Insólito: la Guardia Civil versus la Guardia Civil 

La apertura del sumario pone de manifiesto, además, numerosas cosas insólitas, como por ejemplo que la Guardia Civil de Asturias denunció ante el juez lo que denominaba paladinamente como las “mentiras de la UCO” ante la Comisión del 11-M. El mundo al revés: la Guardia Civil contra la Guardia Civil. El general Laguna, al que según las crónicas hice llorar en la Comisión –lo cual es rigurosamente falso, entre otras razones porque los generales nunca lloran-, había puesto de manifiesto que el coronel Hernando no dijo la verdad ante aquélla. El jefe de la UCO señaló que tras la denuncia de Rafá Zouhier fueron a Asturias para verificar su posible veracidad. Llegaron a la conclusión de que era cierto y alertaron a la Jefatura de Zona de Asturias que Antonio Toro y Emilio Suárez Trashorras trataban de introducir dinamita robada en el mercado de Madrid al precio de un millón y medio de pesetas por cada dos kilos y medio de explosivos. Admitían también el pago en especie: un kilo de cocaína por la misma cantidad de dinamita. Hernando dijo que con el resultado de sus investigaciones, la UCO envió una nota informativa a la comandancia asturiana y a partir de ese momento se desentendieron del asunto. En su testimonio ante la Comisión, el coronel Hernando admitió que Rafá Zouhier les había facilitado una muestra de la dinamita robada, pero como estaba en mal estado procedieron a su destrucción. El general Laguna rechazó la versión de Hernando. La UCO no sólo no se desentendió del asunto sino que sus agentes formaron un grupo de trabajo con agentes de la Comandancia de Oviedo que funcionó durante todo el año 2003. Como prueba de ello, el general Laguna aludió a una segunda nota informativa donde, al parecer, la UCO señalaba que los asturianos mantenían relación con la banda de Jamal Ahmidam. Pues bien, en el informe sobre las “mentiras de la UCO” remitido al juez del Olmo, la Guardia Civil de Asturias afirma que agentes a las órdenes del coronel Hernando les pidieron que destruyeran esa segunda nota informativa, porque ponía en entredicho su testimonio ante la Comisión. A pesar de la gravedad de estos hechos, no consta en el sumario ninguna actuación judicial dirigida al esclarecimiento de la verdad.

Necesidad de una auditoría de la investigación policial 

Y un análisis riguroso de las pruebas aportadas al sumario demuestra la endeblez del sumario para formular una acusación rotunda sobre la autoría material y pone de manifiesto los “agujeros negros” y “enigmas” del 11-M, confirmando que las investigaciones del equipo de El Mundo y las de ese “francotirador” de la investigación que es Luis del Pino están muy lejos de poder ser descalificadas ni consideradas como teorías “extravagantes”. Gracias a esa pertinaz tarea investigadora hoy conocemos que la verdad oficial hace aguas por todas partes.

 

Por eso, aunque sé que predico en el desierto, abogo por la necesidad de proceder a una auditoría de la investigación. En el sumario hay pruebas suficientes como para desconfiar de quien está al frente de la Comisaría General de Información, que es un comisario político designado por el Partido Socialista para dirigir la investigación. Nuestros motivos para la desconfianza tienen su fundamento en que el actual Comisario General de Información no sólo participó en la redacción del programa electoral socialista en materia de seguridad sino que preparó su comparecencia ante la Comisión del 11-M en la sede socialista de Gobelas.

Cui prodest: los grandes beneficiarios del 11-M 

Es evidente que ni la Comisión ni el sumario han dado respuesta a la gran pregunta: ¿Quién fue? Hay un adagio latino que constituye el abc de toda investigación policial: “Cui prodest” (¿A quién beneficia?). Esto nos lleva a examinar las consecuencias políticas del 11-M. Sin  duda, y eliminando de la lista al Partido Socialista Obrero Español que pudo formar gobierno gracias al cataclismo electoral provocado por el atentado, entre los beneficiarios puede estar el autor intelectual.

