DE LA DESTRUCCIÓN A LA DEIFICACIÓN DEL ESTADO: la religión socialista
El socialismo es, en última instancia, una religión, cuyo dogma central: la igualdad, es antinatural porque los seres humanos son todos diferentes. La sociedad sin clases es su utopía, que –decían– se podía alcanzar usando la fuerza proletaria para apoderarse del Estado explotador –según el profeta Marx–, que sólo desaparecerá cuando el capitalismo concluya. Esto se lograba antes con violentas revoluciones, como las de los millones de muertos del siglo pasado, que concluían en la abolición de la propiedad.
Ahora se hace con impuestos, leyes represivas o mandamientos en la línea de terminar con la libertad, ya que ésta es lo que posibilita que las personas, interactuando y creando, generen propiedad y la "explotación".
La profecía de la desaparición del Estado ha sido revisada en sucesivos concilios y el neosocialismo ha terminado por convertirlo en un dios eterno e infalible, sabedor de lo que los hombres deben hacer para progresar y alcanzar la igualdad. Los que tienen este conocimiento revelado son sacerdotes que conforman órdenes religioso-políticas y nos instruyen sobre la adoración a "santos" como Neruda, Allende, Fidel, Chávez o Evo y a instituciones como el palacio presidencial, la universidad estatal y la empresa nacionalizada.
Al dios Estado se le deben ofrecer crecientes sacrificios y limosnas, impuestos, aportes forzosos, patentes o permisos, sobre cuyo destino es un pecado mortal dudar. La libertad es inútil y peligrosa, y debe regularse por los sacerdotes oficiales, que saben lo que debemos comer, beber, fumar, cómo y cuánto trabajar, qué aprender y emprender, en qué ahorrar para la vejez, cómo tratar el "auge" de enfermedades y hasta cómo emparejarnos y hacer el amor.
Estos últimos asuntos, que antes estaban a cargo de curas, rabinos, parientes y grandes maestros, hoy corresponden al Estado y a sus sacerdotes, a los que pagamos para lograr el cielo aquí y ahorita.
Las empresas estatales son templos, y reformarlas una herejía; las privatizaciones son un atentado contra dios mismo, como revisar la eficiencia del gasto y de las oficinas públicas. Los ministerios son sagrados y nunca se cerrarán. Las denuncias de ineficiencia, exceso de personal, corrupción o mal uso de fondos son, simplemente, blasfemias.
El desarrollo es siempre peligroso y pecaminoso. ¿No ve que va ligado al capital, y éste a la libertad de trabajo y pensamiento? Por eso no es una prioridad; más bien, todo lo contrario. ¿Para qué tener auto, si hay bicicletas y carretas? ¿Y para qué la globalización, que sólo sirve al imperialismo? Lo que importa es extender la igualdad, incluso a los animales, los árboles y los recursos naturales. Es un retorno al milenario panteísmo, algo que los verdes tienen claro, al igual que los pueblos originarios, tan de moda en este polo de progreso que es América Latina.
Las personas y sus libertades son secundarias. Lo que importa son los "derechos sociales", es decir, la represión mediante la ley manejada por los sacerdotes estatales. Y no se diga –como hacen los liberales– que el calificativo "social" distorsiona el significado de la palabra "derecho", del mismo modo que oscurece y vacía conceptos entendibles como "justicia", "democracia", "trabajo" y tantos otros.
La creencia socialista igualitaria quiere el paraíso en la tierra, no en el más allá, y por esto es violenta y conduce a luchas fratricidas y dictaduras. Afortunadamente, la conversión a la libertad va en aumento en el mundo; y pidamos a Dios que continúe, con perdón de algunos confundidos curas socialistas.
© AIPE
Álvaro Bardón, profesor de Economía en la Universidad Finis Terrae y ex presidente del Banco Central de Chile.
Libertad Digital, suplemento Ideas, 11 de julio de 2006
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