Blogia

Políticamente... conservador

Somos líderes en pornografía infantil... y en otras cosas

Somos líderes en pornografía infantil... y en otras cosas

La información facilitada por el Inspector Jefe de Delitos Tecnológicos del Cuerpo Nacional de Policía, en Cataluña, con motivo de la presentación del “Libro Rojo del cibercrimen”, no ha tenido el relieve necesario, a pesar de que el dato que apunta es grave y, junto a otros, señala en una misma y negativa dirección.

 

El hecho es el siguiente. España ocupa el segundo lugar, detrás de EEUU, en el ranking mundial, de visitas a webs con contenido de pornografía infantil.

 

En otras palabras los pedófilos abundan en nuestra sociedad, que parece haber abolido todos los límites. Es evidente que no todos ellos son o evolucionarán hacia la pederastia. Pero resulta evidente que a mayor masa crítica de los primeros, los pedófilos, mayor posibilidad de los segundos, y por consiguiente de que se produzcan agresiones sexuales a los pre-púberes.

 

La pregunta que debe formularse esta sociedad es ¿por qué esto es así? ¿Cuáles son las razones de esta singularidad?

 

La respuesta salta a la vista. España ha mutado sin control de una rígida moral a la más completa cultura de la desvinculación donde lo único que importa es la satisfacción de la pulsión del deseo.

 

El relativismo moral que lo acompaña conduce necesariamente a una sociedad donde las disfunciones sociales crecen. Lo hacen además, no solo porque el marco de referencia, la cultura dominante lo aplaude, sino porque las leyes establecen principios como este: hemos de reconocer los fenómenos sociales en nuestra legislación, y si la gente quiere divorciarse hay que ponérselo fácil, y si quiere abortar, pues que aborte.

 

La teoría del reconocimiento social del fenómeno prescindiendo de su bondad social solo genera sinsentido, el todo vale.

 

España también destaca en las visitas a las páginas de pornografía en general, dado que el 42% de los cibernautas españoles visitan páginas de este tipo. Hay que subrayar además que una parte de estos contenidos están dotados de una pornografía directamente violenta contra la mujer, donde el sexo y agresión andan de la mano.

 

La idea de un cierto feminismo y de la ideología de género, que vende que la agresión contra la mujer nace de una concepción tradicional de la misma, se revela, una vez más, a la luz de los datos, como falsa. La edad y características de los feminicidios ya lo ponían de manifiesto. Este otro dato lo completa, porque es del todo evidente que los mayores usuarios de Internet son personas que se sitúan por debajo de la franja de los 40 años y la gente más joven poco tiene que ver con la idea tradicional de la mujer. Pero esta idea “nueva” no evita ni el asesinato, la violencia, la pornografía y la prostitución.

 

Porque en este campo, el de la prostitución, España es uno de los grandes emporios de Europa y, por consiguiente, el lugar donde se ha desarrollado una gran trama de tráfico de mujeres y de dinero relacionado con el delito. Hay una ruptura en el sistema de valores de España que arroja a las personas de esta sociedad por una pendiente que parece no tener fin.

 

De los primeros en pornografía, en pornografía infantil, en prostitución, también, rápidamente, hemos accedido a los primeros lugares del ranking en uso de drogas.

 

Primeros en solo dos años en divorcios, últimos en natalidad, a la cola en productividad y competitividad.

 

Un fracaso escolar que dobla a la media europea.

 

Una implosión demográfica por falta de nacimientos que se carga el estado del bienestar y la renta futura.

 

Un crecimiento desmedido de la violencia doméstica, hombres contra mujeres, padres contra hijos y éstos contra madres.

 

Alcoholismo masivo del botellón, y diversión centrada en la noche, fenómenos insólitos en toda Europa, violencia creciente en el ocio juvenil.

 

¿Tan difícil es ver, si uno contempla la vida de cada persona como un todo y no como dimensiones aisladas, que todo esto se interrelaciona y que la responsabilidad es de la cultura todavía dominante, el imperialismo de lo políticamente correcto, la destrucción de los fundamentos sociales mediante la cultura de la desvinculación y la ideología de genero, y las desastrosas políticas, que fundadas en ello, practica el gobierno?

 

Vivimos una crisis moral, cultural y política, por eso es preciso que renazca el sentido religioso, impulsemos una revolución moral y regeneremos la política.