 

El 11-M es un atentado del que los grupos terroristas han obtenido importantes réditos políticos. España rompió sus compromisos en Iraq, retirando apresuradamente las tropas y poniendo en riesgo la continuidad de la coalición internacional. El islamismo obtuvo así una rotunda victoria, aunque atemperada por nuestra permanencia en Afganistán, que para Osama Ben Laden es un acto de mayor gravedad incluso que la entrada en Iraq para derribar al dictador –laico- Sadam Huseim. Esta retirada vergonzante provocó un grave deterioro en las relaciones con los Estados Unidos, que sin duda hay que apuntar al haber de los terroristas.

 

Otra gran beneficiaria ha resultado ser ETA. La caída del PP le ha permitido resucitar de sus cenizas y poner en marcha el “proceso” presuntamente pactado, incluso antes del 11-M, con representantes cualificados de Rodríguez Zapatero. Después de dos años de gobierno de Rodríguez Zapatero, ETA no sólo no se ha rendido sino que desde el punto de vista político mantiene intactas sus exigencias y se permite hablar de tu a tu con el Estado español, a quien desafía cada vez con mayor altanería y al que pone condiciones como el reconocimiento de Euskal Herria como nación y de su derecho a la autodeterminación, la anexión de Navarra y la excarcelación de los presos.

¿Un atentado de encargo? 

 De ser un miembro más de la banda de criminales, Arnaldo Otegui ha pasado a ser un hombre de paz. Claro que las alabanzas son recíprocas, y ahí están sus palabras de reconocimiento hacia el presidente del Gobierno por su “valentía” al aceptar que España no es la única nación sino que en el Estado conviven otras naciones además de la española, lo cual, para el dirigente proetarra es un hecho “revolucionario”.

 

Gracias a Rodríguez Zapatero, los dirigentes de la “izquierda abertzale” (que así se le llama ya sin ningún pudor por el Gobierno) han pasado de estar proscritos  por su vinculación a ETA a ser tenidos como futuros interlocutores del Gobierno para negociar un nuevo estatus político para el País Vasco a fin de lograr la “refundación de la convivencia de Euskadi”, según expresión del propio presidente. Por cierto, no deberíamos perder de vista lo ocurrido en la entrevista mantenida en Perpiñán entre Carod Rovira y la cúpula de ETA. Ya no existe duda alguna de que el paladín de la independencia de Cataluña les habría contado las expectativas creadas en virtud del pacto del Tinell. Si Rodríguez Zapatero derrotaba al Partido Popular, la posibilidad de dar un paso de gigante hacia la puerta de salida del Estado español por parte de Cataluña estaba asegurada. En consecuencia, sólo un cambio de Gobierno en España podría hacer reversible la situación agónica de la banda. A consecuencia de la política antiterrorista del Gobierno Aznar el único horizonte de la banda parecía ser el de una rendición humillante. A partir de las conversaciones de Perpiñán, ETA comenzó a soñar con la perspectiva de una negociación victoriosa. Y aunque no haya prueba que demuestre su implicación en el 11-M, mientras no se lleve a cabo una investigación rigurosa y a fondo de todos los datos que apuntan a una estrecha amistad entre etarras e islamistas, tejida dentro y fuera de las cárceles españolas, la idea de una colaboración operativa no puede ser descartada de raíz. La hipótesis del 11-M como un atentado de encargo no puede descartarse.

Otros beneficiarios 

El sultán de Marruecos, estoy seguro, no habría sentido la menor lástima al ver el trágico final del Gobierno de José María Aznar que hizo naufragar la aventura desafiante del monarca marroquí en Perejil. A nuestro vecino del sur, la derrota del Partido Popular podía abrirle la posibilidad de una relación privilegiada con los Estados Unidos a sabiendas de que ningún presidente, ni republicano ni demócrata, perdonará a Rodríguez Zapatero el inamistoso gesto de sentarse al paso de la bandera de las barras y las estrellas el desfile militar del Paseo de la Castellana.

 

Hay quien añade a la lista de beneficiarios a los proscritos del felipismo por su implicación en la guerra sucia de los GAL y en el saqueo de los fondos reservados. No hay ninguna prueba de su implicación en la masacre, aunque estoy seguro de que no estuvieron muy lejos de la campaña de descalificación del Gobierno popular iniciada desde la misma tarde del 11-M, al menos como transmisores de noticias intoxicadoras procedentes de la deslealtad de algunos mandos policiales.

Terremoto político 

Es indiscutible que el 11-M provocó un auténtico terremoto político en España. Las consecuencias están a la vista. El edificio constitucional de 1978 se resquebraja. Vivimos inmersos en un proceso constituyente “de facto” e, incluso, fraudulento, pues por la vía estatutaria se intenta alterar de raíz el Estado autonómico. Es legítimo propugnar la conversión de España en un Estado plurinacional para atribuir la soberanía a las naciones que, según los nacionalistas, integran nuestro país. El título VIII puede ser reformado en tal sentido,  pero esto no puede hacerse sin consultar al pueblo español que, hoy por hoy, es el titular único de la soberanía nacional.

 

Por decir esto y por denunciar la inconstitucionalidad del Estatuto catalán –y en algunos aspectos su imitador andaluz- se nos acusa de anticatalanismo por ir contra Cataluña, acusación que sirve para legitimar la campaña de acoso y derribo del Partido Popular. Yo envidiaba a Cataluña al considerarla como un oasis de europeísmo, tolerancia y buen sentido. Pero observo con preocupación cómo el “seny” catalán ha hecho mutis por el foro. La vida política catalana va entrando en un proceso de “batasunización”. “Se lo han buscado” vienen a decir los dirigentes de los partidos nacionalistas e, incluso, del PSC. Pues bien, si el Partido Popular y otros grupos políticos discrepantes de los dogmas nacionalistas no pueden desarrollar con plena libertad su actividad en Cataluña la democracia volverá a ser una asignatura pendiente en tierras catalanas.

El preludio de un nuevo fracaso colectivo 

En dos años de Gobierno de Rodríguez Zapatero, los conflictos históricos que tanto daño hicieron en el pasado a la convivencia entre los españoles han vuelto a resurgir. Se ha llegado a acusarnos de fascistas por reivindicar el espíritu de la transición y defender la Constitución como marco de convivencia en paz y en libertad de todos los españoles. Cada vez resulta más evidente que so pretexto de la recuperación de la memoria histórica se pretende abrir de nuevo un foso de división cívica que puede conducir de nuevo a la fractura de España en dos mitades. Detrás de la denuncia de las tropelías del bando nacional  no parece esconderse otra intención que la de restaurar la “legalidad” republicana. Nada hay de espontáneo en la exhibición de la bandera tricolor al paso de los Príncipes de Asturias. El presidente del Gobierno, principal impulsor de la reivindicación sectaria de la mal llamada memoria histórica, parece haber olvidado que si volvemos a confrontarnos por los símbolos de la nación corremos el grave riesgo de acabar a garrotazos. Y España no se merece un nuevo fracaso colectivo.

 

Si Cataluña es una nación y también lo es Galicia, el País Vasco, Andalucía, Canarias y todo aquel que se apunte a la barra libre autonómica, el fin de España como nación es un hecho. Por mucho que la Constitución proclame lo contrario, y salvo que lo remedie el Tribunal Constitucional, acabaremos por convertirnos en una confederación de naciones soberanas sin que el cada vez más débil cascarón estatal sea capaz de garantizar la unidad de España, la igualdad básica de todos los españoles, el cumplimiento de los grandes objetivos nacionales y el principio de solidaridad.