 

Josep Miró i Ardèvol

Forum Libertas, 11 de abril de 2008  

 

Batalla en el PP. Ser o no ser

Batalla en el PP. Ser o no ser

Las elecciones generales marcan un antes y un después en la historia del Partido Popular. Rajoy perdió, pero logró un excelente resultado, que tiene un mérito innegable dadas las difíciles condiciones en las que tuvo que realizar su trabajo. Cuando a las pocas horas de conocerse los resultados algunos medios vinculados al centro-derecha pidieron su dimisión, nosotros defendimos su continuidad. No había razones para que abandonara, pero sí para que dirigiera muy personalmente la urgente renovación de la dirección del partido.

Parte de la autoridad ganada a pulso durante los últimos cuatro años Rajoy la ha dilapidado en unos pocos días. No administró bien los tiempos. Tardó demasiado en convocar a los órganos responsables y realizar los primeros nombramientos. Un retraso que contrastaba con la precisión con la que comenzó la nueva legislatura Rodríguez Zapatero. Él podía considerar que así reforzaba su autoridad o, quizás, que no había ninguna prisa. A lo peor, ganaba tiempo porque no sabía cómo reorganizar su equipo. En cualquier caso se equivocó.

Mayor error fue su discurso ante la Junta Directiva Nacional del Partido. Presentó una valoración de las elecciones en la que lo único que quedaba claro es que no era consciente de las graves insuficiencias manifestadas durante los cuatro años de oposición y, más en concreto, durante la campaña electoral. El clamor sobre la incapacidad a la hora de comunicarse con la sociedad o las críticas sobre la falta de convicción en la defensa de determinadas posiciones no parecen haber calado en su conciencia. Por el contrario, optó por transformarse en maestro de escuela y llamar al orden a algunos jefes regionales por no haber hecho los deberes. Rajoy parecía hablar de unas elecciones autonómicas, cuando lo que habíamos vivido eran unas generales trasformadas en referéndum sobre la política y la figura de Rodríguez Zapatero.

Los allí presentes quedaron estupefactos ante lo que estaban oyendo, lo que explica, que no justifica, el contraste entre lo que dijeron dentro y fuera de la sala. El Partido Popular tiene un largo camino que recorrer para convertirse, de una vez por todas, en una organización democrática. Los tiempos de Aznar, años fundacionales, han quedado atrás. Ahora toca asumir la riqueza de la diversidad y la necesidad del debate, aprender a canalizar las tensiones para incardinarse, de verdad, en el tejido social.

El tercer error consecutivo ha sido el nombramiento de Soraya Sáenz de Santamaría como portavoz popular en el Congreso de los Diputados. España tiene una larga tradición liberal-parlamentaria. Los cargos de representación, sobre todo cuando se está en oposición, corresponden a los notables, a las figuras que tienen un reconocido prestigio entre sus compañeros de filas, por gozar de autoridad y tener a sus espaldas una experiencia parlamentaria suficiente. Sáenz de Santamaría es una mujer inteligente, preparada y trabajadora, pero carece de autoridad y de experiencia. Sin embargo, eso no es lo peor. El gesto denota una preocupante debilidad de Rajoy. Está diseñando un equipo formado "por los suyos", no "por los mejores". No sólo quiere controlar su partido durante la legislatura, es que no se fía de los jefes de fila.

No parece necesario insistir en la idea de que José María Aznar no estaba dispuesto a ceder un ápice de poder, pero eso no le llevó al error de nombrar para esos cargos a personas de su estricta confianza. Álvarez Cascos o Rato, secretario general y portavoz, eran dos animales políticos en la plena acepción de los términos y, sobre todo, dos personalidades respetadas, reconocidas y temidas por sus compañeros. Para Aznar nunca fue un problema que tuvieran un perfil político muy definido, a la vez que una fuerte personalidad. Un partido es una suma de energías y para dirigirlo hay que saber mandar.