El “compromiso histórico” para arrinconar al Partido Popular 

El secreto de la estabilidad política de los últimos treinta años ha sido, sin lugar a dudas, el entendimiento a la hora de abordar las grandes cuestiones de Estado entre los dos grandes partidos nacionales. La pretensión de arrinconar al Partido Popular, heredero ideológico de la UCD y representante de una derecha plenamente democrática, es un atentado contra la convivencia nacional. Por desgracia, hoy por hoy la voluntad de consenso ha quedado pulverizada. No hay entendimiento ni a la hora de abordar –si es que hubiera que hacerla- la reforma de la Constitución, ni la lucha contra el terrorismo, ni la modificación de los Estatutos, ni la reorganización de la Justicia. El presidente del Gobierno hace tiempo que dejó de utilizar la palabra “talante” con la que encandiló a muchos españoles.

 

Claro es que esta estrategia no es nueva. A mediados de los ochenta, los dirigentes socialistas abogaban por el “compromiso histórico” con los nacionalistas, imprescindible, según decían, para conseguir el fortalecimiento de la democracia y la modernización de España. Así se fraguó la colaboración para el Gobierno del País Vasco entre el PSE y el PNV, truncada –hoy Rodríguez Zapatero no lo hubiera consentido- por el pacto de Estella. Hoy renace el compromiso histórico cuya finalidad es asegurar la permanencia en el PSOE en el poder “del Estado” y garantizar a los nacionalistas el poder de sus respectivas “naciones”. La alternancia, principio básico de toda democracia, sólo será posible si el Partido Popular obtiene mayoría absoluta. Y esto, con una mayoría de medios de comunicación que secundan la campaña de “todos contra el PP”, es muy difícil aunque no conviene caer en la desesperanza.

Sectarismo miope y anticatólico 

El balance en materia de política exterior no puede ser más desolador. Se nos prometió volver al “corazón” de Europa pero sólo hemos conseguido ser el hazmerreír de nuestros socios europeos. Parece como si el presidente Rodríguez Zapatero hubiera decidido volver a los años de la guerra fría, cuando el PSOE practicaba un antiamericanismo y antiatlantismo militantes y propugnaba nuestra inserción en el “movimiento de países no alineados” fundado en 1954por Egipto, India y Yugoslavia. Haber dado la espalda a la primera democracia del mundo, los Estados Unidos, es fruto de un sectarismo miope y radicalmente contrario a los intereses nacionales.

 

El sectarismo anticatólico ha vuelto por sus fueros. Mientras la progresía socialista se rasga las vestiduras por unas caricaturas de Mahoma, las ofensas a los sentimientos católicos se multiplican por doquier. Crecen los obstáculos a la enseñanza de la religión en las escuelas. Algunas reformas legislativas, como la equiparación al matrimonio de la unión homosexual, han afectado a una institución que hunde sus raíces en la civilización occidental. Al margen de los sentimientos religiosos, lo cierto es que para dar satisfacción a ciertos colectivos marginales no se ha dudado en ofender las convicciones éticas de amplias capas de la población. Hay otros ejemplos de sectarismo, como por ejemplo la promulgación de la ley de educación contra el criterio de buena parte de la comunidad escolar.

La democracia aburrida 

En suma, las consecuencias políticas del 11-M han sido mucho más profundas que las derivadas de un mero relevo en el gobierno de la nación. Se ha escrito que la democracia es un sistema aburrido, pues nada cambia después de las elecciones al mantenerse intactos los principios básicos de la organización política y del modelo de sociedad. El relevo de los equipos de gobierno y de los modos de gestión de la cosa pública es saludable. Hace tan sólo tres años conmemoramos el veinticinco aniversario de la Constitución de 1978. Yo creía que España se había convertido ya en una democracia aburrida gracias al acierto de nuestra Ley fundamental. Pero estaba equivocado. Desde hace dos años, la “clase política” española en vez de dedicar todas sus energías a resolver los problemas de la vida cotidiana de los ciudadanos como la educación, la sanidad, la vivienda, la seguridad o la inmigración, no hace otra cosa que debatir sobre las esencias. Es como si hubiéramos regresado al túnel del tiempo para  reproducir todo aquello que en el pasado nos llevó al abismo: el debate sobre el ser o no ser de España, la forma de gobierno, el desafío nacionalista, los hachazos a la libertad religiosa... Todo un despropósito.