En unos pocos días el previsto Congreso ha pasado de ser una formalidad a convertirse en todo un reto. Rajoy ha logrado unir a todos sus cuadros en torno a dos ideas: que él ha perdido el norte y que no están en condiciones de plantearse un cambio en la Presidencia. Su liderazgo se basa en estos momentos no tanto en el respeto como en el miedo al vacío de unos jefes regionales sin experiencia en estos negocios. Crecieron bajo el férreo liderazgo de Aznar y no han tenido necesidad de resolver situaciones semejantes. Las claras y directas palabras pronunciadas por Esperanza Aguirre en el Foro de ABC les han asustado tanto como convencido de la necesidad de realizar cambios.

El debate está sobre la mesa y el partido parece haberse dividido, como ya hemos comentado en anteriores ocasiones desde estas mismas páginas, en un bloque más pragmático y relativista frente a otro comprometido a trabajar desde las ideas y los valores. Los primeros, demasiado proclives a asumir los análisis de PRISA, se sienten más "centristas", un término político maravilloso que denota dos características: la renuncia a ser algo y la incomodidad de ser clasificado como conservador o liberal. "Centrista" está mejor visto en la Cadena SER y, piensan ellos, les puede abrir la puerta a bolsas de votantes hasta ahora inaccesibles.

Sin embargo, en política tan importante es sumar como restar. En unas elecciones, tan relevante como captar nuevos votantes es no perder a los tradicionales. No está garantizado que los más de diez millones de votantes que introdujeron la papeleta del PP en las urnas vuelvan a hacerlo. Los partidos son instrumentos que los ciudadanos utilizamos para canalizar nuestras preocupaciones en la esfera de lo público. Muchos de esos más de diez millones exigimos un claro compromiso con ciertos valores y no estamos dispuestos a tolerar inseguridades o renuncias. Debería preocupar a la dirección del Partido Popular el que muchos ciudadanos que les han votado hace apenas unas semanas se hayan sentido más y mejor representados por las palabras de Rosa Díez que por las del propio Rajoy en temas tan centrales como la unidad de España. No deben olvidar que los problemas que más preocupan a sus votantes no son de derechas o de izquierdas, sino de valores que están muy por encima de las clásicas divisiones partidistas.

El Congreso será el colofón de la "renovación" de Rajoy. Será un éxito o un fracaso. Le consagrará como líder o dejará abierto quién será el próximo candidato a presidente del Gobierno. Pero lo que nos importa a los españoles que hemos depositado nuestra confianza en el Partido Popular es que la renovación suponga un claro compromiso con el ideario liberal-conservador adaptado a la agenda política actual. Para relativismos nos quedamos con la versión original.

Por GEES

Libertad Digital nº 1436 | 11 de Abril de 2008

 

Miguel Sanz lo sabía

Miguel Sanz lo sabía


Dice el refrán que por la boca muere el pez. Y aquellos que tienen costumbre de alardear de información a veces caen en sus propias trampas.

Que Miguel Sanz conociera el hecho de que Zapatero ofreciera a ETA un órgano común entre Euskadi y Navarra, tal y como él afirmó el pasado martes, no es de extrañar; tiene fuentes de información suficientes como para estar al tanto de ello. No en vano, suponemos que por ese motivo y ante la gravedad de la situación convocó la macromanifestación del 19 de marzo. Cuando hablábamos de que Navarra no se vendía no era un simple eslogan sino una realidad a la que nos enfrentábamos y que, por fortuna, no tuvimos que padecer.

 

Finalmente, a Zapatero le salió mal la jugada, no porque él no estuviera de acuerdo con entregar Navarra en bandeja de plata a una pandilla de criminales, sino porque los asesinos no tenían intención de cambiar de oficio y preferían seguir con su negocio del terror.

 

Ahora bien, lo que es ciertamente increíble es que, conociendo Miguel Sanz dicha información, estuviera dispuesto a que el grupo popular se abstuviera en la investidura de Zapatero como presidente.

 

Es decir, Sanz sabía que Zapatero nos había mentido a todos cuando afirmaba que tras la T4 se había acabado la negociación con ETA, cuando decía sin sonrojarse que nunca había hablado de política con los asesinos y cuando afirmaba contundente que Navarra sería lo que los navarros quisieran, al mismo tiempo que ofrecía a los criminales un plan de creación de Euskal Herria. Y, sin embargo y a pesar de todo ello, Miguel Sanz es capaz de fiarse de Zapatero y anima a Rajoy a abstenerse en la investidura de Zapatero, siguiendo así el camino de fraternidad y amistad que él ha emprendido con los socialistas y que le ha proporcionado su superviviencia política. ¿Qué más necesita Sanz para votar en contra de Zapatero? ¿Hay algo más grave que lo negociado por Zapatero con ETA como para darle ahora un voto de confianza absteniéndose en la investidura? ¿Un presidente que negocia el futuro de nuestra tierra con una banda de asesinos sin contar con nosotros, merece ahora nuestra aprobación?

 

Esto es lo que pasa cuando se dejan de defender los principios y valores que deben inspirar la actuación en política para pasar simplemente a proteger un puesto de trabajo. La actitud de Miguel Sanz está siendo ciertamente lamentable y así lo entiende buena parte del electorado. Esperemos que esto no pase factura al partido regionalista en el futuro.

 

Tribuna de Navarra, Editorial, 10 de abril de 2008

El Libro negro de la Revolución Francesa: toda la verdad

El Libro negro de la Revolución Francesa: toda la verdad


Les Éditions du Cerf acaban de publicar Le Livre Noir de la Révolution Française, obra colectiva a la que han prestado su pluma reconocidos autores como Pierre Chaunu, Jean Tulard, Emmanuel Le Roy-Ladurie, Jean de Viguerie, Ghislain de Diesbach y Jean des Cars (por no citar sino aquellos cuyos libros nos son más conocidos). Como era de esperar, el grueso volumen ya ha suscitado la controversia. Los medios universitarios y periodísticos del país vecino se hacen eco de ella. No podía faltar, por supuesto, la descalificación por parte de aquellos para quienes la Revolución sigue siendo un tótem intocable y claman indignados contra los “integristas” y “ultras” católicos que, según ellos, escriben cosas absurdas (tal es el juicio categórico, por ejemplo, del catedrático de Historia de la Revolución Francesa de la Universidad de París I-Panthéon-Sorbonne). Confesamos que estos improperios son justamente los que nos han hecho más atractivo el libro y nos han animado a leerlo. Tal como pasa con todo lo que escribe Pío Moa, cuyos detractores son sus mejores propagandistas. Los diferentes capítulos-artículos de Le Livre Noir de la Révolution Française son sinceramente apabullantes y cada uno invita a leer el siguiente. En ulteriores ocasiones iremos glosando y comentando los más importantes a la espera de que aparezca la traducción española, que nos auguramos que no tarde para que cunda aquí el ejemplo y sea una nueva contribución para desbrozar la espesa maleza que invade nuestro panorama intelectual.

 

Una revisión que viene de lejos

 

Entre la conmemoración del primer centenario y la del segundo de la Revolución Francesa (1889 y 1989 respectivamente) se verificó un cambio saludable en las mentalidades y en las actitudes. De los fastos ditirámbicos y triunfalistas de la Tercera República –masónica y rabiosamente anticlerical y antimonárquica– se pasó a las celebraciones más ponderadas de la Francia de Mitterrand, durante las cuales se puso de manifiesto el desgaste del mito revolucionario. Ese mismo año, como contrapunto, se recordaba el cuarto centenario de la Casa de Borbón con el advenimiento al trono de Enrique IV, lo cual dio lugar a importantes manifestaciones de los diferentes grupos monárquicos, que ya habían organizado por todo lo alto los festejos del milenario de los Capetos en 1987 y volverían a mostrar poder de convocatoria para el sesquimilenario de la conversión de Clodoveo en 1996, cosa impensable cien años atrás.

 

¿Qué había pasado? Simplemente que la historiografía había dejado de acatar los dictados de la propaganda jacobina republicana y comenzaba a estudiarse los hechos despojados de sus disfraces y pudibundas vestimentas, en su implacable desnudez. Un libro –hoy clásico– abrió la brecha en la espesa muralla de la censura ideológica: La Révolution Françaisede Pierre Gaxotte, que ha conocido múltiples ediciones y traducciones desde su aparición en 1928 y sigue constituyendo un punto de referencia obligado para los estudiosos, incluso para aquellos que no están de acuerdo con su visión crítica del mito fundador del mundo moderno.