Una mente española 

Silvio Berlusconi, días después del atentado hizo unas declaraciones sobre el 11-M que no por ser del ex primer ministro italiano dejan de ser atinadas pues son fruto de una reflexión inteligente. “Estoy convencido de que ETA ha desempeñado un papel en los atentados del 11 de marzo. Analicemos la situación;: la técnica demasiado refinada, la elección de los tiempos, la contemporaneidad de los ataques... ¿Es posible que, en pocas horas, gracias al hallazgo de un teléfono móvil en una mochila se llegue hasta los presuntos responsables de la matanza? ¿Y que se les detenga justo antes de que se abran los colegios lectorales? No; esta historia no me convence para nada y personalmente no me quito de la cabeza que ETA ha tenido algún papel... Quien ha realizado estos atentados del 11-M conocía bien España y por eso no creo que hayan sido cuatro beduinos de Al Qaeda”.

 

No hay que echar la reflexión de Berlusconi en saco roto. Detrás del atentado hubo, sin duda, una mente española que conocía muy bien la idiosincrasia del pueblo español. Los terroristas –no suicidas- pusieron todo su empeño para conseguir que antes de la apertura de los colegios electorales los españoles estuviéramos convencidos de que se trataba de un atentado islamista. Luego bastó con que la izquierda y los nacionalistas se movilizaran para acusar al Gobierno de ocultar la verdad. Aznar era el culpable del atentado por habernos metido en la guerra de Iraq. Con esta infame acusación consiguieron que fueran muchos los que, movidos por una santa indignación, votaran no por Rodríguez Zapatero sino contra Aznar. Más no se puede pedir.

 

El griterío de los que reclamaban saber la verdad enmudeció tan pronto como Acebes anunció a las doce de la noche del día 14 de marzo la derrota del PP. Al cabo de dos años, el 11-M sigue sin esclarecer. El éxito momentáneo del PSOE ha sido acallar aquella exigencia. Incluso en nuestras filas hay quien opina que debemos pasar página. No hay duda de que la oposición al Gobierno no puede ni debe centrarse en el 11-M. Son muchos los problemas de España generados desde el acceso al poder del Partido Socialista. Pero ello no puede conducir a que cesemos en el empeño de  reclamar por respeto a las víctimas y a la dignidad de la democracia el conocimiento de la verdad.

*Palabras pronunciadas en Logroño, el 15 de junio de 2006, con motivo de la presentación del libro “11-M. Demasiadas preguntas sin respuesta”.   

Marx, Engels y otros racistas formidables

Karl Marx es el héroe de algunos líderes de sindicatos y organizaciones de derechos civiles, incluidos aquellos que organizaron las recientes protestas en EEUU contra el proyecto de ley sobre inmigración. Es fácil ser marxista si no se han leído sus escritos.

La mayoría de la gente reconoce que las predicciones de Marx sobre el capitalismo resultaron un fiasco. Lo que la mayoría no sabe es que Marx era un racista y un antisemita de tomo y lomo. Marx escribió, acerca de la anexión de California por parte de EEUU luego de la guerra que enfrentó a este país con México: "Sin violencia jamás se ha conseguido algo en la historia". Y a continuación se preguntaba: "¿Es una desgracia que la espléndida California fuera arrebatada a los vagos mexicanos, que no sabían qué hacer con ella?".