 

La Revolución, en efecto, se divulgaba como un hecho liberador: de la opresión, del despotismo, de la miseria, de la servidumbre a los que tenían sometido al pueblo la monarquía y los que de ella vivían (el clero y la nobleza). La Revolución había proclamado el triple lema de libertad-igualdad-fraternidad, desarrollado en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y lo había impuesto no sólo a Francia sino al mundo entero. En lo sucesivo, todos los movimientos subversivos del orden establecido –desde la Insurrección de Julio hasta la Revolución de Octubre– se reconocieron en la gesta cuyo punto de partida simbólico fue la toma de la Bastilla, la “fortaleza del despotismo”. En cuanto al baño de sangre que sobrevino en la Francia revolucionaria, se lo disculpaba como un mal necesario para la regeneración nacional, para la “salvación pública”. Ya algunos autores como Franz Funck-Brentano se habían ocupado en refutar ciertos aspectos de la cuestión (por ejemplo, la verdadera naturaleza y compleja realidad del Antiguo Régimen). El libro de Gaxotte desmontaba todo el  andamiaje.

 

Sin embargo, el dominio tradicional que detentaba la izquierda en el mundo intelectual francés era difícil de contestar. Gaxotte fue acusado de monárquico y contrarrevolucionario, una manera de desacreditar al autor sin tomarse la molestia de refutar sus tesis. La Revolución sólo podía ser contada por los jacobinos (Aulard) y los marxistas (Lefèbvre, Soboul). Habría que esperar todavía a 1965 para que François Furet, con la colaboración de su cuñado Denis Richet, encendiera el polvorín con su libro de casi un millar de páginas también intitulado La Révolution Française, que marcó un antes y un después en la historiografía. Un segundo volumen, Penser la Révolution Française (publicado en 1978), contribuyó decisivamente a desacralizar el mito, incidiendo en la necesidad de liberar al análisis histórico de la Revolución de la leyenda, de la poesía y lo panfletario y de mostrar crudamente los hechos. Contemporáneamente, desde el mundo anglosajón (Elizabeth Eisenstein, George Taylor), se planteaba la crítica al uso unívoco de conceptos como feudalismo, burguesía y capitalismo, presentes en la interpretación marxista.

 

Desde entonces y, sobre todo, con ocasión del bicentenario, se ha enriquecido la reflexión histórica sobre la Revolución Francesa con nuevos e interesantes aportes. Entre éstos no podía faltar la visión que podríamos llamar anticonformista y que, por supuesto, ha incorporado y se ha beneficiado de las adquisiciones de la investigación histórica desde los tiempos en los que un Burke (Reflections on the Revolution in France) y un Joseph de Maistre (Considérations sur la France) ofrecían la visión conservadora de la Revolución o en los que un abate Barruel (Mémoires pour servir à l’Histoire du Jacobinisme) y un Crétineau-Joly (L’Église Romaine en face de la Révolution) enarbolaban la interpretación católica de unos hechos que remecieron la sociedad europea de la época e iban a influir en ella duraderamente.

 

Le Livre noir de la Révolution française. Bajo la dirección de Renaud Escande. 884 pp. Les Éditions du Cerf. Collection « L’Histoire à vif ». Enero 2008.

 

Rodolfo Vargas Rubio

El Manifiesto, 10 de abril de 2008

¿Será Aznar la solución "centrista" para este desorden?

¿Será Aznar la solución "centrista" para este desorden?


Miguel Sanz ha estado en Madrid, una vez más con Mariano Rajoy. En plena sesión de investidura de Zapatero el presidente navarro viajó a Madrid, donde Navarra ha sido noticia durante toda la anterior legislatura por la amenaza derivada de las negociaciones de Zapatero. Y también, recordémoslo, por la firmeza de Sanz, de UPN y de los navarros en la resistencia contra las pretensiones abertzales y contra las tentaciones socialistas. Hoy, parece que ha pasado un siglo, Navarra y Sanz non noticia por otras razones.

 

Mi presidente cree que Rajoy debería haberse abstenido en la investidura de Zapatero. Zapatero, el hombre que negoció con ETA con Navarra sobre la mesa, no era de fiar hace un año. ¿Por qué debemos creer que ahora sí lo es?

 

Que el PSOE y el Gobierno negociaron con ETA y Batasuna, con alcahuetas nacionales e internacionales, es un dato. Que ETA y los nacionalistas quieren una Euskalherria con Navarra es otro. No nos hacen falta actas, revelaciones ni hallazgos periodísticos para saberlo: siempre que ETA y Batasuna pidan algo Navarra va a encabezar la lista; y siempre que alguien esté dispuesto a hacer concesiones a los criminales Navarra está en la lista.

 

Zapatero ha abandonado los tratos públicos con la banda exclusivamente por sus intereses electorales. Sus convicciones, demostrado está, no se los impedían. Antes o después, como y cuando él calcule que le conviene, volverá por donde solía. Si hemos de juzgarlo por sus obras, no cabe otro juicio. Si espera ser medido por la bondad de sus intenciones tendrá que demostrarlas. Mientras tanto, abstenerse es firmarle un cheque en blanco: un cheque que pagaríamos los navarros, y que Rajoy no ha querido firmar.

 

Vamos a dejar para otro momento consideraciones ideológicas, porque en esto son lo de menos, ya que es débil la formación de muchos de los actores del sainete, y más débiles aún sus convicciones patrióticas. Está de moda decir que el PP tiene que hacerse de centro. Bien pero ¿no lo es ya? ¿Y si no lo es qué ha estado haciendo estos últimos treinta años? Porque en Navarra, no lo olvidemos, el máximo de votos de UPN y PP lo consiguió José María Aznar en las generales 2000, con Jaime Ignacio Del Burgo de cabeza de lista. ¿Sólo con votos de centro? ¿Era eso el centro, ya que vencía? ¿Habrá que recuperar a Aznar, sea para España sea sólo para Navarra?

 

Lo digo casi al azar pero no soy el primero. En medio de la zozobra, Manuel Martín Ferrand ha pedido en ABC que el ex presidente "debiera sentir el impulso de usar su autoridad, que no la ha dilapidado toda, y poner orden entre sus herederos". Herederos y socios, digo yo, ¿no?

 

Pascual Tamburri

El Semanal Digital, 10 de abril de 2008

Ideas o pragmatismo. ¿Qué renovación?

Ideas o pragmatismo. ¿Qué renovación?


Los silencios de Rajoy, cuándo más ansiedad hay por conocer sus propuestas, han desata­do una cascada de artículos valorando cuál debe ser el sentido de la renova­ción que, oficial y públicamente, está en curso. El vacío atrae. La ausencia del líder desata ríos de tinta y la polémica está sobre la mesa.

¿De qué renovación estamos hablando? Hay quien considera que es cuestión de personas. Cuando hace cuatro años Rajoy llegó a la Presidencia del PP, por las razones que fuera no hizo los cambios que cabía esperar y que debían apuntar el tono y contenido programático de la nueva etapa. Como parece que hay acuerdo sobre la necesidad de realizar relevos significativos en los órganos de dirección del Partido y del Grupo Parlamentario, aunque no sobre las personas a elegir, no nos detendre­mos más en este punto.

La segunda línea argumental apunta a concentrar la atención en la estrategia. El Partido Popular vive un debate interno muy semejante al de los restantes partidos de centro derecha europeos. Por una parte están los que defien­den una política enraizada en principios y valores, muy próximos al lega­do de Margaret Thatcher o José María Aznar, que entienden la política como una batalla de ideas. Por otra parte encontramos aquellos más preocupados por lo inmediato, por la resolución de las demandas del electorado, que a falta de compromisos doctrinales buscan convertirse en un producto político atractivo para un público más amplio. David Cameron o Ruiz Gallardón parecen responder a este perfil.

Si se confirma lo publicado sobre dar más peso al Grupo Parlamentario a costa del Partido y a no tratar en el próximo Congreso temas programáticos, pues ya quedaron resueltos en el Programa Electoral, estaríamos claramente ante un giro hacia el segundo grupo, hacia los más pragmáticos. Se trataría de bajar el tono e intentar hacerse más atractivos al electorado para dejar de movilizar al sector más radical de la izquierda en su contra y para atraerse votos de la izquierda moderada y del nacionalismo conservador. El debate en curso en el seno del PP vasco refleja estas tendencias generales en un espacio determinado. Pero ese debate existe igualmente en Cataluña, Valencia o Galicia, por poner sólo unos ejemplos.