Por su parte, el coautor del Manifiesto comunista, Friedrich Engels, añadía: "Hemos sido testigos de la conquista de México, y nos hemos alegrado. Es en interés del propio México que quede bajo la tutela de Estados Unidos". Puede uno encontrarse con gran parte de las ideas de Marx en un libro escrito por el ex comunista Nathaniel Weyl y titulado Karl Marx, Racist (1979).  

En una carta que dirigió en de julio de 1862 a Engels, Marx se refería a su rival político Ferdinand Lassalle, asimismo socialista, en los siguientes términos: "Para mí está completamente claro ahora, como lo prueban la forma de su cráneo y su pelo, que desciende de los negros de Egipto, suponiendo que su madre o su abuela no se mezclaran con la negrada. Esta unión de judaísmo y germanismo sobre una base negra tiene que producir un producto peculiar. La protuberancia del colega es, asimismo, la propia de la negrada".  

Engels compartía gran parte de la filosofía racial de Marx. En 1887 el yerno de Marx, Paul Lafargue, se postuló para concejal en un distrito parisino que contaba con un zoo. Engels sostenía que Paul tenía "un octavo o un doceavo de sangre de negrazo". En una carta fechada en abril de 1887 y dirigida a la esposa de Paul, Engels escribía: "Al estar, en su calidad de negro, un paso más cerca del reino animal que el resto de nosotros, sin duda es el representante más adecuado para ese distrito".  

Aunque mucho menos reivindicado que Marx, Thomas Carlyle es otra figura histórica inapreciable. Carlyle es conocido por aplicar a la economía el apelativo descalificatorio de "ciencia funesta" (dismal science), una inversión del término "gaya ciencia", o "gay saber", con que en aquel entonces (1849) se aludía al conocimiento que servía para introducir mejoras en la vida.  

La mayoría de la gente ha aprendido, incorrectamente, que el término "ciencia funesta" hacía referencia a las agoreras predicciones de Thomas Malthus de que la población mundial crecería más rápidamente que el suministro de alimentos, lo que condenaría la Humanidad a la pobreza y la hambruna perpetuas. Mi colega de la Universidad George Mason, el profesor Davy Levy, y Sandra Peart cuentan la verdadera historia en su libro The Secret History of the Dismal Science: Economics, Religion and Race in the 19th Century, de 2001.  

Carlyle empleó por primera vez el término "ciencia funesta" en un panfleto que publicó en 1849 y que llevaba por título An Occasional Discourse of the Nigger Question. Allí atacaba las ideas de Adam Smith, John Stuart Mill y otros economistas del libre mercado y el Gobierno limitado por su creencia en la igualdad fundamental del hombre y por su oposición a la esclavitud. Que la economía asuma que todo el mundo es igual y que todos merecen igualmente la libertad resultaba ofensivo para Carlyle, y le llevó a calificar a la economía de "ciencia funesta".  

Carlyle sostenía que los negros eran subhumanos, "ganado bípedo" que necesitaba la tutela de los blancos, poseedores de la "fusta benéfica", si iba a contribuir al bien de la sociedad. Carlyle no era, en modo alguno, el único en denunciar la economía por sus posturas contrarias a la esclavitud y en favor de la igualdad. Una figura no menos histórica, y muy socorrida en Navidad, Charles Dickens, compartía las posiciones de Carlyle en lo relacionado con la esclavitud y con los negros.  

Marx, Engels, Carlyle y Dickens, todos ellos compartían una creencia inmemorial que ha prevalecido hasta nuestros días: algunas personas están dotadas de una sabiduría y una inteligencia sobresalientes y tienen por cometido imponerlas a las masas por la fuerza.  

Walter Williams 

Libertad Digital, suplemento Fin de semana, 1 de julio de 2006

La izquierda y el Estado de Derecho

Entre los analistas internacionales que observan la realidad latinoamericana está de moda hablar de la "nueva" y la "vieja" izquierda para referirse a grupos que gobiernan en la región. Según esa óptica, hay una división tajante entre las dos izquierdas: una estaría integrada por los "modernizadores"; la otra, por los "revanchistas".