La opción pragmática presenta algunos flancos débiles. Reforzar el Grupo a costa del Partido supone creer que la política se sigue haciendo como en el siglo XIX, cuando el Parlamento era el centro de la actividad política. Desde 1945, por lo menos, ya no es así. El Parlamento tiene que compartir con los medios el protagonismo. No hay duda de que el PSOE se enteró del cambio y actúa en consecuencia. De ahí la fortaleza de su estructura partidista. Los populares podrían cometer un grave error avanzando hacia el pasado decimonónico. Si todo lo que el PP puede ofrecernos es lo que recoge el Programa Electoral, un documento vacío, lleno de prevenciones y complejos, no hay duda de que se opta por dejar de ser para hacerse merecedores del perdón y volver a ser admitidos en el corralito. El sólo hecho de que esa opción sea la que alientan tanto el Partido Socialista como los grupos mediáticos afines al Gobierno debería hacer sospechar a los dirigentes populares de que tiene trampa.

En los delicados momentos que vive España la política es, sobre todo, lucha de ideas. Hay dos modelos de país sobre la mesa. La victoria ha estado y seguirá estando en el lado del que sepa comunicar mejor. Se equivocan aquellos que piensan que renunciando a su ideario van a ganar atractivo. El aparato mediático los arrasará igual que ahora, pero además perderán identidad y votos. La movilización de la derecha es su principal activo. Si para tratar de captar nuevos electores ponen en peligro el núcleo de sus votantes tradicionales estarán cometiendo un gran error. La victoria no va a llegar tanto de la mano de nuevos simpatizantes como de la desmovilización de los electores de la izquierda y eso se logra a través de la comunicación, siendo capaces de explicar mejor por qué el Gobierno de Zapatero es una amenaza para los intereses de España y de los españoles.

La renovación que necesita el Partido Popular es más técnica que de personas o estrategias. Su problema es que es una antigualla, un resto de una época superada. O se adaptan a un nuevo entorno político, o incorporan las nuevas técnicas de comunicación y mercadotecnia al conjunto de su acción y no sólo en época de elecciones, o continuarán arrinconados a la espera de que, por puro desgaste, la sociedad española decida darles paso. Pero para entonces puede ser muy tarde. Los votantes del PP tienen claro su ideario, sólo necesitan de una máquina política capaz de llevarlo a la práctica. Ése, y no otro, es el reto que tiene Rajoy.

 

Por GEES

Libertad Digital nº 1421 | 28 de Marzo de 2008

Miedo al islam

Miedo al islam


Europa es una sociedad atemorizada. Cuando se ha sabido que el parlamentario holandés y líder del Partido de la Libertad Geert Wilders pensaba hacer pública su película «Fitna», en la que denuncia las enseñanzas del Corán por totalitarias e incitadoras de la discriminación, la sumisión y la violencia, los socios europeos se han mostrado indignados con este nuevo acto «de provocación». ¿No había ido Javier Solana en peregrinación a los países árabes después del «affaire» de las caricaturas de Mahoma para prometerles que no se iba a repetir nada como eso?

 

Los europeos tienen razón en una cosa, no obstante: «Fitna» provocará una reacción por parte de los radicales islámicos. Pero no por la película, sino porque ellos son violentos y están dispuestos a emplear la fuerza a fin de no tolerar nada que consideren ofensivo.

 

Hay dos problemas: el primero, que existe un principio hasta hora bien arraigado en nuestra cultura que se llama derecho a la libre expresión, por el cual cada cual tiene garantizado que puede decir cuanto quiera siempre y cuando lo haga pacíficamente y, además, quede sujeto al ordenamiento legal por si sus palabras fueran ofensivas o punibles; el segundo, que la autocensura por miedo a la reacción del otro se llama, en este caso, apaciguamiento, una actitud que históricamente nunca ha traído más que sufrimiento a la larga.

 

La sensibilidad de los islamistas radicales ha llegado a tal grado, que se critica al Papa por lo que dice y por lo que hace. La última, el bautizo de Magdi Allam, el periodista italiano de origen egipcio que ha abandonado el islam para convertirse al catolicismo. Y es tal el temor a lo que nos puedan hacer, que ya cuentan con potentes corifeos políticos y mediáticos que corren a condenar como provocación cualquier autoafirmación de nuestra identidad.

 

Magdi Allam viene a Madrid en unos días precisamente para hablar de su libro «Vencer el miedo». Lo tendrá que hacer con un fuerte dispositivo policial, desgraciadamente. Claro que Salman Rushdie lleva años así.

 

Rafael L. Bardají

ABC, 28 de marzo de 2008

 

La derecha ha perdido porque perdió el buen humor

La derecha ha perdido porque perdió el buen humor


Hace unos meses, en ABC, Juan Manuel de Prada anticipó uno de los asuntos más graves que el PP tiene hoy entre manos. Recordaba el comunista que "tradicionalmente, el humor ha sido una flor de la inteligencia que se cultivaba en huertos conservadores: los grandes humoristas que en el mundo han sido nunca han estado adscritos a ideologías izquierdistas". Y es así: ni Robespierre, ni Lenin, ni Stalin ni sus séquitos ni mucho menos sus sucesores han sido gentes dadas a la sonrisa. Se tomaban en serio a sí mismos, y hay pocas cosas tan aburridas como ésa. La derecha (ya saben ustedes, la malvada reacción frente a tanto luminoso progreso) ha mirado durante tres siglos la realidad con un cierto escepticismo y con distintas formas de sentido del humor. Desde Oscar Wilde a La Ametralladora y desde La Codorniz a Luis Escobar Kirkpatrick, marqués de las Marismas, la derecha se ha reído. De todo: de sí misma para empezar y de los demás para continuar.

 

Cree De Prada, y las evidencias están ahí, que las cosas han cambiado: "Los teleñecos de la Cuatro o los monólogos de Buenafuente son exponentes de ingenio pero sus premisas ideológicas son inequívocamente izquierdistas" mientras que "en la programación de un canal televisivo como Telemadrid, en donde se supone que prevalece una mirada sobre la realidad menos contemporizadora con los postulados de la izquierda" … "el humor brilla por su ausencia". Una novedad, y una pena.

 

Antes el político demasiado serio, y sobre todo demasiado consciente de su propia importancia, era el político de izquierdas, que venía a ofrecer un progreso maravilloso y a exigir por él un precio de sangre y dinero, normalmente ajenos por cierto. Si alguien viene predicando la salvación y tal no está bien reírse, así que se reía la izquierda. Si acaso pecaba de aburrimiento esa forma lamentable de derecha acomplejada, con alma de izquierda, que eran y son los democristianos. Pero a fuerza de complejos, es decir de creer en la superioridad de la izquierda, hemos padecido una generación de políticos de derechas serios, aburridos, enfadados y agrios, en público y, lo que es peor, en privado. España no tenía nada tan soso desde la tecnocracia franquista; y la generación López no tenía que afrontar elecciones, pero la generación Rajoy sí.

 

Un coñazo, oigan, y perdonen la confianza. Y pensar que esta gente pide en tono apocalíptico los votos de personas que aún han conocido a Fernando Vizcaíno Casas y a Rafael García Serrano. ¿Ustedes se imaginan lo que aquellos dos podrían haber hecho con las ministras de cuota, con la educación para la ciudadanía, con el nuevo matrimonio y con los ridículos internacionales? Pues lo mismo que Benavente o que Arniches: el zapaterismo se habría convertido en materia de burla y esperpento, y sobre todo se habría evitado algo que tenemos que arreglar y que De Prada diagnosticó con precisión: "La derecha española no es creativa; ha renunciado a ofrecer una alternativa estéticamente atractiva que deje al desnudo la roña progre. Y esta falta de creatividad se traduce en una actitud siempre defensiva, mohína, casi acorralada. La derecha española acepta resignadamente la hegemonía de la visión del mundo postulada por la izquierda; sus únicos modos de combatirla resultan o bien enfurruñados (de ahí la impresión grimosa de cabreo que destila) o bien acomplejaditos (de ahí la impresión no menos grimosa de tibieza y pusilanimidad)".

 

"La derecha española carece de dotes para provocar, mediante la levadura del humor, resquebrajaduras y contradicciones en esa visión del mundo propia de la izquierda; carece de respuestas irónicas que descompongan la hegemonía progre". Todo eso ahora; para mañana tenemos que empezar a cambiar: empezando por la ironía, que tal vez no sirva en la radio pero que en directo es infalible. Mucho más que el cabreo. Les hace perder los papeles, se lo aseguro. Y además es tan relajante. 

 

Pascual Tamburri

El Semanal Digital, 26 de marzo de 2008