La primera vendría a ser la "izquierda dura que tomó el buen camino". Estaría integrada por Lula da Silva (Brasil), Michelle Bachelet (Chile) y Tabaré Vázquez (Uruguay). Se dice que sus gobiernos son responsables, que ponen los intereses nacionales por encima de la nostalgia, la retórica grandilocuente y las ideologías estridentes. La otra sería aquella izquierda no reestructurada que tiene sus raíces en la gran tradición populista de América Latina. Entre sus miembros más conspicuos estarían Hugo Chávez (Venezuela), Evo Morales (Bolivia) y Néstor Kirchner (Argentina). La gran pregunta es: ¿de acuerdo con qué parámetros hacen esa distinción?

¿Existen tan sólo dos variantes de izquierda?

¿O no será que existe una tercera, quizás la potencialmente más nefasta de todas? En nuestra opinión, los que dividen a la izquierda latinoamericana en esas dos ramas se guían fundamentalmente por las cifras macroeconómicas. Pero ¿es eso lo realmente importante?

El premio Nobel de Economía Friedrich Hayek aseveró: "Yo siempre dije que un economista que no es más que economista ni siquiera puede ser un buen economista". 

A nuestro entender, un Gobierno "moderno" y "responsable" es aquél que garantiza la vigencia plena de los derechos individuales. Uno que respeta la efectiva separación de poderes. Por lo tanto, el dato relevante para evaluar a un Gobierno no es el funcionamiento de la macroeconomía, sino el del Poder Judicial. Con respecto al Uruguay, no hay duda de que ha habido un gran cambio desde que asumió Vázquez. Hasta hace poco se observaba con orgullo que nuestro Poder Judicial actuaba con independencia y no estaba sometido a las presiones de los diferentes gobiernos.

Esa situación ha variado de forma alarmante. Ahora la sensación que prevalece entre la opinión pública es la incertidumbre, incluso el miedo. El presidente de la Cámara de Industrias declaró recientemente: "El Poder Ejecutivo no entiende que la propiedad privada está garantizada por la Constitución". Y añadió: "Hoy, la Justicia ya no es un baluarte donde uno se pueda refugiar". Esa aprehensión no es producto de un caso específico, sino de muchos que van marcando un nuevo rumbo inquietante. Por ejemplo, recientemente el dueño de una curtiembre fue procesado con prisión por tratar de recuperar su fábrica, que estaba ocupada por un grupo de trabajadores. Se le tipificó un delito de "justicia por mano propia".

Pero ese delito sólo lo puede cometer aquél que elude los procedimientos de justicia establecidos. Sin embargo, el decreto que "legalizó" las ocupaciones no prevé otra justicia. Si las fábricas son ocupadas no hay a quién recurrir. Vázquez afirmó que su Gobierno "no presiona a la Justicia". No obstante, cuando un alto funcionario se enojó porque un juez no procesó con prisión a unos ciudadanos, como él esperaba, declaró públicamente: "En el sistema judicial uruguayo, por suerte, los Eguren [el juez de la causa] son minoría (...) Con un juez así, ninguna sociedad puede funcionar". 

Asimismo, cuando se pretendió cumplir una orden de una jueza de lo laboral para sacar la maquinaria de una planta textil, los trabajadores sindicalizados bloquearon su cumplimiento. ¿Por qué no recurrió a la fuerza pública, como es de rigor? Hay confusas versiones. Lo que declararon las autoridades fue que, ante una petición verbal de la Suprema Corte de Justicia al ministro de Interior para que fuerzas policiales apoyaran el procedimiento, el ministro expresó que "no podría cumplir [la] orden judicial por razones de tiempo y porque tenía que viajar". Sin estridencias, con números "macro" inobjetables y gran refinamiento, los uruguayos vamos rumbo al infierno.  

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Hana Fischer, analista uruguaya.  

Libertad Digital, suplemento Exteriores, 27 de junio de 2006